Nunca he podido escribir una crónica sobre Camagüey. Cada vez que lo intento se me pierden todas las normas de redacción y se me confunden todos los recuerdos. No es por falta de inspiración ni por ser tunera o regionalista.
Quizás sea por la cobardía de competir con tantas crónicas que se le han escrito a esta ciudad, de decir algo diferente a lo que dijo Guillén, o Aurelia, o mis compañeros de aula en la Universidad. Sobresaturados están los medios de escritos románticos a sus tinajones, sus iglesias y su historia. ¿Qué podría decir yo aquí que no se haya dicho antes?
Podría hablar de su nombre y de sus triples gentilicios. Tal vez, sobre la gente: orgullosa, culta, amante de su ciudad. Pero tendría que hacer toda una disertación que no admite un espacio tan breve.
De los tinajones se ha hablado demasiado, pero vale este momento para admirar la cerámica agramontina, el arte que cubre cada piedra de esta urbe, la cultura que desprenden las paredes ambiciosas.
Sobre las iglesias también podría escribir: que son imponentes, geniales, muestras de la fusión del arte y la religión, hermosos santuarios dignos de esa virgen linda y camagüeyana por evocación: la Candelaria. Pero eso todos lo saben.
¿Y si hablo del pasado de esta tierra? Acabaría en las mismas consignas que repiten cada día en matutinos y actos. Pero bueno sería recordar aquí que Camagüey significa Agramonte y que la vergüenza es una gran cualidad para llevarla siempre en el corazón.
La comarca de pastores y sombreros siempre será ese espacio sagrado al que todos regresan de alguna manera: es el lugar en el que la Avellaneda y Guillén abrieron los ojos, en el que Agramonte se enamoró de Amalia y de la Patria, y tierra natal de Carmen y Ana; las esposas amadas de hombres tan grandes como Martí y Céspedes.
Camagüey es más que un pedazo grande de esta Isla, más que el tinajón, la iglesia, el pasado, las consignas. Es más que nostalgia y crónicas románticas, más que el sueño de una ciudad mejor.
Por eso Camagüey no cabe en una crónica, porque las dimensiones gigantes que abarca, no solo geográficas, también en el recuerdo de la cronista, son demasiado subjetivas para ser tocadas con los ojos.
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