En el discurso inaugural pronunciado en la solemne sesión de apertura del Instituto de Aplicación de Puerto Príncipe, el 10 de octubre del año 1864, el catedrático camagüeyano Fernando Betancourt y Betancourt refirió con cierta crítica, que los colegios de instrucción de primeras letras y los de enseñanza superior existentes en la Isla, no eran suficientes para “llenar las necesidades de la época”, “faltaban los establecimientos de educación intermedia (…) para hacer que no se pierda un solo talento, á fin de utilizar todas las superioridades, poniendo a cada uno en su lugar, y dándole el grado de instrucción correspondiente”. Insistía el ilustrado principeño, que el actual sistema de relaciones exigía hombres capaces de poder cumplir en todos los tiempos sus deberes, dotados de amplias capacidades y conocimientos.
A la par, subrayaba, que en el Instituto de Aplicación de Puerto Príncipe los educandos serían instruidos en las “lenguas vivas y de las ciencias naturales”, la Filosofía moral, la Literatura, la Historia general, la del país, la Economía Política, en el conocimiento de los asuntos locales o regionales; en saber adelantar la industria, la agricultura y en “dilatar el espíritu y fecundar el entendimiento”. En tanto advertía que “el Instituto no dará a nuestra población abogados ni médicos, pero sí peritos agrónomos que perfeccionen nuestro mal sistema de agricultura, peritos químicos (…), mecánicos inteligentes (…), agrimensores (…), aparejadores (…); por último, hombres que sepan que toda propiedad tiene por origen la ley natural del trabajo, que sin él no hay ni pueden acumularse las riquezas (…)”.[1]
Graduado de Lic. en Medicina, en 1864, Eduardo Calixto de Jesús Agramonte Piña pronto engrosaría el claustro de catedráticos del mencionado plantel educacional, preferentemente, para ejercer docencia en una de las cátedras de Poética, Gramática Castellana o Retórica y Francés; lengua gala desarrollada con soltura por él, durante sus estudios en la Real y Pontificia Universidad de La Habana.[2] También vino en favor del ejercicio docente la solidez de su cultura general, su exquisito oído musical y el conocimiento de otras materias y asuntos propios del trabajo del campo; adquiridos en sus viajes a las haciendas pertenecientes a sus abuelos paternos y otros familiares.[3]
Vale saberse que Eduardo Agramonte, mientras realizaba estudios de Medicina en la Capital de la Isla, mantuvo contactos con su primo Ignacio Agramonte, por el que debió saber de sus sigilosas andadas revolucionarias, junto a jóvenes de idénticas ideas y compañeros de estudios de Jurisprudencia. Según se deduce del contenido de las cartas que escribiera Ignacio a su novia Amalia en el Camagüey, Eduardo le solicitaba encargos que él resolvía, sin saberse a ciencia cierta de cuáles asuntos específicos se trataba; aunque puede deducirse la esencia conspirativa de los mismos. Eduardo integraría, primero que su primo Ignacio, el núcleo conspirativo secreto en su terruño natal, y seguidamente, se sumaría a la Junta Revolucionaria de Puerto Príncipe ligada a la Logia Tínima, para trazar los mismos proyectos independentistas. Más tarde, integraría el grupo armado alzado en Las Clavellinas en apoyo a los patriotas orientales, el 4 de noviembre de 1868.
Ya en la insurrección, por sus dotes de organizador y su carácter para el mando y la disciplina, Eduardo Agramonte ocuparía la jefatura del 4to pelotón en el contingente armado; a lo que seguiría su incorporación al Comité Revolucionario del Camagüey, creado el 26 de noviembre 1868. Dos días después probaría su suerte y su coraje en el primer combate libertador en Ceja de Bonilla, contra fuerzas españolas provenientes de Nuevitas. Después de varias acciones combativas sería elegido el 26 de febrero de 1869, miembro de la Asamblea de Representantes del Centro, responsabilidad que mantuvo hasta el 29 de marzo de ese mismo año, para continuar prestando sus servicios médicos en la manigua.
En Guáimaro, el 14 de abril, fue designado Secretario del Interior de la primera República en Armas, responsabilidad que simultanearía de modo interino con la Secretaría de Relaciones Exteriores; desempeño en los que recibiría la ayuda y apoyo de los agentes comunicantes en el campo insurrecto y de muchos colaboradores y amigos, que desde el exterior de la Isla, ayudaban al sostén de la guerra y ofrecían respaldo político a la República en Armas. Más tarde, pasaría a ocupar el puesto de Diputado en la Cámara de Representantes.
