Los enigmas de una leyenda camagüeyana

Foto: Cortesía de la autora
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Cuenta la leyenda que, en 1800, un personaje de Puerto Príncipe, esparció el pánico en la otrora villa de más de 336777 habitantes, el individuo del cual nunca se conoció su nombre, era descrito como un hombre corpulento, con una fuerza descomunal, distro en el manejo del arco y la flecha y una crueldad primitiva, reflejadas en el hecho singular de alimentarse con lenguas de reses. Cualidades que junto a la descripción física le ganaron el apodo de Indio Bravo.

De allí que estos calificativos nos remitan a una primera incógnita; su apariencia era realmente la de un indio, o simplemente se quiso por la élite social de aquellos años asociar sus fechorías del bandolero con aquellos primeros habitantes de la región en una postura discriminatoria que pretendía castigar de esta manera a los indios que sobrevivieron a las barbaries de los conquistadores.

Si bien los pormenores de la leyenda recogida por Tomás Pío Betancourt, Juan Torres Lasqueti, Jorge Juárez Cano, entre otros y más cercano en el tiempo Héctor Juárez y Roberto Méndez, nutridos de revisiones bibliográficas e informaciones de las actas capitulares no establecen con precisión los desafueros del “Indio Bravo”, es incuestionable el alcance que tuvo en su época el rumor de sus felonías.

El miedo entorno a su figura

El pavor en la ciudad por la presencia del malhechor identificado con un caníbal que robaba niños selló el destino del personaje e hizo que el Ayuntamiento principeño en 1801, ofreciera la cuantiosa recompensa de 500 a quien lograra su arresto, una segunda interrogante se impone ¿Con este tipo de atropellos, porque no se registraron informaciones en el Ayuntamiento del vandalismo perpetrado por el Indio Bravo para sustentar las gestiones de las autoridades?

Y por otra parte las preguntas ineludibles, si fueron tal los desmanes del sujeto ¿Por qué transcurrieron tres años antes de que fuera apresado? ¿Miedo, poca importancia para la villa o simplemente rumores desproporcionados?

Sin respuestas concluyentes por falta de archivos confiables entre las familias principeñas y escuetas las informaciones de las actas capitulares del Ayuntamiento en estos años sobre los acontecimientos, se conoce que finalmente dieron captura y muerte al bandolero, el 11 de junio de 1804 los vecinos de la finca Cabeza de Vaca, Don Serapio de Céspedes y Don Agustín Arias, en la ofensiva para recuperar al niño José María Álvarez González que fuera secuestrado.

Y de nuevo, otra conjetura circunda la leyenda, cuando se cree que fue un esclavo de Don Serapio quien lo capturó, pero por su condición no tuvo derecho a cobrar la recompensa que los ilustres vecinos obtuvieron el dos de julio de ese año.

Las respuestas se sumergen en el campo de la especulación o de los matices que acompañan a cada leyenda, lo cierto es que el cadáver se expuso en la medianoche de ese día en Plaza de Arma, entre la mirada curiosa de los pobladores que se acercaban y el ruido intempestivo de las campanas que proclamaban su captura.

Cuenta la leyenda, que muchos vecinos acudieron a las iglesias para agradecer la respuesta a sus plegarias de ser liberado de ese bandolero, mientras otros festejaron en las tradicionales fiestas sanjuaneras aquel triunfo colectivo.

Pero la historia, no permite olvidos y en 1893, circuló clandestinamente un periódico independentista que llevó su nombre, lo que conlleva a que usted se pregunte si fue el Indio Bravo solo un símbolo de bandolerismo o también de rebeldía.

La tradición…

El poeta Miguel Unamuno expresó que la «Base de la personalidad colectiva de un pueblo es la tradición», palabras sabias que aparecen en prólogo del libro El Camagüey Legendario y que cada uno hace suyas cuando los vericuetos de la historia se entretejen con la ficción para a través de las leyendas recordar acontecimientos tistes, singulares, risibles o simplemente inexplicables.

Por eso, le convido a visitar el Parque de las leyendas ubicado en la calle República cerca a la Plazuela del Puente, allí los murales del artista de la plástica Joel Jover grabados en cerámicas le ofrecen algunas leyendas que acompañan la historia de esta vetusta ciudad. Mañana nuestros hijos y nietos inscribirán también las que asisten a la memoria cultural del Camagüey contemporáneo.

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