Cada 1 de agosto los camagüeyanos rendimos tributo a las bodas de Amalia Simoni  y el Mayor General Ignacio Agramonte. Los jóvenes se conocieron en el verano de 1866, luego que ella regresó de un viaje por Europa con su familia.

Su noviazgo estuvo marcado un poco por la resistencia del Dr. José Ramón Simoni, quien no consideraba a Agramonte como un buen partido para su hija, pues la familia de él afrontaba en esos momentos dificultades económicas; pero el amor pudo más.

Ambos se casaron en la iglesia Nuestra Señora de la Soledad, apenas dos meses antes del estallido de la Guerra de los Diez Años (1868-1878). Prácticamente se encontraban aún en luna de miel y ya Amalia estaba embarazada de su primer hijo, Ernesto Agramonte Simoni, nacido en la Finca “La Matilde”, el 26 de mayo de 1869.

El amor en tiempos de guerra

Las familias del matrimonio Agramonte-Simoni se habían lanzado a la manigua y Amalia lo seguiría para concebir sus hijos en plena manigua.  Meses más tarde Agramonte, que ya para entonces era un respetado jefe militar, decidió trasladarlos a la finca San José de los Güiros, en las inmediaciones de la serranía de Cubitas, donde estableció un sitio al que el matrimonio nombró El Idilio.

Sin embargo, una nueva separación, esta vez definitiva, estaba por llegar: justo el día del primer cumpleaños del niño, una columna española asaltó y destruyó el lugar, llevando prisioneros a Amalia, embarazada de nuevo, a su hijo y a otros familiares; allí  fue apresada y posteriormente exiliada. Tres años después, el Mayor cayó en combate sin volver a ver a la esposa y a su hijo Ernesto, y sin conocer a Herminia, su segunda hija.

Desde que regresó de su exilio se le vio poco en actos oficiales, solo aquellos dirigidos a mantener vivo el ideal libertario, como al que asistió el 24 de febrero de 1912 para develar, en su ciudad natal, una estatua ecuestre de Agramonte, hecha por colecta popular, así perpetuar la figura de su amado.