Aparente ateísmo y fe: la creación de Fidelio Ponce

Foto: Archivo OHCC
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Por: Claudia Sánchez (Estudiante de Periodismo)

Camagüey presume siglos llenos de cultura, misterios y artistas de talla alta que dejaron suspiros en los callejones de la identidad agramontina. Es una urbe que por devenir del catolicismo español acoge la convergencia de templos centenarios, testigos del pasar de los años, de un mismo sentido de pertenencia y arraigo de los camagüeyanos.

Entre los grandes hacedores de la cultura provincial está Fidelio Ponce de León, pintor de la vanguardia plástica nacional de la década del 1920, artífice de una obra muy personal, transgresora y delirante, especie de descubrimiento propio.

Su obra

Se dedicó a pintar cristos, beatas, damas dieciochesca, todo con un inteligente manejo de blanco y ocre. Parece contradecir la rectitud de la misma vanguardia y su expresión artística.

Entra a la vanguardia artística por el costado, comienza sus estudios en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro en 1915, de allí rescató la necesidad de crear un arte nuevo en oposición a la retrograda enseñanza.

Debido a la manera auténtica de su arte y existencia, abandonó el instituto y comenzó una vida en la que no faltarían algunos excesos, el siempre parecía refutar la conciencia.

En su indagación distintiva no acepta el ropaje de la actualidad en la que se esquematiza. Dentro de las controversias habaneras, tanto artísticas como políticas que se extendían a lo largo del país, Ponce lucha por conservar una identidad muy suya, la cual rehúsa compartir sobresaltos.

Todo entra en su cabeza, se transforma, se desfigura para crear un universo mítico, sugestivo y espiritualizado. El ocre de sus pinturas, la rudeza del pigmento, lo grotesco y lo enfermizo, cierta oscuridad en la luz  y la reiteración de motivos de la popularidad española, son atribuciones que nos remiten al drama y a lo psicológico.

Su esencia

Es sin dudas el pintor de los cuerpos vestidos y disfrazados, sabe que su triunfo está en el disimulo de las telas, la reclamación reiterada y sutil al poder simbólico de los traje le permite expresarse con fuerza y revelarnos las claves de su lirismo. En la década de 1930 y 1940 pinta personajes ataviadas como benedictinos, monjes, beatas. Era una manera intrépida de mostrar su rebeldía y su espíritu inconforme. Estos gestos lo libran de lo vulgar porque lleva al lienzo esas figuras antiguas con libertad y arrebato.

Su interés reiterado a lo religioso lo lleva a la excepción de la pintura cubana, así como la riqueza visual de conceptual de sus propuestas. Con Ponce de León  el ámbito de la pintura cubana explora por primera vez la emancipación de sentimientos y la cosmovisión religiosa.

Entre 1935-1940 exhibe un mundo raro y doliente, de blancos y grises. Es el período al que le corresponde Los Rostros de Cristo (1939), año en el que le diagnostican tuberculosis, de allí los matices de esta obra. Transparente a sus ideas la vida de este artista contenía cierta ambigüedad entre un aparente ateísmo y la fe de sus cuadros.

Es El Cristo una obra que refleja un efecto lascivo, empuja y hace escapar de una realidad íntima que deviene de inspiración, una disertación plástica que deslinda la divinidad sagrada, el temor en sus curvas ocres y la reverencia imponente ante tal personaje.

El empaste amargamente logrado por Fidelio Ponce en esta pintura, retuerce el pensamiento humano y significa una interrogante para la apreciación, el punto máximo de acusación se encuentra en el oscuro tono de los ojos, que intimidan y desorientan. El fondo, es una serie de pinceladas superpuestas que no difieren en tonos y parecen ir y venir hacia una misma orden de sentimientos.

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