Ana Betancourt fue la esposa de Ignacio Mora de la Pera. Los dos unidos con la misma pasión por la patria.[1]
La camagüeyana tuvo parientes que desde las primeras décadas del siglo XIX conspiraron por la emancipación cubana. Uno de estos fue Gaspar Alonso del Castillo y Betancourt, quien fuera miembro activo de la conspiración secreta de carácter no masónico Liga la Cadena o Cadena Triangular de Puerto Príncipe, surgida en 1821, y núcleo esencialmente que abogara por la opción bolivariana. Por esa rama otros miembros de dicho cuerpo patriótico formarían parte de su familia, al igual que por la rama de los Agramonte, en especial, con quien sería su primo el Lic. Ignacio Agramonte y Loynaz.
Llegado el momento de decidir si continuar desempeñándose en los quehaceres domésticos, bien en la casa familiar situada en la calle del Comercio nro. 17, o en la de Mayor nro. 24 que hacía frente a la de san Isidro, en el barrio de la Parroquial Mayor, o partir en compañía de su esposo a la manigua insurrecta; decidiría incorporarse a la Guerra de los Diez Años.
Ya iniciado el proceso nacional liberador en el Camagüey, el 4 de noviembre de 1868, días después, el 4 de diciembre, Ana Betancourt se vería obligada por las circunstancias a dejar las comodidades del hogar para partir a la finca La Matilde de Simoni, donde encontraría a la esposa del Mayor Ignacio Agramonte y a otros familiares.
Aquí participó en el recibo de armas, ropas, periódicos, pertrechos de guerra y medicinas destinados a los insurrectos del Camagüey; labor que desempeñó en compañía de Francisco Sánchez, Ramón Rojas Aguilar, Francisco Arredondo y Miranda, Miguel Guerra y Betancourt y otros patriotas. Aquí conoció a agentes comunicantes y de secretos y de riesgosas misiones. También junto a Loreto del Castillo y Varona, Amalia Simoni Argilagos, Concha Agramonte Boza y corajudas mujeres de la ciudad, prestó decisivo apoyo a la Revolución.
Qué iniciativa tuvo esta mujer en el entorno de la Asamblea de Representantes de la Revolución efectuada en el Guáimaro Libre del Camagüey, el sábado 10 de abril de 1869. Junto a otras damas del patriciado criollo principeño tuvo desempeño decisivo en el aseguramiento material y en apoyo político y material ofrecido a los asambleístas.
Dos días después de la investidura del cargo de Presidente de Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo y del General en Jefe del Ejército Libertador Manuel de Quesada y Loynaz, es decir, lo que habría ocurrido en la sesión del día 11 de abril, -en espaciosa morada de ladrillos, madera y tejas brindada a Céspedes por el patriota José María García-, Ana de Betancourt el miércoles 14 de abril en meeting público nocturno en la plaza de Marte a escasos metros del pórtico de la iglesia que daba a la calle del Polo Ártico, y de la del Príncipe (actual Carretera Central), por cierto, ésta donde se habría celebrado la sesión solemne de apertura de la convención (casi esquina a la de General Manzano o La Libertad), dirigió a los allí reunidos unas breves palabras para subrayar que con la revolución había llegado el momento de emancipar a la mujer.
Sus palabras
Bastaron esas sus únicas y contundentes palabras que habrían seguido a las del talentoso Dr. Adolfo de Varona, alusivas a los derechos y libertades y a otros asuntos de importancia para conocimiento de los convocados bajo los portales de aquellas casas engalanadas con colgaduras de flores y otros adornos y de banderas cubanas.
Ya la Asamblea Constituyente instalada en la calle de Las Damas, entre la de La Libertad y La Bandera, había dado por terminada sus deliberaciones, el día 12.[2] Fueron horas de intenso fervor independentista los vividos, tanto por los representantes de cada una de las regiones en lucha allí representados como por los del Camagüey.
Estamos seguros, Ana Betancourt hubiera preferido ocupar asiento entre los representantes, enfundados unos en sus uniformes de campaña en tanto otros en trajes de letrados; en condición de legisladora protagonista y no testigo de la naciente República de Cuba en Armas y de su constitución revolucionaria.
Manuel Sanguily y Garrite, testigo de los hechos referiría sobre ese singular acontecimiento en que la singular patriota del Camagüey pronunciara aquellas palabras escapadas de su entraña: “Una señora muy distinguida subió, ayudada naturalmente por algunos caballeros, a la tribuna, que era una mesa; pero no empleó no mucho tiempo, porque se le olvidó pronto su discurso: el público estuvo sin embargo galante y aplaudió”.[3]
Ana desde Martí
José Martí igualmente no deja de citarla en su artículo “El 10 de abril”, al señalar su presencia física en reunión celebrada en la noche de ese día, por cierto, de la que destaca que Ana había subido a “una mesa”, aunque Martí equivoca la fecha exacta del meeting refiriendo que se produjo el día 9, cuando en realidad fue el miércoles 14.
