Para la forja de la nación
Martí agitaba esfuerzos políticos desde fuera de la Isla y llamaba a los viejos luchadores de la epopeya gloriosa para entusiasmarlos a volver a batirse por el proyecto de nación que dibujaba con fuego de su mente. El Maestro no hurgaba en viejas diferencias y errores tácticos del proceso anterior, que habían llevado a bajar la espada en El Zanjón.
Para levantar en armas a Cuba, nada mejor en su proyecto liberador de nación que recordar cada «10 de Octubre», honrar a los hombres imprescindibles de la lucha, ofrecer el retrato imaginativo del «10 de Abril», y sacar de la vitrina histórica a Carlos Manuel de Céspedes y a Ignacio Agramonte.
Sabido el perfil ético, moral, patriótico, radical, ilustrado, de ejemplos cabales de cubanos, Martí los colocaba exactamente en el núcleo del llamado para el impulso unitario definitorio y para levantar de nuevo con firmeza la espada que se había dejado caer. El 9 de octubre de 1888, el Maestro redactó en una otoñal madrugada el conmovedor artículo que tan pronto salió de la imprenta en las páginas de El Avisador cubano fue distribuido entre la emigración patriótica en Nueva York. Era impactante su contenido.
Amalia Simoni, la viuda del camagüeyano y quien le conociera, le agradeció su honra a El Mayor, por el texto en que se hacía visible cierto énfasis ponderativo por el caudillo del Camagüey. Recuérdese la semblanza «De Céspedes el arrebato, y de Agramonte la purificación»; y aquella: «Y lo que queremos es volverlos a ver»; o del principeño: «Aquel diamante con alma de beso».
El Mayor a la pelea por el país
Sabido el carácter recio de varios de los viejos luchadores y de la inexperiencia e inmadureces de los «pinos nuevos» que serían llamados a la lucha, Martí buscaba la fórmula de atraerlos y forjar esa unidad para el logro superior. Precisamente para componer el retrato ponderativo de Agramonte al que había que seguir a los campos de Cuba, como si estuviese vivo todavía, alude: «Pero vino la guerra, domó de la primera embestida la soberbia natural, y se le vio por la fuerza del cuerpo, la exaltación de la virtud».
A Céspedes y Agramonte había que hacerlos presentes en el llamamiento por el nuevo país, sin España. Por todo cuando alude al segundo, en su cosmovisión pretendiendo que los jóvenes o «pinos nuevos» asumieran sus mismos valores patrios para usarlos en el combate en los campos de Cuba, destaca: «¡Acaso no hay otro hombre que en grado semejante haya sometido en horas de tumulto su autoridad natural a la de la patria!».
Diría más: «¿Y aquél era el que a paso de gloria mandaba el ejército de su gente, virgen y gigantesco (…)? ¿Aquél que arengaba a sus tropas con vos desconocida, e inflamaba su patriotismo (…)? ¿Aquel el que jamás permite que en la pelea se le adelante nadie (…)? ¿Aquél que cuando mil españoles le llevan preso al amigo, da sobre ellos con treinta caballos, se les mete por entre las ancas, y saca al amigo libre? ¿Aquel que, sin más ciencia militar que el genio, organiza la caballería, rehace el Camagüey desecho, mantiene en los bosques talleres de guerra, combina y dirige ataques victoriosos, y se vale de su renombre para servir con él al prestigio de la ley, cuando era el único que acaso con beneplácito popular, pudo siempre desafiarla?»[1]. El héroe de Jimaguayú para impulsar la lucha y la unión.[2]
El artículo martiano «Céspedes y Agramonte» vale repasarse en las aulas. Su convocatoria a librar con vergüenza y decoro la pelea por el país; a reforzar la unidad de todos; a esforzarnos por Un Mundo Mejor; a defender la historia como cultura de nación; y a ser mejores seres humanos; a eso y más nos sigue convocando Martí para estar al lado de la marcha del Padre de la Patria Céspedes y del Mayor Agramonte. Y la reciente victoria en las elecciones de Diputados a la Asamblea Nacional del Parlamento Cubano, confirma que vamos bien por la ruta de aquellos iniciadores de nuestra epopeya de luchas.
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[1] Juan Jiménez Pastrana: Ignacio Agramonte. Documentos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, pp. 372-376.
[2] Martí acompañaría la publicación del conmovedor artículo con su emotivo Discurso en conmemoración del 10 de octubre, pieza escrita pronunciada en el Masonic Temple, Nueva York, en la tarde del 10 de octubre de 1888, en el que vuelve a aludir al Mayor, cuando refiere: «[…] lo que en la majestad de su tienda de campaña decía Ignacio Agramonte de su mulato Ramón Agüero: “Este es mi hermano”. En: José Martí: Obras completas, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1975, t. 4, 227-232.