Una calle con su nombre perpetúa su recorrido puerta por puerta en esa zona, para recaudar monedas que le permitieran las mejoras del leprosorio de San Lázaro y la construcción del puente de la Jata, que hoy conecta sobre el río Tínima a la Plaza de la Habana con la Carretera Central.
En busca de esta apasionante historia, fui hasta la actual Capilla de San Lázaro, para mirar de cerca cuánto es recordado este ser especial que no es ni Beato, ni Santo, pero nos dejó la mejor lección de lo qué es la caridad y el amor al prójimo. Nos acercamos al Padre Valencia.
La leyenda
Entre las tantas leyendas que envuelven a la antigua Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, hoy Camagüey, una historia conocida y un tanto olvidada, es la del Padre Valencia. Religioso de la Orden de San Francisco, asociado su espíritu a la aparición del Aura blanca en la capilla de San Lázaro, donde puso todas sus energías y buenos deseos.
Gracias a su tesón y resuelto empeño de ayudar a los enfermos y población en general, la vida en esta ciudad dio un vuelco muy palpable. Ello se debió a la construcción del Convento de las Monjas Ursulinas, del templo del Carmen, del Hospital de Mujeres y sobre todo, del Hospital de San Lázaro, para la atención a los leprosos, tan precaria entonces.
Toda esta labor con las limosnas recogidas por el fraile José de la Cruz Espí, o mejor… el Padre Valencia, como le decían sus feligreses, pues provenía de esa región de España.
Un sucesor: El padre Paquito
Después de aguardar por un bautizo y el desarrollo de la eucaristía correspondiente a ese sacramento, finalmente pude llegar al sacerdote que actualmente oficia en la Capilla de San Lázaro, un fiel continuador de las buenas obras de Espí.
El Padre Paquito es un señor muy llano, sus ojos expresan infinita bondad y dijo estar feliz de que se dé a conocer la vida de este hombre santo, que hasta 1838 vivió y laboró en esa parroquia, dejando una huella indeleble.
Según Paquito, la austeridad con que vivió Espí era conmovedora, una cama de tablas y un ladrillo como almohada, que aún hoy conserva la huella de su cabeza, para solo cuatro horas de sueño; nos hablan de sus sacrificios.
También piensa que su espíritu está vivo en muchas personas de bien, pues mientras haya enfermos y ancianos necesitados de afecto y atención, habrá almas como Valencia para brindar su mano.
La Capilla
Seguimos nuestro viaje en el tiempo por las rutas habituales del querido padre Valencia y vamos hasta la pequeña ermita, donde separados por una mampara de madera, los enfermos de lepra iban a pedir el milagro de su curación, al santo patrón.
Merece señalar que entre los años 1815 y 1819, ante el reclamo de sus superiores franciscanos para que el padre Espí retornase a la ciudad de la Habana, al seno de la orden, el pueblo camagüeyano solicitó al Ayuntamiento que no abandonara la villa hasta tanto no estuviera concluida tan cristiana obra del hospital.
Los motivos se fueron dilatando y nunca abandonó esta tierra, donde laboró hasta el fin de sus días.
Su muerte, ocurrida en 1838 en su querida parroquia, llevó un velorio de dos días y luego fue enterrado en ese lugar que tanto quiso. Así quedó para siempre el Padre Valencia, en el sitial eterno que conquistó con su obra humanista
Un homenaje al Padre
Para perpetuar su memoria y las faenas incontables que acometió por el bien común del Camagüey, el 2 de mayo de 1955, en honor al día de su natalicio, se inauguró un monumento en los terrenos donde se posó el Aura Blanca, para recordarnos que en esta ciudad vivió un hombre especial, quien desde la eternidad regresa hecho leyenda y vive en las almas de aquellos que cuidan de los enfermos.