Huellas de una hermosa obra humana

Foto: Yoan Yordi Sánchez
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La historia que me motiva a escribir lleva guardada más de medio siglo y me ha costado varios días de andanzas. Con ella quiero homenajear a todos los educadores y en especial a mi querida maestra Oria Cid Cid, quien me llevó de la mano en mis primeros pasos por mi empeño de aprender.

De camino

Transitamos por la calle Teniente Cañón, en el reparto La Vigía, allí, una edificación semejante a una iglesia de estilo neogótico, es desde 1970 la Escuela primaria Jesús Suárez Gayol.

Su llamativo aspecto hoy apunta al deterioro y desde hace dos años, por la descarga eléctrica durante un aguacero, la cruz que corona el campanario amenaza con caer. Ya algunos pedazos han asustado al transeúnte y a pesar de la gestión de la doctora de esa comunidad, maestros, padres y vecinos, la intervención ni se vislumbra.

Al pasar por allí, después de muchos años, recordé mi primer ciclo de estudios en esa escuela y una conversación con mi maestra.

La historia

Cursaba el cuarto grado y en mi aula, una de las originales del edificio contigua a la dirección, tenía un librero de madera montado al aire.

Estaba ayudando a la maestra a ordenar unos libros y al retirarlos, pude ver un letrero timbrado con caligrafía gótica que decía: María Montejo Tan. Parece que ya a esa edad venía despertando mi interés por las historias de vida y al momento pregunté quién era.

María Montejo Tan

En busca de información sobre esta bondadosa mujer, fui a recorrer algunas iglesias y el vecindario donde las personas que peinan canas, la recuerdan como un alma noble, de formación religiosa que destinó su fortuna y los fondos que logró recaudar, para erigir un orfanato para niñas, fue el primer uso del edificio, que vio la luz en 1926.

“El Amparo de la Niñez”, la asociación por ella creada, estaba compuesta por un gran número de vecinos de Camagüey, copartícipes en este noble propósito, los que contribuían mensualmente con lo que tuvieran: pesos, pesetas y hasta con reales, así el Asilo fue creciendo.

En 1931, el 17 de mayo, se inauguró la capilla, a la que se dio el nombre de “La Milagrosa”, en la que rezaban las cincuenta niñas que para entonces ya albergaba el sitio.

Generosa y preocupada por sus hijas del corazón, también la recuerda el responsable del archivo de bautizos de la iglesia de La Soledad, Arístides Palacio Caraballo, quien participaba en encuentros con las pupilas de María los domingos y al finalizar compartía con ellas dulces y regalos.

La obra material fue avanzando. Se pudieron añadir otros solares a la inicial y, finalmente, todo el terreno de la manzana. Se construyó la segunda planta para dormitorio de las niñas, labor en que la Empresa de los Ferrocarriles Consolidados fue factor importante, meses más tarde se dio término a la torre de la capilla.

María Montejo fue feliz por su obra material, pero más satisfacción le proporcionó su labor espiritual, pues además de dar instrucción y abrigo a las niñas pobres, las preparaba en oficios que las integraran a la sociedad.

Partió a la inmortalidad el 6 de septiembre de 1943. Tenía entonces poco más de ochenta años. Hasta 1960 sus restos reposaron en la capilla del hospicio, hoy se encuentran en el cementerio, cerca de la tumba del Padre Olallo.

Las huellas

En mi búsqueda sobre la vida de esta generosa mujer, pude constatar que existe muy poca información sobre su obra, la que fue sin dudas admirable y de un gran desprendimiento material.

Toda buena labor humana siempre deja huellas, por eso las de María Montejo Tan calaron en el corazón de una vecindad, que aún la recuerda ya muy anciana, llena de amor y rodeada de las niñas, para las que tanto trabajó.

Su hermosa obra hoy está perpetuada en muchos maestros, que sin conocer su historia, caminan sobre sus pasos y llevan a muchos rincones la luz del saber.

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