Merece igualmente saberse que desde su incorporación a las filas insurrectas mantuvo una constante preparación autodidacta sobre el arte militar, llegando a redactar un Memorándum sobre el arte de la guerra, especie de compilación de obras sobre la materia, las que tradujo y extractó para hacerlas asequibles al entendimiento de los oficiales, clases y soldados del Camagüey. A este texto le incorporó elementos de la legislación civil y militar cubana, así como fundamentos de su propia experiencia combativa.
Tomada la decisión de El Mayor Ignacio Agramonte de reasumir enteramente el mando militar del Distrito Militar del Camagüey, tras dejar su escaño cameral, Eduardo Agramonte pasaría a ocupar el cargo de Representante a la Cámara de Gobierno; cargo en el que se mantuvo desde el 14 de enero de 1870 hasta el 24 de agosto de 1871.
El médico-cirujano Eduardo Agramonte estuvo dotado de especial sensibilidad intelectual, lo que lo llevaría a ganar la admiración y el respeto de los soldados del Ejército Libertador en el Camagüey, al tiempo que era temido por la soldadesca española. Sin dudas fue Eduardo Agramonte un hombre de la ilustración criolla cubana de mediados del siglo XIX, de oído musical suficiente como para dejarnos los toques de corneta “Diana mambisa” y “A Degüello”.[4] También colaboraba “con cierta frecuencia en publicaciones de la ciudad, como Crónicas del Liceo de Puerto Príncipe, publicación literaria patrocinada por el liceo camagüeyano”. Textos suyos aparecieron en el periódico El Oriente, en 1867, publicación de orientación netamente cubana.[5]
Eduardo Agramonte contrajo nupcias con Inés Matilde Simoni, hermana de Amalia, la idolatrada de Ignacio. La dama cultivaría el amor y la pasión por el cuidado de sus hijos, los cuales Eduardo no alcanzaría a ver crecer, por caer en combate frente a una guerrilla española el 8 de marzo de 1872.
Había dado su sangre en prueba de que la intelectualidad radical y revolucionaria estaba del lado de la Revolución y de la República en Armas, y de todos sus poderes legítimos aprobados en el Guáimaro libre.
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[1] Betancourt y Betancourt, Don Fernando: Discurso pronunciado en la solemne apertura del Instituto de Aplicación de Puerto Príncipe. Puerto Príncipe. Oficina Tipográfica de “El Fanal”, 1864, pp. 3-5.
[2] En 1852, sus padres José María Agramonte y Agüero y María de la Concepción Piña y Porro, de mutuo acuerdo decidieron enviarle a realizar estudios de bachiller en Barcelona, España, en colegios agregados para ese objetivo a la Universidad, regresando a Puerto Príncipe tras vencer estudios en 1858. Luego, entre 1858 y 1864, pasó a ser alumno de la Real y Pontificia Universidad de La Habana donde cursaría la Licenciatura en Medicina hasta obtener el diploma correspondiente el 13 de octubre del último año. Pocos saben que en Puerto Príncipe el Dr. Eduardo Agramonte ejerció por un tiempo como médico forense en la Sala de Profundis habilitada provisionalmente en la Iglesia del Cristo aledaña al Campo Santo y luego al Hospital San Juan de Dios, hasta 1866.
[3] Este alcalde fue hermano de Francisco Agramonte Recio, abuelo paterno de Ignacio Agramonte Loynaz. A ambos hermanos perteneció la casona originaria que cubría un ángulo de la Plaza de la Merced y que reconstruyeron gracias al capital familiar.
[4] El hermano de este prestigioso galeno camagüeyano fue Emilio Agramonte y Piña, quien gozaría de mucho mérito como maestro de canto y piano, a pesar de su oficio de abogado. Como su hermano Eduardo, se incorporó a la insurrección en 1868, pero luego abandonaría la guerra en 1873 para pasar a la emigración en los Estados Unidos, nación donde formaría la Escuela de Ópera y Oratorio en Nueva York.
[5] Álvarez Álvarez, Luis y Gustavo Sed Nieves: El Camagüey en Martí. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello. Editorial José Martí, La Habana, 1997, p. 157.