El Día de la Medicina Latinoamericana fue ratificado en el XIV Congreso Internacional de Medicina celebrado en Roma en 1954. Su origen es un reconocimiento a la labor del eminente sabio y médico camagüeyano Carlos Juan Finlay Barrés por el descubrimiento de la transmisión de la fiebre amarilla a través del mosquito Aedes aegyti como vector biológico.
Existen nombres de médicos camagüeyanos o aplatanados en la región que son motivo de orgullo para todos aquellos que laboran en la medicina, o para los pacientes que junto con sus familias guardan un agradecimiento infinito a cada uno de ellos. Entre esos médicos sobresale el manzanillero Manuel Oliva Palomino, quien desde 1959 comenzó a trabajar en el hospital Amalia Simoni, de Camagüey; y un año después, en el actual hospital pediátrico Eduardo Agramonte Piña, hasta su deceso el 7 de diciembre de 2016.
La motivación por la Medicina la demuestra desde pequeño, audaz y con habilidades para inyectar. Con solo 11 años, era solicitado por sus vecinos y acudía a ayudar a las familias pobres, en la mayoría de las ocasiones, sin cobrar sus servicios. Sin embargo, la falta de recursos económicos solo le permitió formarse como técnico de laboratorio en 1954, en el primer curso que se impartió en La Habana.
Su trayectoria laboral comenzó en ese propio año. Posteriormente, ante el éxodo masivo de médicos, se incorporó al llamado para estudiar la carrera de Medicina. Manuel se gradúa en el año 1969, con excelentes calificaciones. Aunque la pediatría llega a su vida por designación, sus conocimientos y amor a los infantes lo retienen para siempre. Según sus propias palabras, era la especialidad que le permitía diagnosticar y curar a sus niños, brindar aliento y confianza a los padres, y retroalimentarse con los abuelos.
Desde el mismo año en que se graduó, fue miembro del Grupo Provincial de Pediatría de Camagüey. Se vinculó al programa de salud Materno Infantil, y en el hospital pediátrico Eduardo Agramonte Piña fundó el servicio de Oncología, que hoy lleva su nombre. Alcanzó el primer y segundo grado en la especialidad de Pediatría. En el Institute de la Universidad de Londres, se hace Senior Teacher of Child Health en 1977, y desde 1984 fue profesor titular de Pediatría.
Desempeñó diversas labores de dirección en la salud y la docencia. Presidió comisiones médicas, de investigación y ética; y ejerció como experto en Cuba y en 34 países de Europa, Asia, África y América Latina, donde prestó también servicios de asesoría como miembro de la Organización Mundial de la Salud.
Su profesión la conjugó con proyectos de investigaciones de Oncología y Pediatría. Los resultados de su trabajo se encuentran publicados en más de 21 libros y diversos artículos en revistas nacionales e internacionales. Congratulado con múltiples distinciones, recordaba con especial agrado la Distinción por la Educación Cubana, la Medalla Piti Fajardo, la Medalla Internacionalista, la Distinción Manuel Beyra Alemañy, el Premio Finlay por el Libro Manual de Oncopediatría, y la distinción Hijo Adoptivo de la provincia de Camagüey, que le fue otorgada en 2003.
Manuel Oliva recibió reconocimientos especiales del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA), como su inclusión en el único directorio biográfico nacional para personas vivas dedicado a científicos, investigadores y directivos de las instituciones científicas cubanas denominado “Quién es Quién en las Ciencias en Cuba”, además de la oportunidad de aparecer en el Diccionario Inolvidables Maestros del Siglo XX en Cuba.
Es recordado por familiares, amigos, compañeros de trabajo y pacientes como un profesional competente, de extraordinarios valores y sensibilidad humana, con una entrega especial para los niños con padecimientos oncológicos, que siguieron siendo sus pacientes aun convertidos en hombres y mujeres.
Quienes tuvieron la fortuna de conocerlo quedaron impactados por su sabiduría, sencillez, humildad, optimismo, cordialidad y cubanía -con expresiones dicharacheras, incontables ocurrencias y un humor que embriagaba.
El inolvidable galeno está presente como paradigma de la Medicina en su familia, en los alumnos que formó, en sus compañeros de trabajo y en el acompañamiento que aún hace desde la ciencia a la que fue su entrañable Sala de Oncología.
Sus cenizas, por voluntad propia, fueron dispersas en 2016 en los jardines del Hospital Eduardo Agramonte Piña, el sitio que le brindó la oportunidad de salvar vidas, y de crecer como profesional y ser humano.