José Martí contaba con los patriotas del Camagüey que habían entrado a la Guerra de los Diez Años bajo el mando de El Mayor Ignacio Agramonte Loynaz. Con los «hilos de la conspiración» entre sus manos dirigió sus agentes al Liceo principeño donde aguardaba el Marqués Salvador Cisneros, propietario del edificio y de la casa familiar en la calle Mayor nro. 22, y a quien el Maestro habría advertido recelar del magnate y ex voluntario del 68 Bernabé Sánchez Adán residente en esa misma calle, en la que había ofrecido su casona para alojar la Comandancia General y Estado Mayor del Departamento Militar del Centro en la pasada guerra.[1]
A la casa del Capitán del 68 Alejandro Rodríguez y Velasco en Mayor nro. 37 dirigió Martí primeramente a su comisionado Porfirio Batista y luego a Gerardo Castellanos Lleonart para llamarle a filas, asunto que ya él sabía por otro recadero. A la casa de San Francisco nro. 8 del Coronel Emilio L. Luaces e Iraola también fue Castellanos, aunque con precauciones por estar inmediata a la de Carmen Zayas-Bazán, la esposa de Martí y su hijo Pepito.[2]
Al constituyentista de Guáimaro Francisco Sánchez los agentes fueron a llevarle a su casa en Contaduría nro. 50 sus recados. En San Pablo en la casa de los ex Coroneles Elpidio y Enrique Loret de Mola y Boza puede que, igualmente, llegara el comisionado para luego dirigirse al callejón de Aruca a la humildísima morada del prestigioso patriota Esteban Borrero y Echevarría. Y por convocatoria trasmitida a él por Martí, Salvador Cisneros tocó a la puerta de Lope Recio Loynaz, quien no puso reparos a lanzarse a la manigua. Por demás, ante la casa del ex Comandante Mauricio Montejo y Jústiz debió detenerse el agente camagüeyano con la solicitud del Delegado del Partido Revolucionario Cubano.
Cuidando de no ser detectado por militares españoles apostados en el Cuartel de Artillería en que se hallaba la Audiencia en la calle Mayor; en el Ayuntamiento en la Plaza de Armas y en otras dependencias del gobierno colonial, Porfirio Batista salió de la urbe embarcándose en Nuevitas rumbo a Nueva York a verse con Martí.
Al Camagüey va y viene otro de los agentes que derrocha voluntad y coraje, Enrique Loynaz del Castillo. Manuel de la Cruz Delgado y Arturo Malberti cumplieron igual objetivo para levantar en armas al Camagüey.[3] Se visitó la casa del Dr. Oscar Primelles y Cisneros, que hacía frente a la de las hermanas Quesada Loynaz y del patriota Modesto Corvisón. Por Gerardo Castellanos Lleonart supo en San Francisco nro. 9 Pepito Martí y Zayas Bazán de su padre para verlo sumado cuando estallase la guerra. La prueba de su amor paternal fue una leontina.[4]
A cada conspirador llegó a tiempo la convocatoria martiana para reemprender la guerra por la independencia.[5] Unos en sus casas y otros en el Liceo, en la Plaza de Armas, en la Farmacia Xiques y en otros sitios de la ciudad se dieron cita para responder afirmativamente al Delegado, que ya ponía rumbo a la Mayor de las Antillas para, una vez en el Oriente, venir al Camagüey a la constituyente al mismo escenario de la caída en combate de El Mayor Ignacio Agramonte. Todo lo del Camagüey lo llevaba Martí bien hondo en sus pensamientos.
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[1] Porfirio Batista y Varona «cubano valiente y caballeroso» en opinión de Martí, viajó varias veces a la ciudad principeña a contactar con sus conspiradores. Al estallar la guerra alcanzó el grado de Coronel del Ejército Libertador. Nació en Puerto Príncipe el 22 de febrero de 1854 y falleció en La Habana, el 2 de enero de 1911.
[2] Carmen era hermana de Amalia Zayas-Bazán quien se hallaba casada con el comandante de Estado Mayor español Leopoldo Barrios y Carrión y residían en la calle Mayor nro. 14, al lado de la Comandancia Militar.
[3] Por la eficiencia de la misión llevada a cabo por los agentes martianos en el Camagüey se infiere que estos conocían perfectamente las direcciones de las casas de los conspirados que debían sumarse tan pronto estallara la guerra así como de las calles y plazas donde se hallaban los principales edificios de la administración militar y civil representativos del poder colonial español.
[4] Concretamente el mensaje de Martí a su Pepito refería «Si ve usted a mi hijo, dígale muy al oído que lo amo mucho, pero que solo lo perdonaré si lo veo llegar al campamento, el día de la lucha, con el fusil al hombro […]». En: Gerardo Castellanos García: Misión a Cuba. Cayo Hueso y Martí. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2009, p. 150.
[5] Martí contó de igual modo con los servicios del patricio camagüeyano Enrique José Varona y de la Pera, a quien debió dirigir recados en su morada situada en la calle de la Contaduría nro. 97 esquina a la de San Ramón, que actualmente lleva su nombre.