Del Camagüey aruaco

Foto: Cortesía del autor
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Casi que debemos al adelantado español Diego Velázquez de Cuéllar una de las primeras menciones históricas al topónimo del tronco etnolingüístico aruaco Camagüey, y sin que antes en ninguna de sus misivas, apenas pusiera sus pies en la Isla-archipiélago cubana, aludiera a dicha voz al rey don Fernando; a quien se la transmitió  indirectamente, en la primera quincena de diciembre de 1513; Fray Bartolomé de Las Casas mientras integrara la hueste guerrera que se habría desplazado por nuestra región histórica, cuando hacía de asesor de los jefes de la tropa los capitanes Pánfilo de Narváez y Diego de Ovando[1].

La carta en que Velázquez hiciera relación al monarca de lo acontecido desde su partida de Bayamo hasta esos momentos, estando él en el centro de la Mayor de las Antillas fue fechada por su escribano, el 1ro de abril de 1514; por cierto, misiva en la que aludió en tres ocasiones a la “provincia” de Camagüey.[2] Ahora bien, también cabe la posibilidad de que el topónimo fuera escuchado a los aborígenes por los militares hispanos que se adentraron en nuestra región en persecución de “indios” de Bayamo, en 1512, siguiendo órdenes de Narváez que les perseguía y el que fuera atacado por estos hasta lograr su retirada a esa villa oriental, según Ovando.

Una u otra versión surgida en tan adversa coyuntura histórica, esa posibilidad de modificación de la voz originaria pudo deberse a la presencia de los morfemas léxicos y gramaticales que integraran el topónimo aruaco. Si aceptamos que los precolombinos hablaban la lengua aruaca se coincidirá en que el préstamo léxico que intervino en la conformación de la voz Camagüey, efectivamente, debió provenir del habla de las comunidades de ese propio tronco etnolingüístico que ocuparon determinados contextos o espacios geográficos en nuestra región histórica[3].

De hecho es sugerente que Las Casas describiera que esa voz era escuchada en la “provincia llamada Camagüey, la penúltima [sílaba] luenga”. Es decir, él sabía de sus componentes léxicos teniendo de auxiliar o intérprete de lenguas al indio Dieguillo traído de La Española, y por resultarle dicha voz de fácil castellanización y pronunciación, similar a como ocurrió con otros muchos vocablos castellanizados como: yauruma por “yagruma”, xaraguá por “jaraguá” o “baraguá”, curianá por “curana”, haniguanica por “Guaniguanico”, majimo por “máximo”…

Fijémonos que de nuestra región histórica resulta interesante el sufijo relativo aruaco con significado totémico ca, o del lexema o prefijo atributivo ka = “con” o “presente en”, así como el prefijo privativo o negativo ma. Y es sabido que Las Casas se hallaba muy familiarizado con los indoamericanismos y que este hizo modificar voces del aruaco como, hobo-jobo, Yahubabo-Yaguabo (el primero significa pájaro-castigados por el sol y la luna); hutía-jutía, cazabi-casabe, ka sigua-cacique, ia ia-Yaba, cogioba-cohoba, caouabo-Caonabó…[4] Otro tanto llegó a practicar Velázquez de seguro ayudado por Las Casas y sus asistentes, pues, indistintamente, alternó Yucayo por Lucayo y Hatuey por Yacaguey, Yacahuey y Yahatuey.

¿Tanto significó la región o “provincia india” para el jefe de la conquista-ocupación de la Isla-archipiélago? Dijo Velázquez que las “provincias” del occidente se hallaban “sujetas” a la “principal” de Camagüey. Ciertamente, la sabana tamizada de maza verde vegetal podía alimentar a miles de cabezas de ganado vacuno, y por esa ventaja facilitarse alimentación a los colonos y a los comerciantes, quienes lucrarían de esas producciones. Esto último puede que preocupara a Velázquez, como mismo el sostenido estado de rebeldía de los aborígenes de las regiones vecinas, que se conoce se desplazaron a Camagüey para hacer frente a los militares españoles.

Con todo, después de esas informaciones enviadas a la Corona pareció no aludirse más al topónimo Camagüey.

