Con los CUATRO VIENTOS a favor

Foto: Archivo OHCC
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Miramos al cielo y nos perdemos en la inmensidad del azul, su manto nos despierta el deseo de volar, de elevarnos alto

Los misterios de la aviación, aún en la modernidad, nos invitan a desandar la historia y enfrentarnos al enigma del Cuatro Vientos para recordar el periplo de aquel  vuelo sobre el mar, que llegó desde Sevilla hasta la ciudad de Camagüey hace 85  años. Conversamos sin prisa con el Piloto retirado Franklin Picapiedra Montejo, quien buscando las pistas sobre el fracaso del vuelo nos descorre el velo de la verdad.

El vuelo

La noticia llenó a los camagüeyanos de la época de curiosidad. El 11 de junio de 1933, a las 3:30 de la tarde, llega a nuestra ciudad procedente de Sevilla el biplano “Cuatro Vientos”, el cual trató de reeditar en una ruta aérea sin precedentes, la seguida por el Gran Almirante Cristóbal Colón.

El día 12 de junio de 1933,  en el aeropuerto camagüeyano, más de cinco mil personas acudieron a despedir al Cuatro Vientos y a sus heroicos tripulantes: el capitán de ingenieros y Jefe de la Expedición  Mariano Barberán y  al Teniente Joaquín Collar.

La aeronave partió con destino a La Habana y de allí retomaría vuelo a México. Desafiando al mal tiempo nunca llegaron a su destino y la desaparición aún es un misterio para investigadores, aviadores, autoridades españolas y familiares de los expertos aviadores.

El mito

Se rumoraba  que unos aborígenes que habitan los alrededores de la cueva Guacamaya, en el macizo montañoso que une las regiones mexicanas de Puebla y Campeche,  los asesinaron y sepultaron los cuerpos y restos de la avioneta en la gruta. En el libro publicado en la pasada Feria del libro por Ácana: El enigma del Cuatro Vientos, Picapiedras ofrece argumentos para despejar el mito.

Este piloto camagüeyano, que consagró su vida a la aviación, una vez jubilado se dedicó a investigar y escribir sobre el tema; de este modo se mantiene cercano al cielo y a su profesión, que es sin dudas su mayor pasión.

Que motivó a escribir

Según nos dice con cierta picardía y emoción, su abuelo paterno lo tomó de la mano para educarlo, al morir su padre, cuando era aún muy pequeño. El Casino le quedaba muy cerca y siempre llegaban a mirar el obelisco que recuerda el histórico vuelo de Barberán y Collar.

Allí le contaba sobre el mágico vuelo y la oportunidad que tuvo de verlos en persona, antes de que se despidiesen de los camagüeyanos y continuaran rumbo a la capital cubana, donde recibieran otras ovaciones antes de salir rumbo a la eternidad.

Con esas motivaciones, a los 16 años, inició en la escuela de pilotos de La Habana, lo cual dio rumbo a su larga vida en el aire, con más de 15 MIL horas de vuelo; su meta era llegar a los 20 mil, pero un accidente aéreo lo hizo quedarse en tierra más joven de lo previsto y retomar su otro hobby: el de escribir.

Así nos regaló este libro: El Enigma del Cuatro Vientos, donde concluye su investigación dándonos como final más creíble y posible, la caída del avión al mar y como única prueba la recamara encontrada por una mujer en las costas cercanas a la ruta.

Los ojos de Picapiedra se iluminan, hemos revivido su historia a través de sus más preciados bienes, que los componen muchas fotografías. Con él volamos en el Cuatro Vientos y nos convenció de la proeza que fue para la época un vuelo tan largo y sin escala. Le pido un mensaje para las nuevas generaciones de pilotos que hoy comandan los cielos del mundo y sin pensar insiste:

“Nunca olvidar a los antepasados y a nuestros compañeros que han dejado la vida en defensa de sus naves, ante secuestros y amenazas terroristas.”

Mis luces

Después de este encuentro, fotógrafo, camarógrafo y quien escribe, vivimos una historia fascinante, con la imaginación y el recuento viajamos por el aire pilotados por Franklin; en el camino conocimos del valor y experiencias de Barberán y Collar y buscamos en el mar sus huellas, ya podemos aterrizar: ¡Gracias Picapiedra por la belleza de este vuelo! 

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