La pianista Lourdes Soler Velazco, además de conocer y disfrutar de su instrumento, saborea la poesía y las artes visuales. Por eso no resultó difícil encontrarla en el Salón Internacional de la Cerámica junto a un viejo piano, interpretando Amapola, de Ernesto Lecuona.
Fui a buscarla porque una colega me dijo que era amiga de la infancia del sonero camagüeyano Adalberto Álvarez. ¿Qué mejor manera de acercarnos al maestro que desde la mirada de una compañera de estudios?
Allí estaba ella. Elegante y con su collar de muchos colores, porque según dice, el artista debe estar siempre listo para cualquier actuación. Entonces disfruté de sus interpretaciones; y entre notas y versos de La Guantanamera, muy aplaudidos por los transeúntes, conversamos.
Los recuerdos de Lourdes
Los miembros de sus respectivas familias eran amigos. Los unía la música, pues en ambas partes había cantantes, contrabajistas, pianistas y otras especialidades de la música cubana, en la orquesta Santa Cecilia. Por tanto, se conocían desde niños.
Su amistad creció al estudiar juntos para convertirse en pianistas, en un conservatorio particular ubicado en la calle Tatán Méndez, muy cerca del Teatro Principal.
Al triunfar la Revolución, pasaron al Conservatorio Municipal, junto con músicos de otros instrumentos. Pero ellos fueron los dos únicos graduados de la especialidad de piano en el año 1968.
La tesis de Adalberto Álvarez fue un homenaje a Miguel Matamoros, y la de Lourdes Soler, a Lecuona. Desde entonces se convirtieron en El Caballero del Son y la Dama de la Música Tradicional.
Para Lourdes, Adalberto nació para ser sonero. Desde pequeño ya era muy musical, componía, y sus temas eran interpretados por Rumbavana. Su padre cobraba los derechos, pues él era aún menor de edad.
Ambos tomaron caminos diferentes, pero en cada encuentro El Caballero le insistía en que buscara oportunidades en la capital. Así lo hizo durante muchos años, los cuales le valieron para compartir y aprender de grandes de los escenarios como Bola de Nieve, Consuelito Vidal, Luis Carbonell, Rosita Fornés, entre otros.
La pianista tiene una segunda pasión, la enfermería, por lo que hizo ambas cosas a la vez. Al retirarse de las batas blancas decidió regresar a su tierra y regalarnos su música desde el patio del restaurante La Volanta -donde por más de 20 años ha ofrecido un diverso repertorio en defensa del canto tradicional.
Su peña recibió el halago del historiador Eusebio Leal, quien gustaba de almorzar allí; y en varias ocasiones le insistió en la importancia de mantener vivo ese género entre los camagüeyanos.
Volvemos a Adalberto
Entre acordes y melodías la tarde de diálogo se fue “volando”. Se nos sumó el artista a cargo del proyecto del salón, Oscarito Lasseria, quien amablemente nos facilitó un sitio tranquilo para conversar y disfrutó tanto como yo de este acercamiento al Caballero del Son.
Lourdes me dice que Adalberto vive, vive en sus composiciones, en su popular A Bayamo en coche; en el que cuatro trompetas del son van integrando todos los instrumentos para regalarnos una caricia al oído, con la clave cubana y un coro muy bien afinado.
Por eso se hace la idea de que su compañero de estudios está de gira por algún lugar hermoso del que regresará cualquier día con nuevas melodías para continuar engrandeciendo al son cubano.