Hablaba de él con tanta familiaridad, que podía sentir su presencia en aquella casa, para ella era un amigo más, un ser admirable, pequeño de estatura pero inmenso en sus valores. Le llamaban Alfredito por el cariño acumulado en tantos años de ausencia.
Esta mañana al llegar a mis manos un libro de -Alberto Albariño Atiénzar– dedicado a la vida del revolucionario camagüeyano Alfredo Álvarez Mola, recordé esta historia que me contó algunas veces la amiga Iris Martínez, quien fue trabajadora bancaria por 30 años y tuvo el honor de compartir con su esposo Bebo, José Ramón Márquez, la admiración por su compañero de lucha.
Recuerdos de Alfredito
Si algo guarda Iris con emoción, además de los documentos de Bebo, es la admiración que todo trabajador bancario siente por sus mártires.
En el caso de Álvarez Mola distingue su valor, lo describe como un hombre de estatura pequeña y delgada, pero de una valentía a prueba de todo.
Se evidencia en una de sus hazañas para cumplir con una misión, en el propio Royal Banks of Canadá donde laboraba, ubicado en la esquina de Cisneros y la Plaza de los Trabajadores. Una tarja adosada al costado del edificio, hoy nos recuerda al revolucionario que abonó con su sangre la libertad de Cuba.
La misión
Alfredito necesitaba entrar al banco para dar instrucciones a otros compañeros del sindicato, que participaron con él en las huelgas y acciones del movimiento, para esa época ya estaba fichado y muy buscado por la policía batistiana, por lo que se enmascaró con una sotana de sacerdote y con el rostro semi- cubierto, así logró cumplir su tarea sin ser notado.
El revolucionario
Pocos conocen de su osadía y de toda su labor revolucionaria, no solo en el enlace entre Camagüey con la Sierra Maestra, sino en la Columna-2 al mando de Camilo Cienfuegos, donde Álvarez Mola, propició su avance al occidente, contactando con sus colaboradores y trazando las futuras rutas a seguir durante las noches, para adelantar camino sin ser capturados.
Al dejar encaminada la tropa hacia el occidente, de Ciego de Ávila regresa para refugiarse en la finca San Miguelito en Najasa, su propósito era unirse a otro grupo, pero fue entonces cuando una delación truncó sus planes y su vida, a escasos día de la victoria de enero.
Luego de múltiples golpes en el cráneo lo ultimaron a tiros, su menudo cuerpo fue desmembrado y enterrado en una lechera de aluminio, en áreas de la finca, donde creyeron que nadie encontraría, pero un trabajador agrícola, hizo la denuncia y finalmente sus verdugos fueron juzgados por el tribunal revolucionario; los restos recibieron el merecido homenaje de su pueblo.
Las memorias de Bebo
Al asesinar a Alfredito, por una delación de un soplón de apellido Basulto, Bebo se dedicó a guardar sus memorias y hacer justicia a la indebida muerte. Por eso con el triunfo revolucionario logró junto a otros compañeros, entre ellos Mario Herrero Toscano, exhumar sus restos perdidos en la finca San Miguelito y traerlos al cementerio General de Camagüey, donde reposan en un digno panteón.
El texto que hoy me motivó a esta crónica se titula Un Pequeño Gigante, la amiga Iris, después de la muerte de su amado Bebo, guardó con celo algunos documentos de esa época, muchos apoyaron y enriquecieron la investigación para conformar el libro.
Su amigo Gigante de corazón sigue presente en casa de Iris, aunque su esposo ya murió, ella sigue fiel a sus memorias y a toda aquella admiración que en vida le profesaran a su jefe en la célula clandestina, quien no solo fue un guía en sus ideales sino un amigo sincero, que se partió a la eternidad muy joven y sin despedida.