Fernando Figueredo, primer director de la Academia de Historia de Cuba

Foto: Archivo OHCC
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En el 2010, un acontecimiento marcaba nuevos derroteros para investigadores, docentes, académicos y amantes de la Historia de la nación. Se restituía la Academia de Historia de Cuba, presidida por el prestigioso historiador e investigador Dr. C. Eduardo Torres Cuevas. Las sesiones de trabajo comenzaron el 24 de febrero de 2011.

La Academia de Historia de Cuba es una institución notoria. Sus antecedentes se remontan al siglo XIX. Domingo del Monte esbozó en 1845 una idea para crear una en La Habana, y la Sección de Historia de la Sociedad Económica Amigos del País encaminó sus pasos a estimular la investigación histórica.

Gestionada a inicios de la República por notables intelectuales como Francisco de Paula Coronado, Vidal Morales y Néstor Ponce de León, se mantuvo en impás al morir este último, pero más tarde la influencia de Mario García Kohly y la asesoría de Domingo Figarola Caneda convierten en realidad el cometido. 

El 20 de agosto de 1910, el Decreto presidencial no. 772 reconocía el establecimiento de la misma. Inaugurada solemnemente el 10 de octubre de 1910, funcionó hasta 1962 con el deber de preservar la historia a través de la investigación, la colección y la clasificación de documentos imprescindibles como memoria histórica de la patria.

Por otra parte, cuatro años más tarde, el presidente Mario García Menocal confirió personalidad jurídica propia y capacidad civil a la academia para llevar su vida autónoma en correspondencia al reglamento y estatuto de la institución.

Entre los primeros miembros se encontraron destacados patriotas e intelectuales del país que organizaron, clasificaron documentos originales y copias del Archivo de Indias sobre la historia nacional, impartieron conferencias, patrocinaron concursos, publicaron monografías y los Anales de la Academia de Historia de Cuba, joya en el presente por el contenido de documentos inéditos y extracto de las actas de la entidad. G

Fernando Figueredo al frente de la Academia de Historia

La investidura de Fernando Figueredo Socarrás al frente de la Academia de Historia fue un reconocimiento más a su condición de patriota e investigador. Durante las gestas independentistas había alcanzado prestigio como combatiente, en el desempeño de los cargos de secretario del Consejo, canciller, jefe del cuerpo de Ayudantes y secretario privado del Padre de la Patria Carlos Manuel de Céspedes.

Así mismo, en Cayo Hueso tuvo la iniciativa de impartir un ciclo de conferencias entre 1882 y 1885 sobre la guerra y sus protagonistas, acontecimientos como la deposición de Céspedes, combates significativos, postura de la Cámara de Representantes, el regionalismo, la Protesta de Baraguá, entre otros dieron lugar a su obra más importante La Revolución de Yara, publicada en 1902.

El prólogo escrito por Pedro Martínez Freire expresa algunos de los méritos del texto que seduce por la naturalidad de los relatos, exactitud de los hechos y justicia al emitir opiniones de aquellos hombres y mujeres que durante diez años desafiaron las condiciones adversas en la lucha por la independencia.

De esta forma, el propósito del autor, con el libro dedicado al Club patriótico “Hijas ilustres de la Libertad” -quien auspició las disertaciones- reconoce la grandeza y deberes con la Patria de los que participaron en la contienda y los que han de incorporarse, desea preponderar el valor de aquella gesta, a pesar de los errores, porque las pasiones en la emigración alejaban los juicios de la realidad.

El 25 de febrero de 1894, José Martí, con quien colaboraba en el Partido Revolucionario Cubano le expresa sobre el texto «[…] quiero formar el alma del nuevo Ejército al calor de las enseñanzas del viejo. […]  y que sus obras sean los cimientos en que, no solo descansen los bisoños libertadores, sino que sobre ellos se levante airoso el edificio de la Patria».

¿Cómo accedió a los datos de una obra imprescindible de la literatura de campaña? Es una pregunta que se responde de forma concisa, el principeño Figueredo se nutre de sus vivencias personales, y de la amistad con Carlos Manuel de Céspedes, Máximo Gómez, García Calvar, Antonio Maceo, entre otros. De ello da fe la entrega que le hace Céspedes de su escarapela, luego regalada por Figueredo a José Martí como continuador de la labor revolucionaria.

Hoy, a 177 años de su nacimiento, vale recordar al protagonista de muchas hazañas dentro de la historia patria, presidente de la Academia de Historia de Cuba en 1910.  En el Museo Provincial Ignacio Agramonte existen documentos y objetos personales suyos.

Fuentes:

– Fernando Figueredo Socarrás. (1902). La Revolución de Yara.

Sitio web de la Academia de Historia de Cuba.

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