No necesitó millones de años para que la naturaleza la forjara, ni es subterránea.
Ni la originó el desgaste producido por el tránsito de aguas subterráneas entre las rocas, ni una falla tectónica, ni un desplome.
No, fue el hombre, y data del 29 de marzo de 1924: la gruta del Casino Campestre, de la ciudad de Camagüey, y mayor parque urbano del país.
En este 2024 cumplió un siglo.
¿Cuánta gente la habrá visto en 100 años?
Es imposible saberlo, pero basta saber que han sido legiones de varias generaciones de camagüeyanos que han visitado la pequeña gruta, cercana a las estatuas de dos amigos y compañeros de la guerra por la independencia de de la Isla: Salvador Cisneros Betancourt –dos veces presidente de la República de Cuba en Armas–, y Manuel Ramón Silva, secretario de Sanidad y secretario del Interior de esa entidad.
Está construida de ferrocemento (mortero de cemento con malla de alambre en el interior), y una placa de piedra cincelada, en su pared exterior, informa la fecha de inauguración.
Otro de sus elementos vecinos es la glorieta, cuyo techo cóncavo descansa sobre columnas, y que era utilizada para la actuación de orquestas.
La construcción de la gruta la dirigió el catalán Antonio de Moya y es similar,
en su imitación a la roca, a una obra diseñada por el artista Guadí y levantada en el parque Güell, de Barcelona, España.
Hace años tenía agua en el piso y surtidores en las paredes para abastecerla del líquido. En una época disponía también de una tenue iluminación nocturna en el interior,
Allí vivían guajacones (peces pequeños), y yo era de los muchachos que iban a pescarlos con “jamos” rústicos.
Ahora el fondo está seco.
Los tiempos cambian.
La costumbre de visitarla ha disminuido dramáticamente, y casi siempre está solitaria y envuelta en el silencio, a diferencia de la bulla de la cual la llenaban niños y adolescentes.
Han transcurrido más de 36 mil 500 días y la gruta del Casino Campestre sigue erguida y desafiando al tiempo en el mayor parque urbano de Cuba.