“Quiero ser los ojos del Camagüey para ver todo lo que le sobra o falta; quiero ser los oídos del Camagüey para estar siempre de escucha; las narices del Camagüey para olfatear todo lo que le pueda servir de alimento o deleite; la lengua del Camagüey para cacarear la verdad y pedir cuanto necesite; las manos del Camagüey para agarrar todo lo que le adorne o derribar lo que le desaire; las piernas del Camagüey para traerle siempre en movimiento”.
El Lugareño
Muchos nombres han trascendido en la historia cubana, mencionar algunos sería correr el riesgo de olvidar involuntariamente a mujeres y hombres que han dejado sus huellas imperecederas en las ciencias, el arte, la jurisprudencia y la religión por citar algunos de los campos más significativos; pero Camagüey, patria chica de notables personalidades tuvo la oportunidad de contar con una de las voces más preclaras del progreso en el siglo XIX, un hombre que sirvió a su tierra y con su pluma y voz manifestó cuanto la amó.
Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, – uno de sus seudónimos más conocido-, empleado en su vocación de criticar, halagar y remover en caso que lo requiriera la sociedad principeña desde un diálogo coloquial, ameno y reflexivo, fue asumido con la pasión y el sentido de pertenencia que solo un hombre de su estatura podía adjudicarse «[…] quiero que al leer El Lugareño entiendan que habla un lugareño»
Un poco de historia
Betancourt Cisneros nació el 29 de abril de 1803 en el seno de una de las familias mas acomodadas en la otrora villa Santa María del Puerto Príncipe, hoy Camagüey. Desde pequeño mostró sus excepcionales dotes intelectuales en su proceso formativo, que con el discursar de los años lo convertirían en uno de los hombres ilustres más importantes de la Isla, algunos consideran que fue para El Camagüey, lo mismo que Francisco Arango y Parreño para La Habana.
Recibió una esmerada educación por prestigiosos maestros en diversas materias a lo largo de su vida.
Dominaba varios idiomas, estudio abogacía y las aptitudes para el periodismo exhibidas a través de las imprescindibles Escenas Cotidianas, artículos científicos y de costumbres sobre economía, industria, educación, sociología y agricultura; publicadas entre junio1838 y junio 1840 en la Gaceta de Puerto Príncipe, así como el epistolario personal donde sobresale la correspondencia a sus amigos José de la Luz y Caballero, José Antonio Saco y Domingo del Monte, entre otros prestigiosos letrados, le permiten un lugar cimero dentro de las letras cubanas.
Participó en la Polémica Filosófica, -acontecimiento de la ilustración cubana del siglo XIX que marcaría un hito dentro de la sociedad- en la que se manifiesta como facilitador, a favor de las posiciones independentistas de su amigo José de La Luz y Caballero. La Sociedad Económica de Amigos del País le designó miembro correspondiente en Puerto Príncipe; y desde está posición abogó por la educación y la introducción de adelantos que favorecieran el desarrollo material y espiritual de su ciudad natal.
Sus esfuerzos
Incontables páginas pueden redactarse de este camagüeyano, su amor al terruño lo manifestó en diferentes ocasiones, uno de los más conocidos juicios al respecto nos legó cuando expresó en un escrito de las Escenas cotidianas: «Yo no tengo más que una amiga, Da. Camagüey; y una querida, la Camagüey; y una madre, mamá Camagüey; y la quiero sabia y virtuosa para mi consuelo, y la quiero lindísima para mis placeres; y la quiero sana y opulenta para que no se muera de consumición» lo que denota cuanto significaba su terruño.
Sin embargo, poco se ha escrito de uno de los proyectos más importantes de su vida al cual le dedicó empeño y capital para hacerlo realidad, la construcción del ferrocarril desde Camagüey hasta Nuevitas, empresa que el propio Juan Torres Lasquetti en su “Colección de datos históricos, geográficos y estadísticos de Puerto Príncipe y su jurisdicción”, refiere que se encuentra entre sus inquietudes desde la temprana fecha de 1823, por las precarias condiciones de los caminos y la urgencia de mejorar los envíos de mercancías por el puerto de Nuevitas. Ideas que compartió con su amigo José Antonio Saco en 1825 en New York.
Su estancia en los Estados Unidos le permitió conocer la innovación ferroviaria y considerar sus notables ventajas como medio ideal para unir a Puerto Príncipe con el puerto de Nuevitas en el norte, aunque también concibió planes para un ferrocarril hasta Santa Cruz del Sur.
En 1834 en Nueva York, sufraga de su fortuna personal los gastos de los estudios iniciales para la obra. Le solicita al ingeniero inglés Charles Hampter quien había participado en la construcción del ferrocarril de Liverpool a Manchester, en Inglaterra que viajara a Nuevitas para evaluar las condiciones del terreno y la factibilidad de la construcción del ferrocarril, ambos factores fueron confirmados favorablemente, posibilidad que es aprovechada por él para retornar a Camagüey en 1836 acompañado por el ingeniero norteamericano Wilson, para ejecutar otro estudio del terreno, y decidir el inicio de partida de la vía desde la bahía de Mayanabo, lugar conocido hoy como Puerto Tarafa.
Una nueva etapa para establecer las líneas férreas entre ambas zonas iniciaría el infatigable Lugareño, se acercó a la Diputación Patriótica de Puerto Príncipe para conciliar su apoyo, más tarde encomendó el reconocimiento científico del perfil de la tierra al ingeniero civil norteamericano D Benjamín H. Wright, quien fue auxiliado por D Eduardo Huntington, ambos con experiencias en estas labores.
