Augusto Arango. 1829 – 1869: A 153 años de su asesinato

Foto: José A. Cortiñas Friman
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Del enemigo los revolucionarios no pueden confiarse jamás. En el Camagüey un puñado de revolucionarios habían dado el paso al frente, en noviembre de 1868, para secundar la insurrección que estallara en el Oriente bajo el liderazgo de Carlos Manuel de Céspedes, en tanto ya se perfilaba la actitud simuladora del terrateniente e inconsistente independentista Napoleón Arango y Agüero.[1]

No valió que su padre Manuel de Jesús Arango y Ramírez fuese abogado de prestigio y patriota bolivariano, y que integrara la Sociedad Libertadora de Puerto Príncipe, en 1851. Tampoco meditó en torno a la responsabilidad contraída o del peligro que correría su hermano Augusto comprometido con la lucha, al incitarlo a tener un encuentro con el teniente gobernador Julián de Mena y ambos refrendar el plan de reformas emitido por el capitán general Domingo Dulce.[2] Augusto debía traicionar el acuerdo principal de la reunión del Paradero de Las Minas, de 26 de noviembre de 1868, y romper con la confianza del Mayor Ignacio Agramonte.

El precio de la ingenuidad en la Revolución

Napoleón Arango no ocultaba su postura reformista y remisa a la lucha. Por fin, se presentó al mando español hasta pasar a La Habana, ciudad en la que ocupó cargos en la estructura colonialista hasta su muerte, en 1880.

Su sombría actuación había sido determinante para que su hermano fuese capturado por los voluntarios guiados por el capitán Ramón Recio Betancourt y el celador de policía Miguel Ibargaray, el 26 de enero de 1869, y llevarle al Casino Campestre y matado a machetazos junto a su ayudante Juan Betancourt y Nápoles. Poco antes, Augusto habría mostrado a sus captores los pliegos del plan de reformas. La ingenuidad le había jugado una mala pasada.[3]

 

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[1] Según se infiere de la Proclama redactada por Ignacio Agramonte, el poder y la autosuficiencia de Napoleón Arango debieron tener tal magnitud que lo llevaron a formarse el criterio que tras ser proclamado general en jefe del Ejército Libertador tal posición le facilitaría entrar en «conferencias con el jefe español, conde de Valmaseda, para que indignamente aceptásemos las promesas mentidas de España», en: comunicación del Comité Revolucionario del Camagüey, 17 de marzo de 1869. Vidal Morales y Morales: Hombres del 68, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1972, p. 169.

[2] Augusto Arango con unos 400 hombres se instaló en la finca La Atalaya, próxima al Bagá, donde recibió a comisionados enviados por el capitán general con quienes platicó en torno al plan de paralización de la guerra y acogerse los patriotas a las reformas españolas. Todo hace suponer que dichas propuestas eran sabidas por su hermano Napoleón Arango y éste se prestó a facilitar el acceso hasta el campamento de Augusto, al tiempo que habría contribuido al desplazamiento militar del conde de Valmaseda por el territorio camagüeyano y arribar a la ciudad sin ser atacado por los patriotas.

[3] En la Proclama escrita por Ignacio Agramonte, y no existe la más mínima duda que por el estilo del texto correspondió al Mayor, este denunció: «Augusto Arango, uno de los hijos predilectos, ha muerto vilmente asesinado (…) creyendo todavía posible un convenio honroso con el gobierno español, y desoyendo las manifestaciones en contra de sus hermanos de armas (…)». Al final del texto El Mayor subraya «¡Que nuestro grito sea para siempre: ¡Independencia o Muerte! ¡Y que cualquier otro sea mirado en lo adelante como un lema de traición!» En: Ob., cit., p. 162 y 164.

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