Fidel y el combate de Jimaguayú

Foto: José A. Cortiñas Friman
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El estratega de la Sierra, de Girón, de Angola…

Se cumplían cien años de la caída en combate de El Mayor Ignacio Agramonte, el 11 de mayo de 1973. En la histórica Plaza San Juan de Dios, adonde fuera llevado por las tropas españolas el cadáver del caudillo del Camagüey aquel lunes 12 de mayo, fue efectuado el acto solemne.

El Comandante en Jefe Fidel Castro realizó el minucioso recorrido por la trayectoria político – militar de Ignacio Agramonte. Sus reflexiones fueron medulares para en lo adelante entender mejor la ruta del abogado devenido cuadro político-militar fundamental de la Revolución en su región natal, y de su postura radical para impulsar y defender el proyecto liberador cespedista, sobre todo, tras desarticular tendencias claudicantes y traidoras esbozadas en la reunión del Paradero de Las Minas, el 26 de noviembre de 1869.

Fidel subrayó que Agramonte había sido el salvador de la Revolución. Y opositor a la tendencia anexionista que asomó a inicios del proceso liberador. Para más, quien subrayó: ¡«Que nuestro grito sea para siempre: ¡Independencia o Muerte»!  no podía pasarse del lado de los Estados Unidos.

Fidel reflexiona sobre el combate

En el discurso pronunciado en la velada solemne, Fidel expresó: «[…] cruzando de un lado a otro del potrero para darle instrucciones a la caballería, se encuentra de repente con una compañía española; que sin ser descubierta todavía, había penetrado por el potrero de Jimaguayú (…) Y en esas circunstancias, de una forma inesperada, Agramonte –acompañado solo de 4 hombres de su escolta – se ve de repente en medio de aquella compañía española (…), y muere en aquella acción por una bala que le atraviesa la sien derecha».[1]

Al día siguiente, Fidel y sus acompañantes viajaron al potrero de Jimaguayú, donde había caído mortalmente herido El Mayor. Ya había repasado con acuciosidad, como era habitual en él, textos de los historiadores Gerardo Castellanos, Juan J. E. Casasús y otros, que detallaban la vida del héroe y contenían planos del escenario del holocausto del 11 de mayo de 1873. Fidel sacó sus propias conclusiones. Hizo comentarios atinados sobre lo ocurrido y en torno a cómo debió haberse librado el lance bélico, lo que comentaría a sus pocos acompañantes y a su ayudante Masola.

El diseño del emplazamiento de las fuerzas cubanas pareció acertado para asestar un golpe mortal a los adversarios, que no cayeron en la trampa del “martillo” en L, que fuera empleada en sucesivas ocasiones por la insurrección cubana. La observación pareció fallar, lo que supo aprovechar el jefe español José Rodríguez de León para adelantar primero a la infantería y penetrar el potrero, dejando a resguardo a la caballería para el momento oportuno del choque con la cubana que dirigía El Inglesito Henry Reeve. Descubierta la maniobra por El Mayor, no perdió tiempo en volar sobre la guinea para detener al Inglesito, pero ya era tarde.

Amalia Simoni, la esposa del caudillo, llamó su atención el 30 de abril, al escribirle que se exponía demasiado, que se batía como un loco, que su «arrojo era desmedido». Fidel igualmente advirtió que, en tan comprometida coyuntura táctica, resultaba imposible impedir la muerte del hombre más arrojado y útil de la Revolución en el Camagüey.

[1] Colectivo de autores: Ignacio Agramonte y el combate de Jimaguayú, tercera edición, Ediciones El Lugareño, Camagüey, 2018, p. 209.

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