El Ballet de Camagüey es un sueño hecho realidad para la bailarina Elda María Almengor, ha sido su crecimiento y su superación, perteneciendo a esa maravillosa agrupación tuvo a su hija, conoció a su esposo, pero de esa familia ligada al baile, hablaremos en otra crónica, pues su hija también es bailarina y el esposo es quien diseña las zapatillas. Digamos que las de media punta los unen a través de una cinta invisible llamada danza.
Los inicios de Elda
Cosechar 30 años de vida artística no resulta sencillo, menos para una bailarina, pues por las exigencias corporales de cada preparación y espectáculo, los años sobre el escenario suelen ser efímeros.
Sin embargo, pasar a la docencia puede ser otra forma de bailar, así lo ve Elda, quien comenzó muy pequeña en la manifestación y al graduarse la mandaron a hacer servicio social a Santiago de Cuba, inconforme con su lejanía de la tierra que ama y de su agrupación tan querida, logró regresar en un año y mientras tramitaba su incorporación a la compañía camagüeyana nació su niña, Rosa María quien heredó los genes con aptitudes para la danza y sigue los pasos de su mamá.
Bailó por 25 años, desde 2015 enseña a hacerlo, para eso se comparte entre la propia compañía Ballet de Camagüey y su cantera, que es la Academia Vicentina de la Torres.
Dice que se jubiló de la escena, pero no se retiró, pues todos los éxitos y alegrías que conquistó con su entrega al público, le merecieron entre otras distinciones, la del Espejo de Paciencia y medallas en diversos escenarios. También tuvo la oportunidad en 2011 de bailar en la Ópera del Cairo, una experiencia que duró solo un año, pero fue muy educativa.
Como mamá
Es muy exigente en cada presentación de Rosa María, le enseña todo lo que sabe en técnicas y conocimientos, cuando no ha podido verla danzar en giras por otros países, le envía sus sugerencias y buenos deseos. Confiesa que siente más nerviosismo cuando baila su hija que cuando le tocaba salir en un teatro.
Parte de sus sacrificios profesionales han sido el no estar junto a ella en todas las actividades de su infancia, los abuelos fueron sus brazos de apoyo para que su carrera alzara el vuelo, pero lamenta haberse perdido la graduación de la niña, por estar en Egipto. Está muy orgullosa de lo que ha logrado por ella sola, porque, aunque es hija de bailarines tiene su propio talento.
Compartir bailes juntas son de las experiencias que más han disfrutado, la galería de su casa perpetúa en blanco y negro las imágenes de aquellos días felices, así fue con el festival de las flores de Ginzano, el gran paso de Paquita, el lago de los cisnes, el Quijote y en el caso de Gisell interpretó el personaje de la madre, que ha repetido varias veces para otras bailarinas jóvenes, que se estrenan en esa obra clásica.
La maestra
Es muy feliz enseñando, dice ser muy exigente con sus discípulos, pero le retribuyen con cariño y el trabajo que logran en cada obra, la que le genera mucho estrés porque se toma muy en serio el magisterio y lo que muestran en las funciones es su baile también.
Le emociona la gratitud de los graduados, en ellos está el futuro del Ballet de Camagüey, que celebra su aniversario y que para Elda representa su vida, la que sigue sobre zapatillas de punta y media punta, bailando desde las aulas.


