Es Camagüey tierra de misticismo inusitado, ciudad que despierta las más sublimes pasiones y un orgullo que coquetea a veces con lo irracional. Los más de 500 años de existencia le han otorgado a la legendaria urbe un atavío señorial, matizado tanto por sus aportes trascendentales a la historia nacional, como por la riqueza cultural que la enaltecen, vivifican y distinguen.
Su Centro Histórico, principal testigo de la evolución y sedimento de los valores diversos con que cuenta la ciudad, cumple este 10 de octubre 42 años de que fuera declarado Monumento Nacional; coinciden en fecha las declaratorias también como monumentos de la nación del Sitio Histórico de Las Clavellinas (lugar donde se alzaron los camagüeyanos en 1868) y de la Casa Natal de Ignacio Agramonte Loynaz.
Un monumento muy singular…
Refiere la tradición oral que la fecha fundacional de la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe ocurrió un dos de febrero de 1514, día de su patrona: Nuestra Señora de la Candelaria.
Del presumible lugar original de su fundación, en un sitio de la costa norte de la provincia conocido como Punta del Guincho, los conquistadores se trasladaron a las márgenes del río Caonao en 1516 con el fin de buscar territorios más favorables. Sin embargo, se presume que una sublevación aborigen forzó a sus pobladores a un nuevo cambio, asentándose esta vez y definitivamente, en una extensa llanura perteneciente al cacicazgo de Camagüebax; ubicada entre los ríos Tínima y Hatibonico. Este último emplazamiento de la “villa andariega” es recogido con fecha 6 de enero de 1528.
A partir del siglo XVIII el esplendor que se consolidó en la Villa estuvo dado, fundamentalmente, por el auge del comercio de contrabando sustentado por el desarrollo de la ganadería. Las extensas llanuras que rodean la ciudad favorecieron su consolidación como una zona eminentemente ganadera y agrícola, este hecho condicionó el devenir sociocultural de los lugareños y conformó importantes rasgos de su idiosincrasia.
El 12 de noviembre de 1817 el rey Fernando VII le otorgó, a la villa de Santa María del Puerto del Príncipe, el título de ciudad, la condición de Muy Noble y Muy Leal y el escudo, que desde ese momento trascendió como símbolo identificativo de la misma.
El actual nombre de Camagüey, vocablo de herencia aborigen, es conferido oficialmente a la ciudad en mayo de 1903, esencialmente, para legitimar que Cuba había logrado su independencia de España.
Elementos representativos de su identidad urbana
Distinguen a la ciudad histórica de Camagüey su armónica conjugación de diferentes periodos arquitectónicos y la sinuosa disposición de sus calles.
La conformación de la trama urbana respondió más a relaciones funcionales que a normativas urbanísticas: de allí su singular irregularidad. Un laberíntico entramado, típico de las ciudades medievales, dio lugar a un complejo sistema de plazas y plazuelas que, en la actualidad, encuentra representativos hitos en las plazas del Carmen y en la de San Juan de Dios.
El apelativo Ciudad de las Iglesias, le es conferido a la urbe gracias a la abundancia de templos religiosos que la tipifican. Las iglesias generaron los espacios urbanos fundamentales y, consecuentemente, los barrios o feligresías; sus torres y perspectivas se destacan en la llana fisonomía de nuestra ciudad, y sobre el bajo perfil de la mayoría de sus edificaciones.
En los patios interiores de las viviendas camagüeyanas es común encontrar, además de una rica y abundante vegetación, a los tinajones de barro cocido, de origen andaluz. El uso del tinajón, tradición que se consolidó con el fin de almacenar agua de lluvia durante los frecuentes periodos de sequía, devino símbolo identitario de la ciudad. Esta característica le otorgó la denominación de Ciudad de los tinajones.
La rica tradición alfarera es fácilmente reconocible en el entorno. El barro, material local utilizado para la elaboración de ladrillos de construcción, tejas, pisos, recipientes y más contemporáneamente obras de arte, otorga un color característico al ambiente urbano de la otrora Villa.
De su historia…
Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, uno de los más trascendentales pensadores del siglo XIX cubano, fue precursor del ferrocarril en Cuba. Bajo su iniciativa se construyó, en 1846, el tramo que unía a la ciudad de Puerto Príncipe con la costera Nuevitas.
Entre las celebridades más emblemáticas del arte y las ciencias nacidas en Camagüey se encuentran: la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda (Tula), considerada la principal dramaturga cubana del XIX; el poeta Nicolás Guillén, cuyos cubanísimos aportes estéticos y su compromiso con las causas sociales le valieran ser reconocido como Poeta Nacional; y el doctor Carlos J. Finlay, descubridor del agente transmisor de la enfermedad llamada Fiebre Amarilla.
Por su parte, los compositores José Marín Varona, Luis Casas Romero y Jorge González Allué; el pedagogo Enrique José Varona y el artista de la plástica Fidelio Ponce de León, figuran entre las personalidades con trascendental aporte a la cultura cubana, que son camagüeyanos. La historia recoge también el ejemplo de Joaquín de Agüero y Agüero, quien resultó el primer compatriota que dio la libertad a sus esclavos, el 3 de febrero de 1843. Firmó una Declaración de Independencia el 4 de julio de 1851 y en ese mismo año encabezó un combate frontal entre cubanos y españoles, ambos hechos eran inéditos hasta esos momentos. Fue fusilado en unión de sus compañeros Fernando de Zayas, Tomás Betancourt y Miguel Benavides, el 12 de agosto 1851. Por su parte, Salvador Cisneros Betancourt, Marqués de Santa Lucía y hombre de excepcionales ideales independentistas, resultó el revolucionario de más larga hoja de servicios a la patria en la región.
El camagüeyano mayor, Ignacio Agramonte Loynaz, dejó notable impronta en la guerra de 1868. La trascendencia de su legado se puede apreciar en el hecho de que con orgullo la gente del Camagüey nos denominamos agramontinos(as), siendo el único héroe epónimo de una provincia en Cuba. Protagonizó junto a 35 jinetes el rescate de Sanguily, epopeya gloriosa que lo consagrara como líder y le mereciera el respeto y la admiración de generaciones enteras.
Muchos otros acontecimientos, difíciles todos de mencionar en pocas cuartillas, marcan la personalidad de esta ciudad, pedazo de suelo querido que atesora un patrimonio tan excepcional como venerable.
Responsabilidad compartida…
Partiendo de estas y muchas otras razones de significación innegable, así como por los empeños conservacionistas que se comenzaban a gestar; en 1980, a las más de 300 hectáreas que conforman el Centro Histórico de la ciudad de Camagüey, se le otorgó, de forma oficial, la condición de Monumento Nacional.
Años más tarde y tras un proceso profesional minucioso, le es conferida por la Unesco, a un fragmento de ese gran Centro Histórico Urbano, la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Ambos reconocimientos entrañan altas dosis de responsabilidad compartida, lo cual, lejos de constituir un slogan, debe devenir en actuación sistemática y consciente; en acciones concretas que desde el corazón y la razón germinen.
Muchas son las aristas que pudiéramos destacar sobre este asunto, siendo todas válidas a la hora de analizar un fenómeno tan complejo y abarcador; no obstante, en la esencia de la efeméride que hoy festejamos se alzan vigorosos conceptos como identidad, soberanía, sentido de pertenencia, amor patrio y dignidad; ideas todas que revisten de compromiso el resguardo del patrimonio nuestro, que es también el de Cuba y la Humanidad.