LA DERROTA INCREÍBLE DE VASCO PORCALLO DE FIGUEROA

Foto: Tomada de Internet
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(Este cuento pudiera haber sido dedicado a su protagonista, uno de mis ancestros, según un árbol genealógico rigurosamente verificado, pero la crueldad de ese personaje me impide la dedicatoria).

 

Vasco Porcallo de Figueroa se colocó bajo uno de los árboles limítrofes con la Plaza de Armas de la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe y aspiró el aire fresco de esa mañana de primavera.

Miró en derredor y volvió a sentirse satisfecho con la vanidad de ser la persona más rica de Cuba, y en esa etapa el más duro de los conquistadores y colonizadores de la Isla.

Conversó unos minutos con Leonor Benítez y su esposo, Benito Romero, acerca de la brisa matinal y les deseó buena suerte.

Fue a la Iglesia Parroquial Mayor a dialogar con el sacerdote Alonso de Tolosa, en torno a dominación de los indios, un empeño en el cual Vasco Porcallo era diestro y cruel en extremo.

En la noche anterior soñó con la cifra 1550 y que lo sepultaban en ese templo, y le otorgó importancia a lo que consideró una premonición de su año de muerte.

Se lo contó a Tolosa, pero este le dijo que no creyera en supersticiones, censuradas por la Madre Iglesia.

Él desestimó la opinión del clérigo y siguió afincado en la revelación de su año de deceso.

Llegó a la pulpería de Pedro Quesada y bebió limonada en la mesa destinada a clientes ilustres.

Regresó a su vivienda, frente a la Plaza de Armas, y sentado en la sala recordó varios pasajes de su vida, como cuando mandó a cortarles el pene y los testículos a unos indios por comer tierra en un intento suicida.

También evocó su participación en la conquista de México, y dos veces en la de la Florida, su anterior puesto de regidor y alcalde de Puerto Príncipe, y cuando ordenó ahorcar al alcalde de la Villa, y su decisión consumada de asesinar al alcalde de Sancti Spíritus; entre otras aventuras y fechorías que él consideraba excelentes cualidades de su trayectoria.

No olvidó el séquito que lo acompañaba en sus recorridos, el cual incluía hombres armados y un cura para oficiar misas, y su rol de fundador de varios pueblos en la Isla.

Terminadas sus evocaciones, almorzó con su esposa. Tenía mucha hambre y pidió postas de carne asada de res con casabe, humedecido con salpicaduras de agua y de grasa de cerdo.

Comió apresuradamente y una gran posta se le trabó en la garganta. No valieron sus esfuerzos ni la ayuda de su esposa, murió asfixiado.

Fue una derrota vergonzosa para él, el hombre más rico de Cuba, temerario, hábil guerrero en la conquista de México y de la Florida, y gran sojuzgador de aborígenes.

Poco antes había viajado a Sancti Spíritus, una de las localidades en las que alternaba su residencia.

Falleció en 1550 y fue velado de cuerpo presente y con muchos honores en la Parroquial Mayor, donde lo enterraron en un día lluvioso con truenos y relámpagos desbocados.

Tuvo razón en creer en el vaticinio de la fecha en un sueño.

Aunque le dieron la bendición divina, es de suponer que Vasco Porcallo de Figueroa se fue de Santa María del Puerto Príncipe a quemarse en el infierno.

 

(Tomado del libro inédito De lo que fue y pudo ser en Santa María del Puerto del Príncipe, en el cual confluyen la realidad y la ficción).

 

P.D. Nacido en Cáceres, en el occidente español, Vasco Porcallo de Figueroa murió en 1550, en Santa María del Puerto del Príncipe.

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