Hace algún tiempo, tuve la oportunidad de visitar el Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, facultad de la Universidad de La Habana que comenzó a funcionar en el curso 2007-2008.
En esa bella edificación, restaurada por la Oficina Historiador de la capital, siglos antes estuvo ubicada la primera Universidad de Cuba. Para orgullo de los camagüeyanos, en el mural de honor, figuran ente sus más notables graduados Ignacio Agramonte y Loynaz.
Al ver su nombre en la lista, la admiración que siempre he tenido por El Mayor me llevó a indagar sobre esta arista de su vida, que solo se habla cerca a la conmemoración del día del jurista cubano.
En el mundo de la justicia
Justo el 8 de junio, pero de 1865, Agramonte desarrolló allí su Tesis de Grado, para recibirse como licenciado de la Facultad de Derecho.
Siguiendo una línea profesional sostenida por su familia, se graduó primero como Licenciado en Derecho Civil y Canónigo, en junio de 1865, luego obtiene el Doctorado el 24 de agosto de 1867.
Fue en el antiguo Convento de Santo Domingo (hoy San Gerónimo) donde el 22 de febrero de 1862, en un ejercicio académico, en varios momentos de su intervención aludió al régimen español, la falta de libertades, de derechos y de justicia, indicando en su parte final la necesidad “de un cambio revolucionario de la sociedad en Cuba”. Esa disertación es considerada en la actualidad como un discurso revolucionario.
Apuntes de Zambrana
Antonio Zambrana, quien luego fue delegado a la Asamblea Constituyente de Guáimaro y diputado a la Cámara de Representantes, como testigo de aquel ejercicio académico de Ignacio, recordaba después:
“Aquello fue un toque de clarín. El suelo de todo el viejo convento de Santo Domingo, en el que la Universidad estaba entonces, se hubiera dicho que temblaba. El catedrático que presidía el acto dijo que, si hubiera conocido previamente aquel discurso, no hubiera autorizado su lectura.
Corta vida como abogado
Tras concluir sus estudios, Agramonte decidió poner en práctica los conocimientos adquiridos, para ello vivió algún tiempo en La Habana, donde fungió como juez de paz del barrio de Guadalupe y ejerció su profesión en esa ciudad, en el bufete de Antonio González de Mendoza; desde mediados de 1868 en Puerto Príncipe, hasta su incorporación a las luchas por la independencia.
En las ordenes que emitía a sus soldados y en las decisiones que tuvo que tomar, frente a su caballería, nunca faltó la justeza y el decoro, valores que ganó en su formación como abogado y que lo llevaron a ser admirado y respetado por otras figuras del ejercito libertador.
Al celebrarse el día del jurista cubano cada 8 de junio, la fecha invita a quienes se desempeñan en esa noble profesión, a ejercer su labor con el decoro y la justicia que eternamente acompañaron a Ignacio Agramonte, tanto en la abogacía como en la manigua y hacer de su carrera la más ética; que propicie la equidad de todos los cubanos.