Mucho se habla de las convicciones morales de Ignacio Agramonte, de esa hidalguía que lo llevó a convertirse en El Mayor, sin embargo, poco se habla de las raíces de esos valores.
Agramonte, desde pequeño, se nutrió del ambiente cultural de Puerto Príncipe en las reuniones de la Sociedad Filarmónica, pues a pesar de su corta edad su padre lo llevaba con bastante frecuencia a esos encuentros.
Ignacio Agramonte Sánchez Pereira, era un hombre de pensamiento liberal y no fueron pocas las veces que a través de sus escritos realizó duras críticas al Ayuntamiento. Se dice que él y su hijo mayor tenían una compatibilidad de carácter asombrosa, por eso siempre desarrollaron una relación de afecto y cercanía, como dictan los más románticos códigos de paternidad.
Filomena Loynaz Caballero no tenía altos estudios, pero poseía una inteligencia natural y un cúmulo de conocimientos generales que había obtenido durante toda su vida. A sus hijos los educó sin emplear la violencia doméstica y ni siquiera era necesario que alzara la voz para que todo estuviera en orden. El hogar de los Agramonte desbordaba afecto y una meticulosa formación de valores morales y éticos.
Así se va forjando la personalidad de Ignacio Agramonte Loynaz, quien en su juventud poseía un carácter dócil, devenido luego en un ímpetu de rebeldía asombroso, por negarse a seguir viviendo bajo las órdenes de España.
El Mayor, ni si siquiera en el campo de batalla perdió su esencia, tal es así que José Martí lo describe como “un diamante con alma de beso”.
Su amor a la Patria, su valentía indiscutible, su apego a los más puros valores morales y su vergüenza, son un paradigma a seguir en nuestros días y nadie puede negar que eso se debe, en medida superlativa, a la su formación familiar; a la manera en que fue educado junto a sus hermanos, por Don Ignacio Agramonte Sánchez Pereira y Doña Filomena Loynaz Caballero.
A propósito, el reconocido historiador Fernando Crespo Baró, en la Revista Especial del año 2007 dedicada a la figura de El Mayor, escribió:
“Sin dudas fue una familia donde lo mejor de la tradición ética y cultural de ambos padres permitió hacer crecer a ese hijo amantísimo y bueno que ha devenido, con el tiempo, paradigma para todos los cubanos.”