Paradero de las Minas, de las torpes dilaciones a la continuación de la Revolución de 1868

Foto: Archivo OHCC
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Para llegar hasta aquí no había sido fácil el camino recorrido por las mentalidades revolucionarias del Camagüey: unos aguardando por reformas de España, otros ilusionados por la opción democrático-liberal y los más radicales, anhelando la toma de las armas para alcanzar la independencia plena de la Metrópoli. Entre los mismos principeños había confusiones y vacilaciones que parecieron propias del momento, incluso durante la gestación de la revolución nacional-liberadora. Los más lúcidos e ilustrados comprendían que había que abrir debates de modo democrático, abierto y franco, la opción más conveniente a la emancipación de todos y de la independencia cubana.

Con esos presupuestos, el 18 de noviembre de 1868, reunidos en Las Clavellinas los patriotas locales, convocados por la Junta Revolucionaria del Camagüey, saldrían a defender los pensamientos favorables al propósito independentista. El encuentro no estuvo exento de fuertes debates y contradicciones entre algunos de los presentes, sobre todo, en medio de la labor diversionista contraria a la insurrección que se empeñaba en propagar Napoleón Arango y Agüero, quien se atribuía de manera autosuficiente el liderazgo de la insurrección regional. Arango abogaba por dilatar la misma en espera de reformas derivadas de la llamada Revolución de Septiembre en España, a la caída de la reina Isabel II de Borbón, lo que, en su criterio, llevaría al ocaso seguro de la insurrección si los patriotas hacían dejación de ese objetivo.

Napoleón Arango también esperaba por el arribo a la región principeña del conde de Balmaseda Blas Villate de la Hera, para conferenciar con este y luego extender el señuelo de su discurso engañoso a los mambises para hacerlos declinar la lucha. Este plan estaba en correspondencia con los intercambios telegráficos entre el capitán general Francisco Lersundi y Ormaechea y el Gobernador Político Militar de Puerto Príncipe Julián de Mena, en el sentido de no ofrecer nada a los insurrectos camagüeyanos. Pero fórmulas conciliadoras con el enemigo no cabían en la mentalidad de los más radicales patriotas. La guerra de emancipación era la única opción posible para lograr el país libre y soberano que muchos soñaban.

Las Clavellinas…

Llegado ese día en Las Clavellinas, las intervenciones en tono alto y claro de los patriotas Ignacio Mora de la Pera, Tomás Agramonte Riverón y Manuel de Jesús Valdés Urra; esclarecieron a los presentes respecto a las tendenciosas ofertas de Balmaseda, que previamente habían sido resumidas en acta para ser firmadas por los patriotas, en el supuesto que estos cayeran en la trampa. Por supuesto, las ofertas no serían aceptadas, pues Mora fustigó al servil mediador Napoleón Arango diciéndole en su misma cara “que su proceder era ilegal por no contar con la legítima representación del Camagüey”.[1]

Pese al fiasco llevado por Arango, Balmaseda no fue interrumpido por las fuerzas insurrectas en su trayecto militar a Puerto Príncipe, adonde llegó un día después de la reunión; si se quiere, el “triunfo” pírrico recogido por el simulador y primer traidor de la Revolución en el Camagüey.

El Paradero de las Minas…

Vendría una nueva cita de patriotas, lo que confirma que los “cabildeos y las demandas que humillan”[2] agitaban las pasiones de los ilusos, no bien esclarecidos o confundidos después de escuchar los argumentos capciosos de Napoleón o las ilusorias promesas reformistas del Conde.

Distante de la ciudad natal de muchos, a la vera del camino Puerto Príncipe-Nuevitas, volvió a avivarse la confrontación entre vacilantes y revolucionarios decididos a continuar la Revolución. Unas y otras críticas, en una u otra dirección, debieron calentar el escenario improvisado a la sobra de un frondoso árbol: la reunión del Paradero de las Minas, el 26 de noviembre de 1868, marcaría la historia de la nación cubana.

Las ideas y las posturas defendidas de uno u otro bando fueron escuchadas con respeto, nadie impuso criterios, solas salieron a relucir las dos tendencias: continuar la lucha o aguardar por las promesas reformistas. Empero en los momentos de las decisiones trascendentales brotarían espontáneas las más lúcidas y útiles opciones, y ese papel le correspondería desempeñarlo a Ignacio Agramonte.

Como nadie su intervención resultó medular para encender las mentalidades y los corazones. Su discurso fue contundente por esclarecedor, en aras de decidir y sellar el debate: “Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan: Cuba no tiene más camino que conquistar su redención, arrancándosela a España por la fuerza de las armas.”[3]

Por vez primera habría que dar la razón a los defensores del integrismo en la Isla, que llegaron a reconocer el protagonismo de El Mayor en aquella cita en Las Minas y así lo hicieron saber por medio del Diario de la Marina del 14 de mayo de 1873: “Sin Ignacio Agramonte la rebelión del Camagüey habría quizás terminado en la reunión de Las Minas”.[4] A partir de entonces seguiría Agramonte en combate, salvando siempre la Revolución cespedista.

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[1] En: Eugenio Betancourt Agramonte: Ignacio Agramonte y la revolución cubana. Editorial Dorrbecker, La Habana, 1929, p. 62.

[2] En palabras de Ignacio Agramonte al discursar por la continuidad de la Revolución en el Paradero de las Minas, el 26 de noviembre de 1868.

[3] Eugenio Betancourt Agramonte: Ob., cit., p. 62.

[4] Vale la pena que el lector siga la lectura de Cuadernos de historia principeña No. 17, Patrimonio legado del siglo XXI, 2019, pp. 33-64; por lo magistralmente abordado por la historiadora Elda Cento Gómez, fallecida prematuramente, el complejo escenario político en los inicios de la insurrección en el Camagüey, en 1868.

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