Por: Armando Pérez Padrón
Desde el nacimiento oficial del cinematógrafo, el 28 de diciembre de 1895, los incipientes creadores del futuro séptimo arte, fijaron su atención en personajes históricos. El caso más significativo ha sido el de Jesús de Nazaret, encarnado en el cine desde 1897 hasta 2010 en más de cien películas.
En los primeros años de la llegada del cinematógrafo a Cuba, sobresale la obra del padre de la cinematografía cubana, Enrique Díaz Quesada, quien dirigió diecisiete de los cuarenta filmes de ficción que se rodaron entre 1907 y 1922, y más de una docena de documentales, incluyendo dos en nuestra ciudad: Camagüey panorámico (1908) y Los festejos de la Virgen de La Caridad en la ciudad de Camagüey (1908).
En tanto, uno de los sucesos más grandes de nuestras guerras de independencia lo llevaban una y otra vez, física o mentalmente, a nuestra legendaria ciudad. Así nace el proyecto de filmación de El rescate del brigadier Sanguily, para lo cual: “Consultó Enrique Díaz Quesada la figura enhiesta de don Manuel Sanguily y trató la cuestión con otros hombres de la época, de ahí la autenticidad de su película, que la prensa señala y alaba y acerca de la cual se pronuncia con elogio gente autorizada. Hay quien habla de lección objetiva, con valores didácticos estimables, provechosos para uso de nuestras escuelas en la enseñanza de la historia de la patria y sus figuras señeras.[1]
El padre de nuestra cinematografía, auxiliado por el periodista camagüeyano Eduardo Varela Zequeira[2], agregó al guion elementos extraídos del relato escrito por Manuel de la Cruz Fernández[3], además de consultar -como manifestó José Manuel Valdés Rodríguez en su crónica- previamente a don Manuel Sanguily.
Así, el 12 de mayo de 1916, Enrique Díaz Quesada viajó a Camagüey para iniciar el rodaje. Para mayor autenticidad del relato, el coronel Julio Sanguily -hijo del brigadier-prestó la prótesis que empleaba su papá tras la inmovilidad de una de sus piernas por una herida en combate. Por su parte, el Presidente de la República, Mario García Menocal, facilitó tropas y pertrechos para contribuir a minimizar los costos de la película y facilitar la culminación de la obra.
El 23 de diciembre de 1916 se realizó en el Palacio Presidencial una exhibición privada para el Presidente de la República, quien a petición de los productores les remitió una carta el 5 de enero de 1917, en la que refería: “Aprovecho esta oportunidad para felicitar a ustedes por el alto grado de desarrollo que con la impresión de esta película demuestra haber alcanzado el arte cinematográfico en Cuba, así como lo acertado del tema que les ha servido como argumento y que seguramente habrá de avivar, en nuestra juventud, el sentimiento de la nacionalidad, que es la base primordial sobre la cual descansa el porvenir de la república.[4]
Diecisiete días más tarde se estrenó en el teatro Payret. Muchos cronistas y testigos de aquel momento tuvieron palabras de elogio para el filme. José Manuel Valdés – Rodríguez desborda de entusiasmo en su reseña: “En el celuloide, alentó la sabana criolla, y fulguró en la mañana el machete mambí. El Bayardo criollo y sus centauros pusieron en pie las salas cubanas, cuando ya estaba de moda desentenderse de lo nuestro como no fuera para desmontar e incendiar las increíbles florestas de ese mismo Camagüey legendario y sembrar de caña la tierra próvida.[5]
Valdés – Rodríguez añade una cualidad más al relato fílmico: la capacidad de la obra para alertar y recordar a los prematuros olvidadizos, cuánta sangre se derramó, y cuantos jóvenes, e hijos de la Patria y de la humanidad ofrendaron sus vidas para una Cuba que no era precisamente la que se manifestaba por aquellos días.
Un crítico anónimo expresó de forma convincente: “La más estricta verdad se admira en toda la película, pues eso ha sido el empeño de sus editores, que no cesan en sus propósitos de trasladar al cine valiosas páginas de nuestra historia sin reparar en sacrificios.”[6]
A 105 años de ser llevado al celuloide lo que para muchos constituyó la acción de guerra más temeraria de la Guerra de los Diez años, el grito de vergüenza de El Mayor se alza por encima de cualquier tipo de algarabía para recordarnos lo que Valdés – Rodríguez sentenció sabiamente: “El Bayardo criollo y sus centauros pusieron en pie las salas cubanas, cuando ya estaba de moda desentenderse de lo nuestro”.
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[1] Pedro Noa Romero, compilador: Ojeada al cine cubano. José Manuel Valdés-Rodríguez, Ediciones ICIAC, La Habana, 2010, p.25.
[2] Cfr. Arturo Agramonte y Luciano Castillo: Cronología del cine cubano I (1897-1936), Ediciones ICAIC, La Habana, 2011, p.160.
[3] Manuel de la Cruz y Fernández. Periodista, escritor y crítico literario cubano. (1861-1896)En 1892 publicó su obra más acabada: Episodios de la revolución cubana, novela testimonio a partir de las anécdotas narradas por el teniente coronel Francisco Lufriú, sobre acontecimientos memorables de la guerra de los diez años.
[4] Raúl Rodríguez: El cine silente en Cuba, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1992, p.p.188-189.
[5] Pedro Noa Romero, compilador: Ojeada al cine cubano. José Manuel Valdés-Rodríguez, Ediciones ICIAC, La Habana, 2010, p.p.24, 25.
[6] Citado por Arturo Agramonte y Luciano Castillo: Cronología del cine cubano I (1897-1936), Ediciones ICAIC, La Habana, 2011, p.162.