El digno discípulo de Ignacio Agramonte

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No hubo otro combatiente venido de los Estados Unidos que sobrepasara en coraje y en virtudes personales a Henry Reeve, el Inglesito, de Brooklyn. Su hoja de ascensos sirve de testimonio para apreciar que en Cuba ganó méritos a fuerza de constancia y valor.

Primero soldado, sargento segundo, teniente, capitán, comandante, teniente coronel, coronel y general de brigada, hablan por sí de su hombría y entrega a la causa independentista. Siete años y tres meses en el Ejército Libertador y alrededor de cuatrocientas acciones combativas libradas desde el Oriente hasta el Occidente cubano.

Tras su desembarco del vapor Perrit, en la península del Ramón, Holguín, en 1869, el bravo soldado de la Guerra de Secesión de los Estados del Norte sufrió su primera herida en combate, vendrían más. Cuando fue dado de alta solicitó su pase a la región del Camagüey, donde ya se escuchaba del ejemplo organizativo del Mayor Ignacio Agramonte y Loynaz, jefe que llegaría a profesarle sincera estima y confianza.

Respeto merecido

El coronel camagüeyano Fernando Figueredo Socarrás diría de él: “Heroico en el combate, de fácil percepción, astuto, enérgico y de orden”. Tales méritos ganados le hicieron merecedor de un puesto al lado del Mayor, puesto que no cualquier soldado podía escalar.

Prueba de que de igual modo Reeve sentía especial y sincero reconocimiento por sus jefes y compañeros de armas del Camagüey lo constituyen algunos fragmentos de sus cartas en los que se trasparentan entre líneas su interés por todo lo del campo de la lucha armada en centro de la Isla, a donde pretendía retornar “a vanguardia” de cualquier tropa bajo su mando si las cosas en el Camagüey no dieran señales de progreso.[2]

Nuevamente insistiría al teniente coronel Manuel Sanguily Garrite sobre la necesidad de que el Gobierno de la República en Armas activara las operaciones militares en el Camagüey contra la ofensiva española, en tanto este debía disponer la conveniencia de reforzar el territorio camagüeyano para así poder garantizar la protección del Consejo de Gobierno.

Para tal acción debía designarse como jefe de las regiones del Camagüey y Las Tunas al Mayor General Vicente García González. Todo en aras de fortalecer estratégicamente a dichas regiones y Vicente García lograr que emprendiera la marcha el contingente invasor a Las Villas.[3]

Lo que nos cuenta la historia

Tras esta le dirige otra apasionada carta al Mayor General García: “Marcho en la firma convicción de que muy pronto llegarán a mis oídos las victorias por U. obtenidas, elevando al Camagüey a la altura que por tantos títulos merece”.[4]

¿Acaso no habían estado en su memoria atesorados los infinitos recuerdos del Camagüey, estando al lado del Mayor Agramonte, del conocimiento de sus amores con Amalia, de la Academia militar que dirigía, de los triunfos de la Caballería Agramontina, de su fe inquebrantable en la victoria…?

El afecto y estimación del Camagüey tenían para él el mismo aprecio que su vida.[5] Así lo subrayó al Teniente Coronel Manuel Sanguily Garrite, según carta enviada a este desde Aguada de Pasajeros, el 4 de febrero de 1876.

Camagüey en Henry Reeve

No olvida tampoco al Camagüey. En carta a Miguel Betancourt Guerra  confesó: “Las noticias que recibimos de nuestra tierra [Camagüey] aunque siempre las más atrasadas son las que incesantemente anhelamos. Hablo de corazón cuando digo que veo la llegada del correo del querido Camagüey con más regocijo que al recibir las cartas de mi familia de New York”.[6]  Casi al finalizar la misiva destacó: “Recuerdo a todos los que usted sabe que me quieren, y recuerda que siempre devuelvo con interés crecidos sus cariños”.[7]

No se ha levantado en el Camagüey entrañable del bravo amigo norteamericano, —lo mejor salido de esa nación norteña en apoyo solidario a la Mayor de las Antillas—, un busto que le recuerde y honre por todo el pueblo agramontino que acudiría, de seguro, ante él.

Merecería hacerse, entre otras ofrendas de agradecimiento, para servir de bofetada al deshonor y desvergüenza de hombres sin decoro de esa misma nación, que todavía hoy nos desprecian y nos desean el aniquilamiento total por medios de leyes indignas y bloqueos criminales.

 Citas y referencias

[1] Así lo subrayó la “Declaración del Gobierno de la República en Armas” redactada por el secretario de Relaciones Exteriores Ramón Roa Travera, desde Holguín, el 28 de septiembre de 1876, al dar la noticia de la muerte en combate del Brigadier Henry Reeve, quien antes de caer en manos del enemigo que le rodeaba decidió dispararse con su revólver sobre la sien derecha. Tenía 26 años de edad. El cadáver fue enterrado en el Cementerio General de la Purísima Concepción de Cienfuegos, el 5 de agosto de 1876. En: Libro de defunciones No. 10, folio 199 y número 627. Reeve cayó en combate en Yaguaramas el día anterior.

[2] Toste Ballar, Gilberto: Henry Reeve, el Inglesito. Editorial  de Ciencias Sociales, La Habana, 1978, p. 278.

[3] Ob., cit., p. 279.

[4] Ob., cit., p. 280. La cursiva es del autor de este artículo. Fíjese el lector en el énfasis de Reeve por el Camagüey, lo que dice cuánto apreciaba a esta tierra y en especial a sus compañeros, que llevaban adelante la revolución.

[5] Ob., cit., p. 281.

[6] Ob., cit., p. 283.

[7] Ob., cit., p. 284.

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