El jïbaro que amó a catalina de vargas

Foto: Tomada de internet
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A la caída del sol, y mientras retiraba ropa de la tendedera, sintió un movimiento en el bosquecillo aledaño.

Unos minutos después apareció un perro y ella, asustada, regresó a su casa en la villa de Santa María del Puerto del Príncipe.

El animal comenzó a merodear por la vivienda, Catalina de Vargas acrecentó sus temores en esa tarde de finales del verano, en la cual había lavado ropa en una gran batea de madera dura.

Meditó en qué hacer para alejar el supuesto peligro, y en una escudilla le sirvió comida y enseguida retornó al hogar.

El can, hambriento, lo devoró todo rápidamente y se echó en el portal.

Al otro día, al amanecer, la mujer se asomó por la ventana, y vio al perro en el portal.

Catalina comenzó a pensar que el can era manso, y le ofreció leche.

Durante todo el día el visitante permaneció en el lugar, y ella, quien vivía sola a causa de la muerte de su esposo, estimó que bien le valdría una compañía.

Lo dejó entrar a la casa y le preparó, en el zaguán, un dormitorio con unas mantas viejas.

Progresivamente ambos logaron buenas relaciones, y el perro comenzó a dormir al lado de la cama de la mujer.

Ella se sentía bien acompañada y se congratuló por haberle hecho un espacio en su hogar.

En una mañana soleada la visitó Roque de Ábalos, su mejor vecino, quien observó detenidamente al animal.

–Es un jíbaro, afirmó el hombre, y añadió que no se explicaba cómo era manso y había logrado acomodarse en la vivienda.

–No es un jíbaro, expreso la mujer.

–Te aseguro que sí, yo conozco bien a ese tipo de perro, pues los he cazado.

Catalina quedó perpleja, ya que la conducta del can era muy distinta a la de un animal salvaje.

–Aún no tiene nombre, pero le pondré Fiel.

García le recomendó mucho cuidado, pero ella no le hizo caso a la advertencia.

Fue así que Catalina de Vargas vivió con un jíbaro que se comportaba manso como un perro fiel.

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