Serían las tres de la tarde del 8 de junio de 1865 cuando en un aula de la Real y Pontificia Universidad de La Habana le dispondrían las boletas 2, 8 y 57, en tanto el Bedel daría lectura a sus contenidos. Escuchada la última palabra el aspirante escogería la papeleta nro. 2 que hacía referencia al Estudio bajo el punto de vista del principio racional, sobre el derecho reformado por Justiniano en comparación con el anterior a su época. Tema harto difícil de abordar aunque no para Agramonte, que llevaba en sus carnes los códigos de la herencia familiar, y que tanto se había consagrado a estudios que por esa causa vendrían a enorgullecer a los de su apellido que antes habían escogido el camino de las leyes.[1]
Pasadas tres horas en incomunicación para preparación de la disertación, el principeño Ignacio Eduardo Francisco Agramonte Loynaz disertaría “de viva voz” con desenvoltura.
Escuchada su exposición, y sin que hubiera intención de preguntas añadidas, los doctores certificaron la “calificación de Sobresaliente”. Dos días más tarde, a las 11.00 am del 11 de junio, se efectuaría el ceremonial de investidura como Licenciado en Derecho Civil y Canónico. Puede que estuviera algo nervioso por momento de tanta felicidad. Luciría elegante vistiendo de toga y bonete. Había vencido una de las pruebas de la vida. Y le aguardarían otras, quizás, más difíciles.
El corpus de su proyecto
Pensaba él desde las aulas universitarias que Cuba necesitaba de un cambio de estructuras en una Isla colonizada por un Estado centralizador y absolutista; porque no había derechos y libertades plenas; porque no había garantías de justicia ni de equidad social.[2] El Estado merecía ser reestructurado, dar al ciudadano la libertad de pensar y de obrar; hacerlo merecedor de dignidad, de cultura y de conocimientos plenos. Romper con lo que habría llamado él; el “velo de la ignorancia entre los hombres”, garantizar el trabajo y la vida digna, cual “derechos imprescriptibles e inalienables” según lo habría dispuesto así el “Creador”. En dos palabras, Ignacio Agramonte abogada por una sociedad más justa y humana, empero, lo que todavía no estaba al alcance del momento histórico.[3]
Su humanismo en el centro del proyecto
El Licenciado en Derecho Civil pasaría a incorporarse a la Guerra de los Diez Años, el 11 de noviembre de 1868. Desde ese instante sería crucial su intervención jurídica en la estructuración y organización del Estado de la República de Cuba en Armas. No se trataría solamente de armar al Ejército Libertador con la más eficaz arma de caballería que podía lograr, como realmente lograría.
Recordemos su carta a su esposa Amalia, fechada el 9 de junio de 1869, en la que tempranamente advertía estar formando un escuadrón de caballería que dejaría atrás a la caballería española, es decir, crear el arma capaz de garantizar la detención de la ofensiva española que pretendía aniquilar a la revolución, y poder garantizar de ese modo la pervivencia del Estado de Derecho de la República de Cuba en Armas y así alcanzar la victoria. Era también garantizar la integridad del Presidente y seguidores. Por todo, el abogado del Camagüey solicitaría al abogado de Bayamo elegido Presidente en Guáimaro, le confiriese el mando militar íntegro de su región natal para levantar la revolución y poder quebrar el poderío militar español.
Así se ponía por delante de cualquier visión caudillista que pretendiese atribuírsele, probando solo su sincero amor por Cuba. Y sin más miras personales que la de redactar el articulado de la Ley fundamental de la República que se confirmaría en Guáimaro, redactar los decretos de Organización administrativa, de Régimen civil, de Administración judicial, de Extinción de la esclavitud, Servicio militar obligatorio y otros más, con el objetivo de dotar a la República en Armas de institucionalidad. El Estado con toda su estructura representado, —aún en coyuntura bélica y de ocupación militar y administrativa hispana—, a la par que se llevaría adelante la guerra de independencia para hacerlo realizable. Eso prestigiaría a Cuba ante el mundo. Por eso su frase altisonante: “Que nuestro grito sea para siempre: ¡Independencia o Muerte”![4]
Para el Mayor nada debía obstaculizar la independencia. Principio supremo cual ley de la República en Armas. Se trataba de la mayor justicia que podían merecer todos los habitantes de la Isla-archipiélago, como lo dejó plasmado en el artículo veinte cuatro de la constitución. Inspirado en el tríptico democrático francés ajustado a la coyuntura histórica de la Isla; alcanzar la libertad, la igualdad, la justicia y los derechos plenos de todos sus ciudadanos. Así debió presentir el futuro cubano el Abogado Mayor de la Independencia de Cuba, que caería en Jimaguayú por hacer valer la ley.
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[1] Vale señalar que su abuelo paterno el “Caballero Regidor” Francisco Borja Agramonte y Recio y sus hermanos Jacinto, José María e Ignacio Francisco Agramonte y Recio, tenían titularidad de Jurisprudencia. Por demás, su padre, el Lic. Ignacio Francisco Agramonte y Sánchez era abogado, y también lo sería su hermano el Lic. Francisco José Agramonte quien se desempeñaría como auditor de Guerra y asesor del jefe del Departamento Militar del Centro y su Estado Mayor el Mariscal de Campo don Ramón Fajardo e Izquierdo.
[2] Llama poderosamente la atención que el estudiante se atreviera a abogar por la emancipación de ese estado centralizador y absolutista. Para más decía: “El estado que no se funda en la justicia y la razón, sino tan sólo en la fuerza, podrá en un momento dado anunciarse al mundo como estable e imperecedero, pero tarde o temprano, cuando los hombres, conociendo sus derechos violados se propongan reivindicarlos, irá el estruendo del cañón a anunciarle que cesó su total dominación”…
[3] Parte del corpus de sus ideas avanzadas del aun estudiante de Derecho quedarían expuestas en su disertación sabatinal, el 26 de febrero de 1862.
[4] Frase de Ignacio Agramonte aparecida en una Proclama fechada el 27 de enero de 1869 tras saberse el asesinato del Mayor General Augusto Arango y Agüero y su ayudante a manos de los voluntarios, en el Parque Casino Campestre, el día anterior.