En definitiva, por el orgullo que caracterizó a los militares que llevaron a cabo la “pacificación” de los aborígenes, y por suponer aquellos que vivían en el atraso y en “estado de salvajismo”, sobre ellos debía recaer la “victoria de la civilización” europea y la derrota de la “barbarie indígena”, por lo que el topónimo escuchado a los bárbaris debía ser invisibilizado o suplantado por un nombramiento “real” que a los primeros les parecería ajeno a su modelo cultural, precisamente al escuchar el “Santa María del Puerto del Príncipe” asignado a la villa casi “fantasma” creada en el litoral norte y al extenderse el mismo al centro regional, al Pueblo Nuevo, que surgiría en 1528.

Para más, es sabido que el núcleo militar hispano que de ese primer enclave en el litoral se desplazó a la aldea Caunao, en 1616, ni siquiera respetó el topónimo dado por sus pobladores a su hábitat ancestral; pues nuevamente le endilgaron sin consultar a cabildo alguno ni a consejo de ancianos de la aldea, el flamante litónimo «Puerto del Príncipe», a resultas lo que era paradójico hallándose “tierra adentro” la villa colonial.

Así las cosas, el historiador de la ciudad de Camagüey Jorge Juárez Cano aseveró que esa voz nativa derivaba del aruaco “camagua”, cuando en realidad la raíz originaria parecía más cercana a magüey o mauei (¿yamaguey, magueyes o yamagueyes?). En tanto, por su lado, el sabio Esteban Pichardo Tapia afirmó que se trataba de “la antigua provincia india del Camagüey”, es decir, de nombramiento precolombino que se perdía en el tiempo histórico, y por tanto nada que ver con el presunto “Camagüebax” aceptado por muchos años después. En su criterio ese indoamericanismo pareció incorporado o mezclado entre el aruaco insular y el léxico hispano[5].

Como quiera, Camagüey es voz que merece pronunciarse fuerte en su última sílaba “luenga” como acotó Las Casas, por provenir de los primeros arucos insulares que presentaron resistencia a la hueste hispana que en zafarrancho de combate se desplazó por nuestra región con el objetivo estratégico de “pacificar” y ocupar de modo efectivo la sabana silenciosa. De hecho, Camagüey nos hace evocar las luchas, y los hombres y mujeres que tanto hicieron en todos los terrenos y en todos los tiempos históricos para adelantarle y hacerle digna y parte integrante de la Isla y del continente.

Cada primero de abril en Camagüey es válido repasar la lengua de nuestros aborígenes, para saber que fueron ellos quienes les prestaron sus voces a Las Casas, a Velázquez y a los militares europeos que llegaron aquí para emprender la guerra de rapiña colonialista, y no precisamente para instrumentar una campaña de alfabetización castellana entre los primeros pobladores de nuestra Cuba mestiza y criolla.

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[1] En: Colección de documentos inéditos del Archivo General de Indias. (“Bartolomé de Las Casas: Memorial de los Remedios. Relaciones que hicieron algunos religiosos sobre los excesos que había en Indias, y varios memoriales de personas particulares que informan de cosas que convendría remediar”.), Madrid, 1867, Tomo VII, pp. 14-65.

[2] En: Portuondo Zúñiga, Olga: El departamento oriental en Documentos. Tomo I (1510-1799). Editorial Oriente. Santiago de Cuba, 2012, pp. 26-28. Vale saberse que de dicha carta existen tres versiones conocidas, empero, la primera es la que conserva originalidad. Por cierto, en dicha carta Velázquez menciona al cacique «Caguax» que era capitán de Hatuey y quien llevara a cabo un ataque sorpresa a la banda guerrera cerca del rio Caonao. Por cierto, obsérvese que Velázquez no confunde y dice “Camagüebax”, versión aparecida siglos después atribuida al presunto cacique que diera nombre a Camagüey, lo que resulta improbable porque de antes la región era nombrada así, al menos desde 1511, lo que sabemos por Las Casas.

[3] Valdés Bernal, Sergio O.: Aporte al español actualmente hablado en Cuba, Facultad de Artes y Letras, Universidad de La Habana, 2013.

[4] Tanto en el caso de “maguey” como de “yamaguey” (es) de sílabas abiertas, resultaba fácil el cambio de la y por la c, rasgo identificador del español americano, y en el caso de Camagüey del criollismo lingüístico, según el Dr. Valdés Bernal.

[5] Ver: Valdés Bernal, Sergio O.: Indoamericanismos no aruacos en el español de Cuba, ob., cit., pp. 11-14.

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