La esquina de la solidaridad

Foto: Jesmir Varona Socías
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A pesar de todos los problemas que enfrentamos a diario, me alegra mucho saber que aún guardamos un espacio para la solidaridad.

Lo pude vivir hace poco y me regocija que todavía hayan “bichos raros” como nosotros, sí, me incluyo porque la historia inició con mi esposo (Yohan) y conmigo en la cola que hacíamos para extraer dinero en un cajero electrónico en la Avenida de la Caridad y en pocas horas se repitió. Les cuento…

La historia

Como les decía, estábamos mi esposo y yo agotados por la larga espera en el cajero (el único con dinero efectivo disponible sobre las 5.00 pm en toda la ciudad) y nos sentamos en el quicio de la avenida a esperar nuestro turno, cuando vimos un motorista desesperado. El hombre, sarandeaba su motor apagado, para que bajaran las microgotas de gasolina que suponía quedaran en el tanque.

Yohan comenta:  el pobre, yo sé lo que molesta quedarse tirado con el motor de mano, voy a darle un litro de la mía, para que logre al menos llegar a su casa.

Conmovida por su gesto altruista, lo impulso para acercarse al chofer en apuros, hicieron la transferencia de gasolina en una lata de refresco que recogieron de la papelera y el hombre muy sorprendido y a la vez agradecido, logró echar a andar su motor y se despidió.

Comentaron los compañeros de cola que vieron la maniobra: eso no lo hace nadie en estos tiempos, con la escasez de combustibles que hay. Ante esto respondí: no se preocupen, que alguien lo hará por él cuando necesite ayuda. La sentencia fue como una escritura.

La esquina

Unas horas después, cuando decidimos marcharnos (pues faltando solo 6 personas para efectuar la operación bancaria se agotó el dinero del cajero), llegamos a la intersección de las calles Rosario e Ignacio Agramonte y el vehículo nuestro se apagó. No por falta de gasolina, sino por algún desperfecto.

Ya era de noche, había frialdad y poca iluminación en la calle para que Yohan revisara la unidad del motor, con la linterna de nuestros teléfonos celulares no era suficiente. Desarmó el carburador y la moto seguía sin arrancar. No sé qué tiempo pasó en la maniobra, pero ya estábamos agotados…

No sabíamos que en esa esquina había una bodega, y su administrador y dos trabajadores se marchaban justo cuando notaron la situación; se nos acercó el jefe y preguntó si necesitábamos ayuda o más luz en el sitio.

En segundos estaba vaciando su mochila y del fondo sacó una linterna, con la que alumbró; entonces dijo: esta es la esquina de la solidaridad, aquí nadie se queda solo en apuros.

Pues sí que lo es, pues nos acompañaron hasta que arrancó finalmente la moto y pudimos llegar a casa. No sin antes agradecerles e intercambiar contactos, con esa naturalidad servicial que caracteriza a nuestra gente. Pude asegurarme que no todo está perdido, cómo insisten algunos, aún quedan bichos raros y sensibles.

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