Página bella y honrosa de su vida
El hecho constituyó un sincero gesto humano y altruista que hizo ganar admiración a buena parte de la sociedad civil criolla de la ciudad de Puerto Príncipe. También levantó recelos y quejas porque constituía un acto demasiado avanzado -lo que equivalía a decir revolucionario- que tenía por inspiración la corriente de pensamiento liberal surgida en el Viejo Continente y asumida entre los criollos de la Mayor de las Antillas contra todo lo estancado y arcaico del viejo pensamiento y las viejas estructuras del poder colonial español.
La Revolución Burguesa Francesa, el imaginario libertario y emancipador en Haití, el ideario bolivariano de unidad continental contra España, las luchas reiniciadas tras el revés de la segunda República en Venezuela, en 1816, las noticias sabidas en Puerto Príncipe de las violentas sublevaciones de esclavos en sus haciendas -como en Cuatro Compañeros, propiedad de Serapio Recio y Miranda, y la de negros carabalí en el ingenio de Manuel Nazario Agramonte, en montes de Tínima- entre otros estallidos contra la trata y la esclavitud, con seguridad, fueron del conocimiento del Bachiller en Leyes Joaquín de Agüero.
A lo anterior se sumaba el hecho de que la mayor población negra y mulata libre en la región camagüeyana se concentraba en la ciudad. La cifra rondaba los más de 16 mil hombres. De modo que la esclavitud pareció no constituir el problema fundamental de la sociedad criolla principeña. Para más, era conocido que la actividad económico social – ganadera, corazón de la economía principeña, no requería de muchos brazos para su mantenimiento y desarrollo.
“Cumpliendo un deber de humanidad y de conciencia”
Joaquín de Agüero estaba entre la nómina de precursores de la libertad a los esclavos en Cuba. Con cabal comprensión del status colonial de centralización absoluta y falta de libertades, optó por la resolución más revolucionaria en esa coyuntura: dar libertad a ocho esclavos –seis, por herencia de su difunto padre-, decisión efectiva el 3 de febrero del año 1843, para más, en gesto superior de humanidad, a estos entregó paños de sus tierras para ratificar su condición de “hombres libres”.
Limpio de conciencia ante buena parte de la sociedad criolla principeña, Agüero había comparecido ante el escribano de cabildo y público, que tenía bufete abierto en la calle de la Reina, don José Rafael Castellanos y Guillén del Castillo -uno de los conspiradores por la libertad cubana, sumado después a la Guerra de los Diez Años- para dar testimonio de su voluntad de dar libertad a aquellos hombres, que en lo adelante fueron libres.[1]
No resulta dudable que al maestro de escuela que les había dado la absolución ofrecieran muestras de contentura y agradecimiento los negros Casimiro, Victoriano, Gregorio, la conga Josefa, Felipe, Lucas, el mulato Juan de la Cruz y Tomás. Agüero debió sentir dicha mayor.
Conmovido todavía, aunque pasados unos años, escribiría mientras pernoctaba en la primera finca que fuera de su propiedad: «[…] algo más de siete años que fue testigo del acto más solemne, más digno que haya tenido lugar quizás en los campos de Cuba, y sin dudas el más grandioso y memorable de toda mi vida: la emancipación de mis ocho esclavos».[2]
No se equivocaría Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, al referirle a Domingo del Monte, con fecha 15 de mayo de 1843, que «[…] a excepción del defecto que por acá le ponemos de ser medio loco, es un buen muchacho, y tiene talento, y buen corazón».[3]
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[1] Archivo Histórico Provincial de Camagüey: Fondo Protocolos Notariales. Escribanía de José Rafael Castellanos, 23 de Enero de 1843, folio 172v.
[2] Rivas Agüero, Miguel A.: Joaquín de Agüero y sus compañeros. 1851-1951. Talleres Tipográficos Editorial Lex, La Habana, 1951, p. 40.
[3] Córdova, Federico (compilación y prólogo: Cartas del Lugareño (Gaspar Betancourt Cisneros), Publicaciones del Ministerio de Educación, Dirección de Cultura, La Habana, 1951, p. 143.