El guairo de Jigüey

Foto: Tomada de internet
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Juan Manuel Mexía de la Paz y su amigo Joseph Pardo, derribaron los árboles con hacha y serrote.

Fueron varios días de arduo trabajo con las sudoraciones tempestuosas, en un tupido bosque con oleadas de hormigas bravas.

Nada los detuvo, porque tenían un objetivo irreversible.

Seleccionaron cuidadosamente la madera para la seguridad contra el agua, el salitre y el sol.

Pusieron los troncos derribados encima de una carreta tirada por bueyes y se dirigieron a Jigüey, donde tenían su casa, en el pueblito de ese embarcadero al noroeste de la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe.

Estaban extenuados, pero felices de ver concluida la primera parte de su obra.

Nacido en San Lúcar de Barrameda, en Andalucía, y carpintero de ribera, había emigrado a Cuba en busca de mejor situación económica, y en Jigüey tenía la taberna La Andaluza; bien abastecida y con buena clientela de las tripulaciones de las embarcaciones, y de los carreteros que transportaban mercancías de la Villa al puerto y viceversa.

Pero a tantas leguas de distancia no podía olvidar su afición por los astilleros.

Cerca de la orilla del mar prepararon la obra y trabajaron de forma paciente y ardua.

Trabajaron con serruchos, el serrote y azuelas, y pusieron la roda, el docaste las cuadernas, la quilla y la sobrequilla; entre otras piezas de la pequeña embarcación.

La calafatearon con chapapote de un área próxima a la Sierra de Cubitas, y emplearon los herrajes forjados por maese Ruidíaz, primer herrero establecido en el último asentamiento Santa María del Puerto del Príncipe

Con ayuda de varios vecinos llevaron al agua al San Juan de Dios, primer guairo, como le llamaban a una embarcación criolla, construida en Jigüey

Los constructores la estrenaron con un viaje de pesca calculado en dos días, y cargaron suficiente sal para la salazón de la carne.

Era un Viernes Santo. La primera jornada, por el día y la noche, fue muy fértil y las redes se rebosaron.

Ya todos dormían en la cubierta sobre mantas, y Juan Manuel fue el primero en despertar, a causa del sonido súbito del aire.

Los demás también despertaron y todos se asustaron por la presunción de una tormenta próxima.

El viento comenzó a encabritarse y a zarandear al San Juan de Dios, con el cual ya no era posible acercarse a la orilla.

Comenzó una lluvia tenaz y poco después los cubos no alcanzaban para achicar la embarcación.

Un golpe de aire y lluvia en la popa por poco provoca el naufragio.

Un viento fortísimo por estribor volcó al San Juan de Dios, que se fue a pique, y los tripulantes quedaron a la deriva.

El oleaje prosiguió aumentando, y todos se ahogaron, menos…………, quien ni se sabe cómo pudo llegar a la orilla tras cesar el aire y la lluvia.

Amanecía, y Alonso Núñez, un estibador del embarcadero, le pregunto:

–¿Y qué pasó?

–Todos se ahogaron y el San Juan de Dios se hundió.

Juan Manuel continuó cabizbajo hacia su casa, y le dijo a su mujer:

–No quedó ninguno vivo.

–Ese fue un castigo de Dios por trabajar el Viernes Santo, afirmó la esposa, y él se sumió en cavilaciones sobre la fragilidad de la vida humana y los designios tormentosos del Cielo.

P.D.: El primer guairo construido en el embarcadero de Jigüey data de 1548, según el libro Apuntes de Camagüey, de Héctor Juárez Cano. Juan Manuel Mexía de la Paz, Joseph Pardo y Alonso Núñez vivieron en territorio principeño,de acuerdo con documentos eclesiásticos.

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