Eduardo Agramonte Piña, el primero en derramar sangre mambisa camagüeyana

Foto: Archivo OHCC
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La muerte de Eduardo Agramonte Piña el 8 de marzo de 1872 constituyó un duro golpe para la Revolución. Hombre de convicciones patrióticas, participó en las labores conspirativas de la Junta Revolucionaria y la Logia Tínima, y se pronunció por secundar de inmediato el movimiento independentista.

En los meses siguientes de la guerra, su participación como miembro de la Asamblea de Representantes del Centro, el nombramiento de Secretario del Interior de la República de Cuba en Armas, y el desempeño interino de la Secretaría de Relaciones Exteriores, muestran la valía de quien alcanzó por méritos militares propios los grados de Coronel del Ejército Libertador.

¿Patriota, combatiente, médico, músico, docente y periodista…?

Tal vez usted se sienta sorprendido(a) por los calificativos que develan la personalidad de Eduardo Agramonte, quien ante la vacilación al conocerse la noticia del envío de 1500 rifles peabody para el gobernador español Mena, expresó como única solución: «Pues deteniendo al tren que las conduzca y posesionarnos de ellos», destello secundado en Las Clavellinas dos días más tarde.

Sin lugar a dudas, la incorporación inmediata de Eduardo Agramonte, que solicita una organización militar para el grupo de alzados -fue seleccionado encargado del cuarto pelotón- y posteriormente el juramento de la tropa, confirma la dimensión de líder y combatiente demostrada hasta 1872 cuando muere en el combate de San José del Chorrillo.

Es indudable que el epistolario dirigido a su esposa, familia y suegro, junto con su testamento escrito el 14 de junio de 1870 en Güiros de Cubitas nos acerca al ideario del padre, esposo y patriota cubano. Solicita que en caso de morir, la educación de sus vástagos quede encomendada a su suegro Simoni, a su padre José Alberto y a su hermano Emilio, y precisa que la base de esa educación sea:

«Amor sin límite á la justicia, y a á la verdad, así como á la humanidad toda, […], se les infunda el amor á su patria como el primero de los deberes». Más adelante insta a que los sentimientos de honor, la probidad y el amor al trabajo sean los principios fundamentales de la educación a sus hijos.

Sus palabras hablan de la calidad humana del padre y esposo de familia, de las cualidades demostradas en su profesión de médico, docente del Instituto de Segunda Enseñanza, periodista y hombre de bien que al conocer las posibilidades de ingresar a la guerra paga inmediatamente la deuda contraída el 1ro de abril de 1867 de 2000 pesos con el establecimiento de Márquez, Mora y Cía.

La guerra lo forja como estratega. El estudio del arte militar cubano lo difunde en la obra Memorándum sobre el Arte de la Guerra. La condición musical quedó inmortalizada en los toques de cornetas «Diana mambisa» y «A Degüello», convertidos en órdenes militares del Ejército Libertador Cubano.

Su épica muerte frente a un batallón del Regimiento de San Quintín mientras auxiliaba junto con el Capitán Miranda al Comandante Aurelio Sánchez que había resultado herido, inspiró los versos que Ramón Roa compuso -pieza musicalizada y convertida en un tema de canción patriótica e himno que homenajea a Agramonte Piña.

Las partituras originales de esos arreglos se encuentran hoy en el Museo Provincial Ignacio Agramonte, como parte de las colecciones de esa institución ubicada en la ciudad de Camagüey.

Oye ilustre varón; la voz de un bardo,

Del que admiró tu patriotismo ardiente.

Y que sumido en la desgracia, siente

Que dejes de existir y gozar.

Perdona, Eduardo, si pobre lira

Ha perturbado tu mansión sombría

Y al compás de dulcísima armonía

Deja mi amargo llanto derramar.

Empero cuenta en el sepulcro helado

Con la firme constancia del hermano

Que mientras lata un corazón cubano

Tu sangre generosa vengará.

Y al fin, la patria victoriosa y libre

En los bellos anales de su historia

Un monumento de perpetua gloria

A ti ilustre varón dedicará.

 

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