En la calle Lugareño, esquina Hermanos Agüero, antes Contaduría y San Ignacio una placa de bronce identifica el lugar donde estuvo la casa donde el 29 de abril de 1803 nació; Gaspar Alonso Betancourt Cisneros, “El Lugareño”, en el seno de una familia acomodada.
En su hogar descubrió las primeras letras. Niño de una inteligencia prodigia, cultivada por el esmero de sus progenitores, Diego Antonio Betancourt Aróstegui y Loreto Cisneros y Betancourt, de ellos El Lugareño comentaría en carta a su amigo el Conde Pozos Dulce:
“Mi padre era un señorito de lugar, educado a la antigua usanza y mediante los recursos que de entonces se podía disponer con este objeto en el interior de la Isla, donde no había colegios, ni escuelas regulares públicas y todo el sistema de educación constituía en mucho rezo y poca escritura, ninguna ortografía, gramática cotorrera y aritmética por los suelos. Así es que mi padre, a pesar de pertenecer a la más elevada clase de la sociedad camagüeyana y de haber nacido mayorazgo, puede decirse que sabía caritativamente hablando, que sabía rezar y hablar bien con alguna soltura y poca ortografía y contar hasta las cuatro primeras reglas.”
“Mi madre tenía el corazón de una espartana. La generosidad de su carácter y su caridad verdaderamente cristiana no reconocía más límite que los de su poder y facultades, y aún a estos excedía la fuerza de su voluntad. Su entendimiento era claro, capaz de cualquier cultivo: en otro país, o en otra época, habría sido mujer tan distinguida por sus talentos como por sus virtudes. Sobreponiéndose a las preocupaciones de su tiempo, no necesitó de maestra para aprender a escribir, lo que se estimaba entonces en Camagüey como pecaminoso para las mujeres, (…). Leía mucho y tal vez tenía ella más libros que todas las demás señoras camagüeyanas de su tiempo”.
Estudió en Camagüey hasta 1822, año en que fue enviado a los Estados Unidos de América para completar su formación, asentándose en la ciudad de Filadelfia, su fecha de arribo al país norteño ha sido objeto de contradicciones indistintamente: Federico de Córdova, Manuel de la Cruz y Fermín Peraza, señalan el año 1822 como la fecha de su partida; mientras que Jorge Juárez Cano, Liliam María Aróstegui Aróstegui, Rafael Rojas, Fernando Crespo Baró, marcan el suceso en el año siguiente.
En esta ciudad concurriría de forma asidua a las tertulias de su pariente Don Bernabé Sánchez, en ellas conoce al argentino José Antonio Miralla, entabla amistades con Vicente Rocafuerte, que llegó a ser presidente de la República de Ecuador, con el peruano Don Manuel de Vidaurre, que ocupó el cargo de Oidor de la Audiencia de Puerto Príncipe y más adelante Presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Republica de Perú; y con el cubano José Antonio Saco entre otros.
Descubrimiento
Estas reuniones significan para El Lugareño en este período el centro de su instrucción, refiriéndose a ellas, en carta a su amigo Domingo Del Monte le expresa que “oía, aprendía y callaba”. Para estos años llegaban a Filadelfia cubanos, mayormente camagüeyanos, perseguidos por el gobierno de la colonia por el delito de constitucionalismo, y las tertulias se convirtieron naturalmente en junta de conspiradores contra el dominio colonial español en Cuba; y en la que los nombres de Bolívar, Sucre, Páez y otros resonaban lanzando gritos de independencia.
Aquí se fue forjando en Gaspar Betancourt las convicciones de un separatista convencido, resuelto e inquebrantable. Por ello a pesar de su juventud fue escogido para formar parte de la comisión que el 23 de octubre de 1823 partió desde Nueva York, en la goleta Midas, con rumbo a La Guaira, Venezuela; para entrevistarse con Simón Bolívar, a fin de promover un movimiento insurreccional en Cuba.
Los protagonistas
La delegación estaba compuesta por José Antonio Miralla, los camagüeyanos Gaspar Betancourt Cisneros, Fructuoso del Castillo, los licenciados José Ramón Betancourt y José Agustín Arango y el trinitario José Aniceto Iznaga.
En Venezuela no pudieron contactar con el Libertador, atareado todavía en la fundación de cinco naciones, pero si con el General Antonio Valero, natural de la isla de Puerto Rico; el cual se comprometió con los patriotas cubanos a interesarse personalmente ante Bolívar a favor de libertar a Cuba del dominio colonialista español.
Después de doce años en los Estados Unidos regresa a Cuba en 1834, y rápidamente se da a la tarea de aplicar todos los conocimientos y experiencias, apostando por el progreso económico y social de su región de origen y su ilusión en el futuro de la Gran Antilla y de América frente a la vetustez de Europa y en especial de España.
La educación del pueblo incluyendo a los sectores marginados ocupó un lugar en su quehacer. Su pasión por las cuestiones relativas a ellas se puede observar, sus participaciones con interés en las secciones de la Sociedad Patriótica dedicadas a los exámenes; además criticó los métodos tradicionales de enseñanza “donde se aprende de todo de memoria según el libro”. Labor
Incursionó en la Pedagogía Comparada. Redactó un reglamento escolar que por sus características era muy superior a los de entonces. En sus vastas propiedades en Najasa y Horcón alfabetizó a los campesinos que vivían en sus propiedades y creó escuelas para educar a los hijos de estos donde estaban ausentes los métodos de educación y enseñanza que humillaban a los niños.
