El 5 de mayo de 1902 en el ayuntamiento de Puerto Príncipe, actual Camagüey, dos de sus concejales defendieron la idea de plantar en la Plaza de la Merced el árbol de la Independencia.

Corporaciones y miembros de ese órgano, mostraron intereses en sembrar la ceiba que evocara el acto de cese de la dominación norteamericana en la Isla y el traspaso del Gobierno interventor a la República de Cuba; esta celebración tendría lugar en la capital cubana, el 20 de mayo de 1902.

Finalmente el presidente del ayuntamiento y excoronel del 95 Pedro Mendoza Guerra dispuso “[…] plantar el Árbol de la Independencia, designándose al efecto una pequeña ceiba, y como lugar: el centro del Parque situado en la plaza de Charles A. Dana, dándole además las mejores condiciones de urbanización al resto de dicha plaza […]”.

Contraria a esa decisión, el 12 de mayo, otro concejal presentó una solicitud en la que se proponía trasladar el árbol al Parque Casino Campestre, en lugar cercano donde debía colocarse la primera piedra para el monumento al Mayor Ignacio Agramonte.

Ante la controversia fue necesario convocar una “sesión especial en la Plaza de la Merced”, de la que resultó ratificada la primera de las propuestas, en tanto la ceiba dedicada a la República neocolonial sería sembrada en el Casino Campestre, y la primera piedra para el monumento tendría su sitio en el Parque Agramonte.

Todo en medio de excepcional coyuntura caracterizada por la oposición de varios delegados cubanos, frente a aquellos que en el Senado aspiraban a la anexión de Cuba a los Estados Unidos; posición contra la que se irguió Salvador Cisneros con su Voto Particular contra la Enmienda Platt.

Desde ese 20 de mayo de 1902 luce el Árbol de la Independencia, hecho que marca un hito histórico en la reafirmación de la soberanía y la libertad del pueblo cubano. El árbol como soberano de nuestra naturaleza y del entorno, merece veneración y cuidados.