Las primeras campanadas de agosto

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Habana, mayo 8/1867

“…yo quiero para ti, así como para mí, una dicha suprema que la imaginación me presenta; algo muy superior a todo lo que en la vida se ve, y que solo lo he sentido tocando a la realidad, algunas ocasiones que estando a tu lado te oía.”

Ignacio Agramonte.

 

El verano del 1866 le regala a la historia de Cuba uno de sus más hermosos amores: el de Ignacio Agramonte y Amalia Simoni. Jóvenes dotados con vasta cultura, resultado del estudio y de una activa vida social en los escenarios culturales de su ciudad natal Puerto Príncipe, donde se presume comenzara su noviazgo. Por los estudios y negocios de Ignacio en la Habana la distancia se adueñó de la mayor parte de su cortejo, lo que significó una mayor entrega de ambos para alimentar la pasión.

El noviazgo

De este proceso queda el más divino testimonio, el epistolario de Agramonte hacia Amalia. Cargado de belleza y sinceridad, con grandes valores literarios que lo sitúa entre los más notables del romanticismo cubano. Cada una de sus líneas están cargadas de ansias de cercanía, de esa necesidad imperiosa del uno por el otro, de la valentía que permitía mantener la pasión viva a pesar de las dificultades, y sobre todo, la lealtad que se profesaron.

Son varios los lugares de la ciudad de los tinajones que las huellas de este amor le otorgan un valor agregado. La Quinta Simoni es quizás el ejemplo más marcado de ello y en especial su patio. Allí disfrutaban esas tan añoradas visitas en los retornos de Agramonte a Camagüey, convirtiéndose en un oasis de ternura. En la distancia, las epístolas se hacían eco una y otra vez de los instantes allí vividos, destacando cada detalle del lugar, gesto y sensación saboreada en él.

La boda

Luego de dos intensos y difíciles años de noviazgo llegó el momento de la tan esperada boda. Durante todo el proceso de los preparativos, la elección de la casa donde se establecerían como familia y los más ínfimos detalles, encontraron nuevamente en las cartas las mejores aliadas. “…Ya deseo verme de vuelta en Camagüey, deseo más que P. Almanza nos eche la bendición nupcial. ¡Qué fecha tan querida será para mi esa en que la recibamos!”.

El 1 de agosto de 1868 se materializó el tan esperado momento. La majestuosa iglesia de Nuestra Señora de la Soledad fue el lugar elegido para sellar la unión de uno de los amores más sublimes, idílico e imperecederos que hoy forma parte indisoluble del espíritu y el alma principeña.

La guerra

Fue poco el goce de un matrimonio tan anhelado. A pocos meses de la unión estallaría la Guerra de los Diez Años y Agramonte no tardaría en organizar sus tropas para apoyar a la causa. La distancia se volvía adueñar de la familia ya oficializada. Agramonte se entregaría a la Patria como lo había hecho a su Amalia y convertiría en estas las dos causas principales por la que luchar. “Vivir siempre junto a mi ángel idolatrado y en Cuba independiente mi deseo más vehemente”.

Dos hermosos retoños nacerían de este amor y se convirtieron en la fuerza de Amalia para seguir viviendo después de aquel 11 de mayo de 1873, cuando su esposo entregaría su vida a la lucha por la independencia de Cuba. Ella, hasta el momento de su muerte, el 23 de enero de 1918, seguiría apoyando la causa por la que su Ignacio luchó.

Cada primero de agosto las campanas tañen sobre la ciudad agramontina. Celebran nuevos matrimonios que enaltecen el amor por encima de todos los sentimientos. Pero sobre todas las razones, se rinde tributo a esas dos almas que encontraron en la eternidad el espacio perfecto para no separarse nunca.

Bilografía

Cento, E & Pérez, R & Camero, J. (2018). Para no separarnos nunca. Cartas de Ignacio Agramonte a Amalia Simoni. Casa Editorial Verde Olivo. La Habana.

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