Ciudad bajo tierra: el cementerio de Camagüey

Foto: Oreidis Pimentel Pérez
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El cementerio general de Camagüey es uno de los camposantos más significativos, incluso, para ser precisos y rectificar a otras publicaciones: es el cementerio en uso más antiguo del país y en el presente 2025 cumple 211 años.

Ni Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, ni el Colón, en La Habana, lo superan en edad y aunque el privilegio de la antigüedad lo recibe el San Juan Evangelista, de Bayamo, este último ya está clausurado.

Justo el 3 de mayo de 1814 recibió bendición y apertura como adaptación al pequeño cementerio de la parroquia Santo Cristo del Buen Viaje. Paradójicamente inauguró el descenso a “la otra vida” el alcalde Diego del Castillo, uno de los artífices del lugar.

Pronto, el cementerio se convirtió en espacioso terreno con arbolillos y palmeras en respuesta a la necesidad de trasladar los enterramientos lejos de las capillas y torres eclesiásticas en el centro urbano, siguiendo disposiciones higiénicas de la época. Sustituyó a su precedente en tamaño, el de la iglesia Parroquial Mayor, insuficiente ante la creciente población, aunque casi todos los templos tuvieron cadáveres sepultados, de allí que siglos después sobrevivieran leyendas al encontrarse osamentas al pavimentar alrededores y espacios. Como medidor, el antiguo Puerto Príncipe soportó grandes epidemias de cólera y las muertes fluctuaron en el siglo XIX entre 700 y 1000 individuos, sin contar lo acontecido en los períodos de guerra.

El todavía en uso cementerial fue diseñado con trazado regular y ocupa extenso espacio que ya una vez “se tragó” a un tramo de calle que cerraba su fondo. Sí, pues al ampliarse dejó dentro de sus caminos un segmento: la calle Camposanto (le debe su nombre) choca con su tapia y reinicia con igual nombre de manera fuera de su otra mampostería limítrofe. Allí la arquitectura funeraria destaca por su riqueza ornamental de muchos mausoleos, tumbas y panteones; podrían contabilizarse 12 de las instituciones religiosas, 11 de asociaciones fraternales y 25 de sindicales o gremiales, además de las propiedades familiares.

Muchos de estos exponentes poseen influencias eclécticas, neoclásicas y art decó, no solo para almacenar restos humanos, sino que se erigen como valioso patrimonio cultural. Allí descansan generales, intelectuales, científicos músicos escritores. Entre los más conocidos están Salvador Cisneros, Amalia Simoni y parte de su familia paterna, Rosa Castellanos “Rosa la Bayamesa”, la primera tumba del beato cubano, el padre Olallo Valdés, el historiador Torres Lasquetti, el periodista y promotor del ferrocarril Gaspar Betancourt “El Lugareño”, la legendaria Dolores Rondón (una especie de Cecilia Valdés camagüeyana), Joaquín de Agüero y sus compañeros fusilados en la conspiración de 1851 y tal vez en algún momento se confirmen hipótesis sobre los posibles restos de Ignacio Agramonte, pues es falso  que sus cenizas se esparcieron al viento.

Dicho así tenemos un lugar simbólico y emocional para los pobladores, pero debería prevalecer el respeto al espacio de esa memoria, situación lamentable ante la desidia y pérdida de elementos e incluso de restos de otras grandes personalidades para reutilizar las tumbas.

Entre los elementos más significativos y en peligro están los panteones de cuatro frentes y las esculturas funerarias talladas en mármol entre los siglos XIX y XX. A pesar de ser objeto de restauraciones por parte de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey, incluso con un centro de Interpretación (antiguo necrocomio costeado por Monserrat Canalejo, esposa de El Lugareño), hoy en el cementerio proliferan los delitos y la insensibilidad. La administración del sitio corresponde a la Empresa Provincial de Servicios Comunales.

Como redacté hace diez años: “¿Qué es hoy el cementerio de Camagüey? Es un lugar que por orden y sobriedad no recuerda al que fue hace apenas 60 años.  A su alrededor se tejen cientos de historias tremebundas de profanaciones y robos de todo tipo (…) Hay figuras de mármol vulneradas, crucifijos ausentes, tarjas fracturadas, bronces robados, tumbas que parecen hundirse, en casi derrumbe panteones de cuatro frentes por donde asoman osamentas al aire, monumentos en el olvido, jardineras toscas y señalizaciones de pésimo gusto y peor ortografía en lápidas nuevas y tramos viejos.”

Sigue como espacio activo a pesar de su casi total colapso por capacidad, pues aún no se hace realidad la construcción de otro cementerio que aligere los más de 200 años de utilización y de respiro a su preservación histórica.

“Dios de paz a los que aquí reposan”, es la leyenda en lo alto del arco que da entrada a los entierros. Aquí no solo guardamos restos de generaciones pasadas, sino que es parte esencial del Camagüey y la identidad local.

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