Para el historiador Fernando Crespo Baró, hablar de sus antecesores es una cuestión de honor, pues gracias a los primeros historiadores de Puerto Príncipe, hoy podemos conocer nuestras raíces y el porqué de varios sucesos y costumbres.
Conociendo de esa máxima en su vida, de honrar a los maestros, esperé una hora oportuna para llamarlo a su casa y despejar algunas dudas que me surgen, al querer escribir sobre uno de los más queridos analistas de las costumbres, personalidades y edificaciones; amante de su tierra y de la cultura del detalle para investigar: Gustavo Sed Nieves.
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-Hola profe, buenas noches, ¿está ocupado?
-Que va-, me responde, -siempre tengo tiempo para atender a una colega.
-Quiero hacerle algunas preguntas sobre Gustavo.
-Ah, pues con gusto, en que puedo servirte…
Así dimos un recorrido por la vida y obra de ese hombre sencillo, amante de su Camagüey, que tanto aportó al Museo Provincial, al Archivo Histórico y a la Oficina del Historiador de la Ciudad con sus recortes, documentos y apuntes personales; los que fueron su vida y pasión. No tuve el gusto de conocerlo, pero sus compañeros de profesión, con cada obra concluida, hacen realidad los sueños de Sed.
Coincidencias del destino
Seguro pocos habrán reparado en la coincidencia histórica que reúne, en la misma cuadra de la calle Independencia, a dos camagüeyanos amantes de sus raíces y de su historia.
En la casa cifrada con el número 62 vivió Gustavo Sed Nieves, quien tanto amó a su ciudad y que murió un 2 de febrero, hecho que a muchos les conmueve, pues no solo vivió para ella, sino que por designios quizás del destino, le ofrendó su vida.
En la acera de enfrente, la casona hoy convertida en tres viviendas con los números 55, 57 y 59, fue el despacho y domicilio de Juan Torres Lasqueti; considerado entre los primeros historiadores de Puerto Príncipe.
De Gustavo, sus vecinos hablan con cariño y conocen de sus investigaciones, según me contó Crespo. La actual propietaria del inmueble cifrado con el 55, Cachita, realizaba la guardia del CDR con Gustavo en la década de los años 80, se interesaba por sus investigaciones y disfrutó mucho al descubrir junto a él, que su casa había sido la vivienda de quien atesoró las memorias del desarrollo y transformación de la Ciudad de los Tinajones.
Cachita guarda con cariño los recuerdos de sus veladas junto a Gustavo, donde conversaban de varios temas, incluyendo la música, que era otra de sus pasiones; por eso un piano y muchos discos eran parte de la decoración de su sala, donde en dos balances forrados con suizas rojas, pegados a la ventana, pasaba horas compartiendo saberes con cualquier estudiante que lo visitara.
Otras virtudes de Gustavo
Crespo comenzó a visitarlo en 1988, cuando iniciaba su preparación para integrar el Equipo provincial de atención a monumentos y sitios históricos. Juntos, revisaron documentos y apuntes muy importantes, para iniciar búsquedas que hoy ya tienen respuestas; sobre todo las relacionadas a casas de personalidades del territorio.
Sus registros fueron una suerte de brújula que marcaba por dónde comenzar y con mente brillante, contribuyó a la formación de consagrados historiadores actuales.
Gustavo era de formación autodidacta, pero no había un tema del que no tuviera referencias: las anécdotas relacionadas con el cementerio, su evolución y primeros enterramientos los conocía al detalle; también las costumbres religiosas y culturales del Camagüey legendario.
Otra virtud era su educación y cortesía, hasta para quedarse en casa siempre estaba correctamente vestido, por si llegaba alguien de momento, estar presentable.
El profe Crespo
Al evocar las buenas maneras de Gustavo Sed, ese historiador y camagüeyano de corazón, debo apuntar que están vivas en su discípulo. Tanto que, al debatir sobre esa frase que “El alumno a veces supera al maestro”, Crespo me rectifica y apunta…solo lo engrandece con su obra.
Por eso, al culminar cada investigación histórica, el primer pensamiento de Crespo es para su compañero, quien le enseñó el camino y hoy puede honrarlo, al confirmar científicamente cada una de sus hipótesis relacionadas con la ciudad y su gente.
Hemos conversado más de dos horas, le agradezco su tiempo y me disculpo por la tardanza, con sencillez me comenta que tenía la cena en la mesa cuando sonó el teléfono.
-Pero profe, que pena… yo podía esperar-, le respondo contrariada.
-No se preocupe por eso, hablar de mi maestro es muy grato y las historias que aprendimos juntos llenan el espíritu, pues como él decía: las necesidades del cuerpo pueden esperar.