Una lectura del vasto informe realizado por los peritos revela las razones fundamentadas de Cisneros y las ventajas de los caminos por la existencia de superficie factible para el movimiento que conllevaban al abaratamiento de la obra, lo que aseguraba grandes perspectivas para su ejecución.
El 10 de enero de 1837 el Capitán General de la Isla, Miguel Tacón y Rosique, concede la cédula de propiedad a perpetuidad para el ferrocarril camagüeyano y se obtiene la dispensa del Sr. Superintendente de Hacienda, Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva, para el ingreso de las máquinas, carros, materiales y demás utensilios requeridos para la construcción y explotación del camino de hierro.
La prensa su principal aliado
En las iniciativas de utilidad social, la prensa fue testigo de las innumerables ocasiones en que hace alusión a la novedad ferroviaria por todos sus beneficios. Conocedor de las dificultades y tropiezos que sufría el proyecto, toma como iniciativa para divulgarlo la organización de una comparsa en el San Juan camagüeyano de 1837, con un grupo de personas que exhibían por la calle Real del paseo principeño un ferrocarril de madera en miniatura con sus raíles, carros y locomotora, ingeniosa forma de demostrar al pueblo el notable avance y la trascendencia del camino de hierro, porque según sus propias palabras «estos pobres tierradentros no han visto porque cuelgan sobre sus narices dos grandes colgajos, o la ubre de una vaca o las candongas de un toro».
Entre expectativas, desaliento, temores y detractores avanzó el ferrocarril. En 1840 llegó a Nuevitas procedente de Nueva York, el ingeniero Benjamín H. Wright a bordo de la goleta Adrián con locomotoras, carros y máquinas. Wright tuvo la idea de bautizar una de las locomotoras adquiridas con el nombre de “El Gaspar” sustituido por el propio Lugareño por el de “El Principeño”, elocuente gesto de servir a la patria con servicios públicos, personales, efectivos y desinteresados, formas que creía esenciales para tales menesteres.
Muchos inconvenientes atravesaron las obras del ferrocarril, la inercia del patriciado local, el incumplimiento del pago establecido y la carencia de mano de obra fueron las más embarazosos. Frente a ellos no se amilanó Betancourt Cisneros, invirtió de su patrimonio personal, gestionó nuevos préstamos con la Real Junta de Fomento de la Habana, que aportó 5.000$ y negoció un empréstito de medio millón de pesos con el capitalista inglés Míster Robertson.
A pesar de ser forzado abandonar la Isla en 1846, por orden del Capitán General Leopoldo O’Donnell, El Lugareño, se mantiene al tanto de las obras del camino de hierro y siente alegría cuando conoce que pese a tantos contratiempos finalmente fue inaugurado el 5 de abril de 1846 el primer tramo Nuevitas –Sabana Nueva, con una extensión de 61km, para cinco años más tarde, el 25 de diciembre de 1851 quedar concluido el ferrocarril de Nuevitas a Puerto Príncipe, con 72.12 km. de vías.
El Lugareño no se olvida
Este insigne camagüeyano, muere en La Habana el 7 de febrero de 1866 Francisco Calcagno delineó su retrato obituario elogiando su pensamiento y acción: «Acaba de fallecer en la Habana un hombre cuya vida toda consagrada al servicio del suelo que lo vio nacer, dejará un recuerdo imperecedero en nuestros corazones cubanos, un hombre en fin cuya historia pasará incólume a la posterioridad, para recibir en ella tantas bendiciones como lágrimas le tributa hoy la patria agradecida».
Su ciudad natal, recibe la noticia con profundo respeto y dolor, Antonio Vidal Morales y Morales lo relata de la manera siguiente:
«En los andares de la estación del ferrocarril de Puerto Príncipe, esperábale el pueblo entero y un coche funerario tirado por tres troncos de escogidos caballos, guiado por sendos palafreneros, apuestos jóvenes de las más distinguidas familias, se hallaba preparado para conducir a la última morada los venerados restos del que en sus más floridos años salió con José Aniceto Iznaga, José Antonio Miralla y otros, en patriótica peregrinación a Colombia, para demandar a Bolívar su espada en auxilio de la libertad de Cuba; pero el carruaje fue innecesario, amorosamente recibidos sus despojos por aquellos habitantes, llevándolo en hombros hasta la iglesia parroquial Mayor que aguardaba el depósito.
Eduardo Agramonte Piña, Rafael Rodríguez, hoy jefe de la artillera cubana, y Salvador Cisneros Betancourt, momentos antes del salir el féretro de la iglesia, colocaron dentro de la caja la bandera de la patria y el acta de declaración de independencia, redactada por el Dr. Manuel Ramón Silva, rasgo de civismo que corriendo grandes riesgos realizaron, a pesar de hallarse rodeados de esbirros españoles».
En el Museo Provincial Ignacio Agramonte Loynaz se exhibe un retrato realizado póstumamente, encargado por sus primos Salvador Cisneros Betancourt y José Ramón Betancourt al artista Francisco de Cisneros. La obra como refiere José Ramón Betancourt refleja la personalidad hiperactiva, la firmeza de su inteligencia, la energía de su carácter, en todo el poder de su ingenio, en toda la abnegación de su espíritu su entusiasmo y su sabiduría, en la época en que conmoviendo todos los corazones, estimulando todas las inteligencias, hacía marchar al país por la senda del progreso, de la civilización y de la prosperidad. Gaspar, así era el hombre del pueblo: en él palpitaba su vida, se concentraban sus deseos, se refundían sus esperanzas.
Foto: tomada de cubaysuhistoria.wordpress.com