Sus críticas y propuestas fueron recogidas en sus artículos costumbristas “Escenas Cotidianas” aparecidas en el periódico “La Gaceta de Puerto Príncipe”, de cómo desarrollar la enseñanza de las ciencias naturales.
En el libro “Historia de la Pedagogía en Cuba” de 1945 de Emma Pérez, la autora establece una comparación entre la labor del camagüeyano y la realizada por José de la Luz y Caballero en La Habana, los hermanos Guiteras en Matanzas y Sagarra en Santiago de Cuba, aunque estos últimos lograron concretar una mejor obra pedagógica.
Para Gaspar Betancourt Cisneros sus ideas de progreso se unen a la mejor tradición ilustrada con el utilitarismo, asimilado durante su temprana estancia en los Estadios Unidos “El verdadero progresista debe ser consecuente con sus principios: retrogradar nunca; estacionarse, jamás; adelantar, siempre (…), la misión del progresista es adelantar y mejorar”.
Inquietudes de El Lugareño
Entre todo el progreso visto, el que más llamó su atención fue el ferrocarril.
Santa María del Puerto del Príncipe era la tercera ciudad más poblada de la Isla. La ganadería, los cultivos tradicionales del país, caña de azúcar y café, constituían los renglones fundamentales de la economía camagüeyana, donde sus ingenios no podían competir con las grandes fábricas de la región occidental del país. El comercio a pesar de la existencia de los puertos de Nuevitas y por el meridional el de Santa Cruz del Sur; no lograban salir de su aislamiento y retraso.
De ahí su obsesión por cubrir de vías férreas desde su llegada al país, como estímulo para el desarrollo económico en la región centro – oriental de Cuba, las que permitirían sacar al comercio camagüeyano de su aislamiento.
El 26 de noviembre de 1836, El Lugareño paladín de la empresa, a los hacendados principeños Luis Loret de Mola y Tomas Pío Betancourt, presentan la solicitud para la construcción de un ferrocarril entre Nuevitas y Puerto Príncipe.
El 10 de enero de 1937 el Capitán General Miguel de Tacón otorgó la concesión, siendo esta la segunda aprobada en el país para su construcción. Este propio día queda constituida la compañía Ferrocarril de Nuevitas- Puerto Príncipe.
Es llamativo que una empresa tan ventajosa para la región experimentó diversos sinsabores, no contó con todo el apoyo de los acaudalados regionales, Betancour Cisneros costeó los primeros estudios realizados por los ingenieros Benjamín H. Wright y Eduardo Huntington sobre el reconocimiento y perfil del terreno por donde debería correr el camino de hierro concluido el 15 de marzo de 1937.
Los primeros rieles se comenzaron a instalar en febrero de 1841 y un año después en marzo de 1842 El Lugareño reunió en Nuevitas a un grupo de la alta sociedad camagüeyana para recorrer las 4 millas concluidas.
Discursarían los años hasta el 5 de abril de 1846 en que quedaría concluido el primer tramo entre Nuevitas y el paradero de O’Donnell en Sabana Nueva y finalmente inaugurado el 25 de diciembre de 185; obras que no vería culminadas al ser desterrado de Cuba por participar en las caldeadas arenas políticas de su tiempo.
Erró, sí, como otros próceres de aquellos años. Hacia 1845, la idea de incorporar Cuba a los Estados Unidos será para los hacendados cubanos como una tabla de salvación, de modo que hasta diez años después fue la actitud política que predominó entre ellos.
La causa que determinó esa corriente fue, el pánico o una inminente quiebra de la producción azucarera como resultado de la intransigencia española con respecto a conceder reformas que propiciasen el desarrollo de esa industria.
Abandona en 1856 la postura anexionista al ver que la única solución para Cuba es el camino de la revolución para alcanzar la independencia. El 7 de julio de 1861 al concederle amnistía regresa a su patria.
El 7 de febrero de 1866 fallecía en La Habana, El Lugareño; un halo de tristeza recorría las calles de la capital de Cuba, la noticia se corría entre los vecinos.
Los partidarios de la Metrópoli se sorprendieron del mar de pueblo que concurrió al sepelio solo comparado con los de cuatro años antes en el sepelio de José de la Luz y Caballero, convocados por el amor, el respeto y la admiración hacia su persona.
Gaspar Betancourt Cisneros fue un ferviente luchador en contra de la trata de esclavos, opuesto con vigor contra la esclavocracia, término utilizado por él para definir la pervivencia de una institución que convertía en esclavas a las propias clases dirigentes cubanos “esclavos por tener esclavos” como subrayó en su fina ironía criolla. Creyó en el fomento de la colonización blanca, acción que practicó en sus propiedades con canarios.
Se debatió entre la anexión y la independencia pero el independentismo en su pensamiento derrotó a la corriente predominante durante los años cuarenta y parte de los cincuenta del siglo XIX cubano.
Francisco Calcagno redactó una brillante crónica necrológica para el periódico El Siglo que no la publicó, pero editada más tarde en su valioso texto Diccionario Biográfico Cubano:
“Acaba de fallecer en La Habana un hombre cuya vida consagrada al servicio del suelo que le vio nacer, dejará un recuerdo imperecedero en nuestros corazones cubanos; un hombre que fue para Camagüey lo que Arango y Parreño para La Habana, un hombre en fin cuya historia pasará incólume a la posteridad, para recibir en ella tantas bendiciones como lágrimas le tributa hoy la patria agradecida.”