Puede que el error del Maestro se debiera al hecho de que el 9 fue cuando Ana Betancourt debió consultar todo con su esposo el patriota Ignacio Mora para decidir redactar una petición a la Cámara de Representantes, que debía leerse el 12. Su testimonio precisa: “Dos días después, animada por Ignacio [Mora de la Pera, su esposo], Moralitos (el delegado habanero maestro Vidal Morales y Morales) y Zambrana (secretario de la Cámara, el habanero Lic. Antonio de Jesús Zambrana y Vázquez) presente una petición a la Cámara que sería leída por Agramonte (secretario camagüeyano Lic. Ignacio Agramonte y Loynaz). En ella les pedía a los legisladores cubanos que tan pronto como estuviese establecida la República nos concediese a las mujeres los derechos de que en justicia éramos acreedoras”.[4]
Empero la petición que leyó el secretario cameral Lic. Ignacio Agramonte, nunca fue aprobada por los asambleístas como puede reconocerse en el propio texto del histórico pliego de Guáimaro, de 1869, sencillamente, porque por su condición de mujer todavía no le era reconocido ese derecho por la mayoría de la sociedad machista cubana de mediados de siglo XIX.[5]
Desde Camagüey mujeres que la siguen
La investigadora Olga García Yero afirma que “Si esto es así, y todo parece indicarlo porque es el testimonio de la propia Ana un hecho fue, al parecer, su entrecortada intervención ante el público de una reunión fuera del fuera del espacio asambleario y otra muy distinta la petición que recibió por escrito y leyó Agramonte a los legisladores. En el meeting, según narra ella misma, apenas pudo ser escuchada. En la Asamblea, su petición fue leída por un hombre, cuya alta estatura política humana tampoco fue atendida por la conciencia tan patriarcal de aquellos que escribieron el primero de los más importantes jalones de la historia constitucional de Cuba.”[6]
Para ayudarle a descender de la mesa aquella noche Céspedes haciendo gala de su exquisita caballerosidad le extendería su mano amiga, que lo era también de su esposo y periodista Ignacio Mora. A Ana además obsequió un abrazo por sus palabras.
Años más tarde, en 1894, previo a la Guerra de Independencia de 1895, al parecer, convenientemente Gonzalo de Quesada y Aróstegui incluiría en su biografía sobre Ignacio Mora el testimonio de la digna patriota del Camagüey, que al decir de la Dra. García Yero, “no puede negarse que el texto en sí tiene una gallardía, una amplitud de miras y una concisa, pero exacta percepción de la situación de la mujer. Estas cualidades lo convierten, hasta hoy, en uno de los documentos más brillantes debidos a la mujer cubana”.[7]
Vale precisar que Ana Betancourt ofrecería otra versión de sus palabras en aquel meeting en la plaza de Marte de Guáimaro.[8] A su sobrino Gonzalo de Quesada, desde Madrid, el 17 de junio de 1892 le expresó, entre otros comentarios: “Que la mujer cubana esperaba paciente y resignada esa hora hermosa en que una revolución nueva rompiese su yugo y le desatara las alas. Y que así como ellos para destruir la esclavitud de la cuna habían jurado pelear hasta morir debían de libertar a la mujer”.[9]
Versiones diferentes, el significado mayor que tuvo fue el altruismo demostrado por la camagüeyana en ruptura con la sociedad patriarcal cubana de mediados de centuria; y por trasladar al contexto popular un planteamiento que en lo adelante suponía hacer transparente y democrático el ejercicio de la opinión y del criterio propio como expresión máxima de libertad de pensamiento hasta esos momentos alcanzable en una parte del territorio de Cuba Libre, no obstante conquista de la democracia participativa que pasaría a peldaños superiores solo con el triunfo pleno de la Revolución Cubana, el 1ro de enero de 1959.
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[1] Ana Betancourt e Ignacio Mora contrajeron matrimonio en la Iglesia Mayor de Puerto Príncipe, el 17 de agosto del año 1854. Anita falleció en Madrid, el 7 de febrero de 1901. Toda su vida la dedicó a apoyar la causa independentista cubana.
[2] En la noche el presidente Céspedes disfrutó de una recepción en la casa de la familia de Manuel de Quesada a quien acompañaban sus hermanas Ana y Caridad de Quesada Loynaz.
[3] Álvarez Álvarez, Luis: Cuando la luz del mundo crece. Sesquicentenario de la Asamblea de Guáimaro (1869-2019). COLECCIÓN ESENCIAS, Ediciones EL LUGAREÑO, Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey, 2019, pp. 164-172. Fragmento del libro de Sanguily Oradores de Cuba, con selección, prólogo y notas de Olivia Miranda Francisco, p. 70.
[4] Ob., cit. p. 169. Cfr.: Sarabia, Nydia: Diario de Ana Betancourt Agramonte. Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1871, p. 59.
[5] Cabe la posibilidad de que el histórico documento fuera extraviado o consumido entre las llamas al ser quemado el poblado por orden de Manuel de Quesada para que no cayera en poder del conde de Balmaseda Blas Villate Eras.
[6] Álvarez Álvarez, Luis: Cuando la luz del mundo crece. Ob., cit., p. 170. La petición de Ana Betancourt solo recibió el voto favorable de Ignacio Agramonte, Salvador Cisneros e Ignacio Mora. En criterio de la Profesora e Investigadora Titular de la Universidad de Camagüey y de la Universidad de las Artes Dra. Olga García los hombres que allí estaban reunidos no podían entender el paso de la mujer del espacio privado al espacio público.
[7] Ob., cit., p. 171.
[8] Plaza de Marte en la que recibieron Céspedes y Quesada las investiduras y el apoyo popular a sus cargos el 12 de abril, y desde donde dirigieron la palabra a los delegados y al pueblo guaimarense que los aclamó.
[9] Ob., cit., p. 172.


