Crónica con zapatillas de media punta: Rosa María

Foto: José A. Cortiñas Friman
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El Ballet de Camagüey es un regalo que no esperaba la hoy primera bailarina Rosa María Rodríguez Armengol. Sus 10 años de vida artística la han sorprendido con muchas oportunidades que la enamoraron de la danza.

Aunque es hija de bailarines, sus primeros pasos eran en la gimnasia, pero una lesión la hizo mirar otros caminos y sus padres, quienes le vieron aptitudes danzarías; le dieron el empujoncito que necesitaba para sacar su talento dormido.

Para ellos baila cada obra y siempre piensa en el criterio de ellos, que tanto orgullo sienten de su camino, el que lleva mucho sacrificio, trabajo intenso y una gran entrega que se traduce en respeto por el público.

Los inicios

En la escuela de arte Luis Casa Romero, luego en la Academia Nacional, lejos de casa y de sus maestros hogareños, llegó la graduación y su mamá la bailarina Elda María Almengor, estaba de gira por Egipto, pero los abuelos como ángeles guardianes, allí estaban para apoyarla.

Con ternura confiesa que su abuelo es el admirador número uno y no falta a una función por nada en el mundo, desde primera fila conectan con una mirada rápida, que le da a Rosa María la seguridad de hacerlo siempre mejor, porque su talismán está allí.

Afortunada

Al terminar la escuela en la capital entra al Ballet de Camagüey y una gira a Francia apresuró su trabajo, no tuvo que aguardar como cualquier recién graduada, de inmediato ya estaba preparándose en una obra y muchas otras le han dado la alegría de interpretar diversos roles.

Compartir bailes junto a su madre es de las experiencias que más ha disfrutado, la galería de su casa perpetua en blanco y negro las imágenes de aquellos días felices, así fue con el festival de las flores de Ginzano, el gran paso de Paquita, el Lago de los Cisnes, el Quijote y en el caso de Gisell fueron madre e hija, pero sobre puntas y media punta.

Dice que Elda María es su mayor crítica, es como maestra muy exigente y le ha enseñado mucho, pero a la vez reconoce que sus logros son por propio esfuerzo y no por ser hija de bailarines.

Gratitud

A sus maestras, tanto en Camagüey, como en la Habana les debe mucho, gratitud es poco para expresar el amor que les profesa por guiarla en el mágico camino del Ballet, pero la Compañía camagüeyana es su segundo hogar, es el compromiso eterno con la danza y el público al que se debe.

Un premio

Nunca está satisfecha con el resultado de sus bailes, pero el jurado la ve diferente, pues no por azar en 2017 le otorgaron la categoría de primera bailarina de la agrupación, además de algunas medallas que hablan de su calidad en el trabajo, mientras aguarda por la entrega próximamente de la distinción Espejo de Paciencia.

La joven bailarina, también comparte el amor por la enseñanza y imparte clases en la Academia Vicentina de la Torres, donde está la cantera del Ballet de Camagüey.

Ahora se prepara con la obra Sheresade, donde interpreta ese personaje del cuento Las mil y una noches, que estrenaran por el aniversario 54 en el mes de diciembre.

Su pasión

Rosa María No imagina la vida alejada de la escena, es feliz bailando y aunque sabe que la carrera de una bailarina es breve, quiere que la suya sea lo más diversa posible, hasta hoy su protagónico en Gisell es el papel que más ha disfrutado, por lo que define su carrera con una palabra: Pasión.

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