De Guáimaro a Fidel

Fotos: Cortesía del autor
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A partir de Guáimaro… ¡Cuba Libre!

El 11 de abril de 1869 fue electo el ex marqués de Santa Lucía, Salvador Cisneros Betancourt, como presidente de la Cámara de Representantes, designación que equivalía al cargo más importante de la República; por tanto, a vérselas con la creación de nuevas leyes y decretos; en la propia estructuración y organización jurídica, política, administrativa y militar del Estado en Armas, por cierto, rama esa última que le haría ganar no pocos conflictos personales, y para el curso de la guerra hasta el Zanjón.

Al siguiente día, fue investido el General en Jefe del Ejército Libertador, cargo que recayó en Manuel de Quesada Loynaz, camagüeyano cuñado de Céspedes. A esa sesión abierta de la asamblea asistió Ana Betancourt Agramonte en compañía de su esposo Ignacio Mora de la Pera.

En cambio, ningún negro ni mestizo ocupó silla, a pesar de que muchos ya integraban las fuerzas que custodiaban el poblado. A seguidas, Carlos Manuel de Céspedes asumió la primera magistratura e inició su alocución con las siguientes palabras: «Compatriotas: La institución de un gobierno libre en Cuba sobre la base de los principios democráticos, era el voto más ferviente de mi corazón (…). No desconozco la grave responsabilidad que he asumido al aceptar la presidencia de la República (…). Cubanos: Con vuestro heroísmo cuento para consumar la independencia. Con vuestra virtud para consolidar la República»[1].

Fidel en el Camagüey agramontino

Había triunfado la Revolución el 1ro de enero de 1959. Los “mambises” por fin entraron a Santiago de Cuba. Del extremo de la Isla, la Caravana de la Libertad con el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz y sus “mambises de verde-olivo” entraron a Guáimaro, repuesto de aquel incendio que un día prefirieron reducir a cenizas sus habitantes antes que verle perder la honra por la tropa española de Valmaseda.

Sibanicú, Cascorro y otros poblados rurales desbordaron la carretera central para dar vivas a la Revolución y a su Comandante, y a dar las manos a Fidel, a Celia… El 4 de enero, la Caravana en el Casino Campestre. Por la noche, Fidel Castro en la Plaza de la Caridad para hablarle al pueblo agramontino. Volvería al Camagüey en sucesivos momentos, cuando se lo permitiera el intenso trabajo al frente del país. Todo sería más difícil, como él lo vaticinó a su entrada a La Habana, aquel 8 de enero.

Casi a cuatro meses después del triunfo, el 12 de abril de 1959, en el Parque C. J. Finlay, el Comandante en Jefe presidiría el acto clausura del Congreso Campesino Camagüeyano; luego viajaría a dejar inaugurada la primera cooperativa arrocera que llevaría el nombre del Mayor Ignacio Agramonte; y de allí a la arrocera “La Olivia” en el municipio Florida.

Claro que regresaría a la provincia luciendo el uniforme guerrillero, mientras le acompañaba el Presidente de la República Dr. Osvaldo Dorticós Torrado, su Consejo de Ministros y demás miembros de la histórica Dirección Nacional del Partido Unido de la Revolución Socialista integrados al Partido Comunista de Cuba.

No fue un paseo rutinario, sino de impulso productivo en medio de la “Jornada de Girón”, el 12 de abril de 1965. La pelea era con la mocha filosa en los cortes de caña en terrenos del central Noel Fernández, antiguo Senado. Luego, el 5 de abril de 1966, le volvería a entrar mocha en mano a las cañas del central Vertientes, después Panamá.

Otro 12 de abril, en 1978, el Comandante en Jefe, acompañado por las autoridades de la provincia camagüeyana, inició un amplio recorrido. Indagando por la marcha del desarrollo del Camagüey, visitó obras del Circuito Norte, entre otras, la Termoeléctrica “10 de Octubre” y el Puerto de transportación de azúcar en Tarafa en Nuevitas.

En la ciudad de Camagüey, se desplazó por la Circunvalación Norte para apreciar el Combinado Cárnico y el Combinado Lácteo en construcción. Un día después, fue a interesarse por la construcción del Central “Batalla de Las Guásimas”, en Vertientes.

Fidel quería chequear la marcha del proceso de industrialización del territorio agramontino, base de la nación próspera socialista, que no pudieron disfrutar el Presidente Carlos Manuel de Céspedes y los Mártires de la Patria.

[1] Morales y Morales, Vidal: Rafael Morales y González. Hombres del 68. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1972, pp. 211-212. La alocución íntegra puede leerse en estas páginas.

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