Muchas veces se comete el error de vincular solamente a Augusto Arango y Agüero a la reunión del Paradero de las Minas, incluso, se coloca su posición en paralelo con la de su hermano Napoleón Arango, sin embargo se obvia toda la labor conspirativa y patriótica de Augusto.
Nacido en Puerto Príncipe el 18 de marzo de 1830, Augusto Arango y Agüero conspiró desde joven contra el poder colonial y se alzó en armas en 1851 con su pariente Joaquín de Agüero. Participó en el ataque a Las Tunas y en la acción de San Carlos, fue herido por los españoles quienes además le dieron el tiro de gracia; sin embargo logró salvarse y fue asistido por su hermano Napoleón, médico de formación y posteriormente se enrumbó hacia los Estados Unidos en una goleta.
Es curioso que se mencione poco que la Comisión Militar Ejecutiva lo condenó a muerte en rebeldía y que aun así regresó a la Isla dos años después cuando el gobierno español declaró la amnistía para todos los que participaron en los hechos del 51.
Al estallar la Guerra en Oriente en el 68 partió con un grupo de hombres para el campo en acción de rebeldía y el 4 de noviembre ocupó el poblado de Guáimaro donde se aprovisionó de armas y municiones.
Según Gustavo Sed “en la reunión celebrada en el paradero de Las Minas, el 26 del propio mes, se opuso a la sumisión a España a cambio de reformas que proponía su hermano Napoleón, y mantuvo una actitud enérgica, partidaria de la continuación de la lucha armada, por lo que al quedar constituido el Comité Revolucionario del Camagüey, sería designado general en jefe de todas las partidas que operaban en territorio camagüeyano. Dos días después se enfrentó a las fuerzas que mandaba el conde de Valmaseda en el monte de Bonilla, donde con sólo un reducido grupo de patriotas hizo retirar al enemigo del escenario de la acción.”
Ocupó la jefatura del territorio camagüeyano hasta que los sustituyó Manuel de Quesada el 31 de diciembre de ese año. “Al cesar en su mando, Augusto Arango, al frente de unos 400 hombres, que integraban su partida, se dirigió a la finca La Atalaya, cerca de Bagá de Nuevitas, donde instaló su cuartel general, desde el cual dominaba una importante zona, y en la cual podría interceptar cualquier fuerza española” –agrega Gustavo Sed.
La llegada de Domingo Dulce y Daray a la jefatura del Gobierno Colonial significa un cambio en la política y en la manera de tratar la guerra. Dulce y Daray comienza una política pacifista y brinda ciertas libertades que incluían el levantamiento de la censura de prensa y la amnistía a presos que tuvieran causas por temas políticos.
El nuevo Gobernador dispuso el envío de dos comisiones a pactar la deposición de las armas de los Jefes Insurrectos. Augusto recibió en Atalaya a una de estas comisiones, la compuesta por Ramón Rodríguez Correa y Hortensio Tamayo y quizás influenciado por las ideas de su hermano accedió a mostrar las reformas al Comité Revolucionario, acción sin éxito alguno.
Poco tiempo después se dirigió a Puerto Príncipe con un salvoconducto firmado por el brigadier Ayuso, gobernador de Nuevitas. “Confiado en que lo protegía el decreto de amnistía recién promulgado, se presentó desarmado en la ciudad, acompañado de su ayudante Juan Betancourt Nápoles, con el propósito de entrevistarse con el teniente gobernador Julián de Mena, siendo asesinados en el Casino Campestre por el celador de policía Miguel Ibargaray y el traidor Ramón Recio Betancourt, el 26 de enero de 1869.” Explica Gustavo Sed en uno de sus escritos para el Departamento de Orientación Revolucionaria del Partido Comunista de Cuba.
El comité Revolucionario al tener conocimiento del vil asesinato del General de Brigada Agustín de Arango envió dos comunicados: uno a los comisionados de Dulce y Daray en el que exigían su salida inmediata del campo insurrecto y el otro a Carlos Manuel de Céspedes, para dar parte del fatídico suceso e informarle de la decisión de los camagüeyanos de no hacer tratos con el enemigo.
El historiador Gustavo Sed también alega que a la par de estos dos comunicados se lanzó una proclama al pueblo, redactada por Ignacio Agramonte, y de la cual comparte sus últimos párrafos.
“Cubanos: nuestro hermano Augusto, alucinado por falaces promesas se ha hecho el mismo víctima de la iniquidad española. Confiado en ellas, dio acogida a las esperanzas de obtener el bien de Cuba, sin derramamiento de sangre y lágrimas. Noble deseo, pero irrealizable, atendida la índole depravada de los conquistadores de América, que se ha conservado inmutable a través de los siglos y la civilización. Los asesinos de Atahualpa, de Guatimozín y Hatuey, encuentran dignos sucesores de los de Plácido, de Almenteros y de Augusto.
Hermanos: depongamos nuestro dolor; que la más santa indignación anime solo a nuestros pechos. ¡La sangre de nuestro hermano clama venganza! Que nuestro delito sea para siempre. ¡Independencia o muerte! ¡Y que cualquiera otro sea mirado en adelante como un lema de tradición!
Cubanos: ¡honor a la memoria de nuestro hermano! ¡Viva la libertad! ¡Viva la independencia de Cuba!”
Su asesinato determinó el fracaso de las gestiones pacíficas de Dulce, pues Céspedes al recibir la comunicación de los camagüeyanos dio por concluidas las conversaciones con los emisarios del Capitán General.