Diego de Ovando, delegado de Diego Velázquez, ordenó el alto tras divisar un promontorio adentrado en la bahía, coronado por dos colinas, y una planicie contigua a un acantilado.
Entonces la semipenumbra del amanecer estaba azotada por un frente frío, y los demás 54 hombres se regocijaron también con el descubrimiento.
–Allí será- exclamó Ovando con fuerte voz, y señaló hacia el llano entre las dos colinas.
Los expedicionarios tomaron la tierra en nombre del rey de España, con una ceremonia solemne en medio de la soledad del mar y de la punta de tierra.
Así nacía en la costa norte de la Isla la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, el rimbombante nombre con el que fue bautizado el nacimiento, de lo que sería un pequeño asentamiento de pobres casas de techo de guano y tablas rústicas.
Era el dos de febrero de 1514, Día de la Virgen de La Candelaria.
En la continuidad de su recorrido, Ovando dejó allí a 15 de sus acompañantes, con víveres, armas, herramientas, otros útiles y dos caballos, y les deseó buena suerte; pero la suerte se trastocó.
Otras expediciones llevaron más recursos y personas, incluidas tres mujeres.
El 31 de diciembre de 1514 amaneció frío y Alonso Gómez bebió mucho vino para entrar en calor. Estaba ebrio y descendió a la orilla del mar para pescar. Media hora después percibió la picada y cuando halaba el cordel quedó estupefacto.
Una joven bella y rubia, emergió cerca del cordel. Él soltó la delgada cuerda y la llamó, pero ella no le hizo caso, se acercó a la orilla y cerca le dejó ver su hermosura.
Eufórico por el alcohol y con los deseos disparados por la abstinencia de estar con una mujer, caminó lentamente hacia la hermosa aparecida y volvió a llamarla, pero otra vez la respuesta fue el silencio.
Ella retrocedió y el hombre comenzó a perseguirla por el agua, hasta que la visión desapareció. Una gran ola lo cubrió y él llegó hasta el fondo. Otra ola volvió a golpearlo cuando trataba de emerger, y el agua tragada y la borrachera lo mandaron al otro mundo.
Al otro día por la mañana, mientras lo buscaban, pues habían notado su ausencia en la noche anterior, Martín Quijano divisó un cuerpo bocabajo en la orilla.
Los demás pobladores acudieron ante el aviso y comprobaron que era Alonso muerto.
Lo enterraron detrás de las casuchas y Jácome Ruiz despidió el duelo.
Fue el primer fallecido en Santa María del Puerto del Príncipe y nadie supo las circunstancias de la muerte.
Aficionado a anotar en un diario la vida en la Villa, Fernán Gutiérrez estimó que el buen Alonso no merecía desaparecer sin al menos un recuerdo impactante, y escribió el suceso de la bella aparecida.
La gente dijo que era una fantasía, pero quién sabe si Fernán tuvo una revelación, y Alonso resultó verdaderamente cautivado por la bella de las aguas.
(Tomado del libro inédito De lo que fue y pudo ser en Santa María del Puerto del Príncipe, en el cual confluyen la realidad y la ficción).