Siempre pensé que cuando llegara el momento de tu partida, el tiempo haría un pacto con el destino y te quedarías un poco más. Prefería soñar que estarías allí para toda mi decencia; incluso para los que vendrían después de mi muerte.
Pero la belleza de esta vida reside en la verdad de sus prácticos matices. Hay que nacer, crecer y construir para después morir. Muchos mueren sin edificar siquiera una fuente, tú construiste una cascada de amor, le diste tierra al pobre, sapiencia al analfabeto, solidaridad al que sufre. Demostraste que los sueños no son imposibles y que la libertad se conquista con ternura.
Desde el humilde silencio de mi profesión no puedo dejar de escribirte, porque ni mil años lograrán borrarte de nuestros corazones, porque eres Cuba; porque somos Fidel.
Aprendimos a sentirte eterno en el ir y venir de los muchos que te aman, los menos que te odian, y en suma, los que a partir de siempre te vamos a seguir extrañando. Se hizo tan difícil dejarte alzar el vuelo, por eso comenzamos a interiorizar que cada uno somos tú; porque tu adiós se ha convertido en hasta pronto y se han multiplicado en el pueblo miles de Fidel.