Casi un siglo después: Ecos del ciclón del 32

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Oiga periodista, dicen en mi pueblo que los de su gremio tienen un don para las confesiones, por eso voy a narrarle mi historia y la de mi hermanita, pero no puede poner allí mi nombre, pues el dolor que causa aún a la familia es muy grande, pero… como sólo quedo yo para contar, anote allí.

Era una de esas coberturas especiales a las que me enfrentaba, por aquel entonces como reportera de Radio Camagüey, ante la inminencia del paso del Huracán Gustav en el 2008. El evento climatológico amenazaba al poblado de Santa Cruz del Sur y en un recorrido por los centros para evacuados, me llegó este testimonio de un sobreviviente del Ciclón de 1932.

En aquel momento lo comenté de manera fugaz para mi reporte radiofónico, sobre todo haciendo énfasis en la importancia de obedecer las orientaciones de la Defensa Civil. Al acercarse nuevamente la fecha de los terribles sucesos, he recordado aquel testimonio y creo justo extender los detalles, pero mi secreto de confesión sigue guardado y no voy a revelar el nombre, llamémosles a los sobrevivientes del desastre Juan y Milagrito. 

Detalles del evento meteorológico

Según la prensa de la época, desde el propio día 8 de noviembre, el estado del tiempo emitido por los observatorios de Belén y el Nacional Laico, alertaron sobre “algo grande que se acercaba”.

Sin embargo, los pobladores del territorio sureño, confiados en las experiencias anteriores, no tomaron las medidas necesarias para preservar la vida; la cólera de los vientos (que sobrepasaban los 250 Km por hora) y la intensidad y altura de las olas, dejaron a Santa Cruz del Sur hecha una mezcla de madera y muerte.

Más de dos mil personas perdieron la vida y cientos quedaron heridas, pero no fue hasta el día 10 que llegó cerca de Santa Cruz del Sur el primer tren de ayuda, el cual, junto a los que arribarían después, trasladaron a Camagüey a los sobrevivientes de la catástrofe.

Otro dato curioso cuenta el periódico El Camagüeyano: 4 días después del ciclón del 1932 alcanzó al poblado del sur agramontino una representación del Gobierno y de los órganos de prensa nacional y extranjera, de cuyos escritos se han transmitido de generación en generación los sucesos de la tragedia.

En aquel transporte viajaba como periodista Nicolás Guillén, quien relató muy conmocionado todo lo que allí vio: “el área de la población era un amasijo impresionante, en el que se confundían los objetos más disímiles entre sí”.

Juan

La modesta vivienda donde vivía Juan con sus padres y hermanita de solo tres meses, comenzó a llenarse de agua de manera intempestiva. Su padre, desesperado, fue a buscar ayuda, mientras subió a su mujer y dos pequeños sobre el escaparate, que era el punto  más alto de la casa. Con el agua a la cintura salió a buscar ayuda de los vecinos, luego supieron que fue de los que aguardaba por el tren que nunca llegó y murió ahogado, junto a muchos de sus coterráneos que también intentaron poner a salvo a algunas personas, en el vagón sin locomotora ubicado cerca del andén.

Como tardaba en regresar y ya el agua llegaba a la altura del escaparate, la madre desesperada, se subió a los horcones del techo pegados al armario con sus dos niños en brazos; así permaneció sin agua ni alimentos por casi dos días, solo su pecho dio algunas gotas de leche para hidratar a los dos niños.

Al cesar la lluvia algunos vecinos regresaron a buscar sobrevivientes y, para su sorpresa, sintieron el llanto de Milagrito. Allí estaban los tres, entumecidos del frío y débiles por la sed y el hambre, pero unidos en un abrazo de familia que los sostuvo para enfrentar la tragedia.

Entre lágrimas

Cuando mi labor reporteril puso a Juan en mi camino, tenía 76 años. Hace poco supe que aún vive con sus 92 a cuesta, y aunque no ha olvidado la tragedia familiar, que aún le arranca algunas lágrimas, dice que la guardó bajo 7 llaves y continuó con su vida, porque es un regalo haberse salvado.

Para hacer algo útil se dedicó a la investigación y a la ciencia, de esa manera contribuye a prevenir a tiempo el paso demoledor de los fenómenos meteorológicos.

Como su padre y casi todos los del pueblo, Juan disfruta de la pesca y del abrazo del mar, sólo se asusta cuando hay algún temporal rondando, pues afloran los tristes recuerdos ligados al ciclón del 32 que hoy, como un mal recuerdo del pasado, no tiene igual impacto gracias a la labor de alerta temprana con la que se pone a buen recaudo el más preciado de los tesoros: la vida de la población.

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