Qué haríamos sin el consejo de los más adultos, sin sus ocurrencias que a veces nos recuerdan la niñez, sin sus historias de tiempos que no conocimos y vemos a través de sus experiencias.

No puedo imaginar un mundo donde los ancianos no tengan un lugar cimero, dentro de las generaciones que educaron y vieron nacer; pero es solo imaginar porque el abuso con esos seres indefensos existe casi en más por ciento que el cuidado que merecen.

Cuántos no tenemos un abuelito frágil que aún sin fuerzas por la carga de los años, nos espera para abrazarnos, prepararnos el almuerzo o simplemente regalarnos su sabiduría. Cuántos no nos vemos reflejados en ellos dentro de varias décadas.

La piel arrugada por el tiempo, las canas que recuerdan un pelo negro, la voz tenue y el paso lento nos avisan que seremos dichos de llegar a su edad ¿Entonces por qué manchar un reflejo de nosotros mismos con maltratos y escasez de amor? ¿Por qué no valorar el patrimonio inmaterial que nos regalan?

No sólo porque exista un día para luchar contra el maltrato en la vejez debemos promulgar ideas a favor del cuidado de esas personitas que multiplican vida y esperanza, aún llegando al final del camino; debe convertirse en hábito para sentirnos mejores seres humanos.

Nuestros mayores son un rico tesoro de amor, experiencia, ejemplo y entrega. Impulsan los días para lograr en ellos mejores amaneceres. Cuidémoslos.