El 10 de marzo es una fecha que debiera ser más nombrada y reconocida, pues ese día le fue entregado al eminente científico cubano, camagüeyano, Carlos J. Finlay, el Título de Medicina.
Hombre al que se le deben, como algunos conocemos, no solo el haber descubierto al agente transmisor de la fiebre amarilla, sino también, investigaciones relacionadas con la oftalmología, el cólera, así como el estudio de diversos temas que, aparejados a su profesión realizó; cómo los dedicados a la física, el ajedrez, las altas matemáticas, la química y la cosmología.
Indudablemente, la humanidad le está más en deuda de lo que solemos imaginar. Por eso, creo, necesitamos convertirnos en fieles promotores de sus saberes y siempre que podamos, debemos enseñar a las nuevas generaciones a respetarlo y profesarle la admiración y respeto que merece; pues, desde mi punto de vista, no aquilatamos verdaderamente el valor que para el mundo constituyeron sus aportes a tantas ciencias, que aun sirven de base y sostén a muchos investigadores que consultan sus obras y las estudian, como bibliografía obligada para su superación profesional.
En Finlay, no solo tenemos al científico, sino al valiente ser humano que enfrentó tantos retos y nunca doblegó su pensamiento ante lo que creía y estaba seguro. Lo debemos ver y admirar, como el cubano digno que fue capaz de defender sus criterios contra todos los detractores que tuvo, a lo largo de su fructífera labor científica.
Para nuestro orgullo, los camagüeyanos contamos con una institución que admira y recuerda su legado y se ocupa de ofrecer al mundo la verdad que lo catapultó a la cima de los “hombres grandes”, me refiero a la casa donde nació, allí en la calle Cristo No.5. En esta institución, con un proyecto socio cultural abarcador y bien definido, perteneciente a la Oficina del Historiador de la Ciudad, se desarrollan acciones encaminadas al mejoramiento de la calidad de vida de la población de todas las edades, en el que la comunidad posee un protagonismo medular. También las sociedades científicas cuentan con él para el desarrollo de infinidad de actividades que, en colaboración con Salud Pública en el territorio, se realizan de manera sistemática.
Entonces amigos, los invito una vez más a admirar y preservar los valores de este coterráneo que, tomando las palabras de la MSc. María del Carmen Pontón Guillemí, quien fuera directora del lugar por varios años, en uno de sus escritos sobre el científico escribió: “… por su abnegada y valiosa obra ha sido merecedor, como pocos, del título de gran benefactor de la humanidad”.


