Los días del Historiador

Foto: Cortesía del autor
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«Revolucionarios» del pensamiento

La nación cubana es fruto de un proceso finisecular de larga duración histórica, en la que los diversos actores sociales y políticos fueron forjando, sin desligarse de las leyes del desarrollo social, la patria criolla primero, los complejos económico-sociales regionales después, y definitivamente la patria-nación emancipada y libre. Se llegaría a ese estado no solo por obra de acciones concertadas o independientes y espontáneas de arquetipos humanos o liderazgos oportunistas, sino por obra y gracia del decurso de lo mejor del pensamiento Ilustrado, de la concertación de ideas y objetivos trazados para la promoción de proyectos sociales adelantados; que pusieran a la rica región de Puerto Príncipe en condiciones de ruptura con la arcaico anterior y de igualdad, -meta casi imposible de alcanzar en los dos últimos siglos coloniales cubanos-, con otras naciones del Viejo Mundo.

Tal era el pensamiento de uno de los representantes del patriciado Gaspar Betancourt y Cisneros, El Lugareño; el mismo de la Diputación Económica de Puerto Príncipe, que integraran, entre otros, el Regidor Fiel Ejecutor del Ayuntamiento Lic. Ignacio Francisco de Agramonte y Sánchez-Pereira. Entidad dispuesta a asumir en su totalidad las ideas demo-liberales provenientes de la Francia moderna.

Empero, faltaba lo esencial, comprensión cabal del tiempo histórico-concreto y la promoción del cambio de estructuras y dogmas absolutistas y centralizadores en la colonia. Parecido a como sucedería en la República neocolonial entreguista a los del Norte de América. Faltaba la revolución en su más amplia y profunda acepción social, antropológica, la del etnos nacional, cultural y política reivindicativa.

Historiadores o visionarios

En la compleja coyuntura de la República neocolonial surgida a partir de mayo de 1902, se debió a las mentes más lúcidas seguidoras del Maestro José Martí, los que no dejaron morir el ideal de nación libre y soberana, los cultores de una nueva escala de valores humanos en la que el hombre fuese el centro focal de la sociedad, y en la que la aspiración suprema llamaba a edificar la patria próspera «con todos y para el bien de todos» en la que se requirió, como nunca antes, de un pensamiento culto y emancipador de nuevo tipo en el que historiadores y miles de maestros y profesores impulsarían esa alborada de cambios.

Época de renovación y defensa de lo nacional en que decenas de monumentos, bustos, obeliscos y otros objetos artísticos con extraordinaria carga de sensibilidad y simbolismo patrio inundaron nuestras ciudades y pueblos. El magisterio hizo mucho. El historiador Herminio Portel Vilá y la maestra María Eumelia Socarrás, con palabras llenas de pasión estimulaban el amor por la enseñanza de la Historia y ella por la realización de un obelisco al Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz, en el desértico potrero Jimaguayú, donde había caído en combate el paradigma de camagüeyano.

Fue en esas circunstancias en las que Emilio Roig de Leuchsenring, Fernando Ortiz, Fernando Portuondo y otros muchos hombres de probada cultura, integrados unos u otros a la «Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales»[1], proyectaron sus pensamientos con una nueva mirada e interpretación de la ciencia histórica, que esta fuese libre para lograrse mayor alcance y profundidad de debates, si se quería avanzar en la cognición del tejido social e impulsar cambios dialécticos superiores. La Historia no podía ser complaciente, velar verdades e invisibilizar personajes y sucesos. La Historia era para reflexionar y transformar. La Historia como liberadora y emancipadora del hombre. La Historia reafirmadora de la fe en el pueblo y en el país.

Los tiempos históricos parecen tener un hilo invisible que hacen conectables las inteligencias de las primigenias dinastías del Egipto Antiguo y de la China ancestral con las vivencias de la etapa actual, que se ve amenazada por las armas nucleares de exterminio total y el cambio climático acelerado que hace peligrar los ecosistemas y la existencia de la especie humana.

Los historiadores tienen un compromiso ético por delante y pueden contribuir mucho a hallar soluciones inteligentes a tiempo, si les escuchan los gobernantes, las estructuras y las sociedades. Los momentos actuales no son para esconderse detrás de mediocridades, ni de justificaciones anteponiendo posturas egoístas, disensos circunstanciales y autosuficiencias. Es hora para desde la Historia salvar el planeta.

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[1] La Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales fue fundada en La Habana, en el año 1940, y a ella quedaron integrados prestigiosas personalidades nacionales y latinoamericanas. Dos años después, dando cumplimiento a sus proyecciones, en cada Congreso Nacional de Historia comenzaría a difundirse el conocimiento histórico reciente y a estimularse con mayor énfasis el estudio de la historia de Cuba, sin pretender que esos contenidos quedasen reducidos al núcleo de expertos sino transmitirse «hasta el corazón mismo del pueblo», «para que la historia no fuera tergiversada o falseada», «rectificarse falsos conceptos» y «errores de interpretación», por demás, «aclararse dudas» y «salvando injustas pretericiones».

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