De España a Camagüey: una odisea contemporánea

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En estos tiempos en los que la emigración es un fenómeno tan común en el mundo, en Cuba se ha multiplicado. En ese afán de algunas personas por mejorar su economía y cambiar su vida, no siempre la vía de salida es tan segura y pueden suceder amargas experiencias.

La que voy a compartirles la conocí durante la espera en una gestión particular, pero la protagonista (me reservo el nombre como secreto profesional) me pidió socializarla para evitar vivencias como la suya en mujeres que, como ella, escuchen cantos de Sirenas.

La historia

Se acercaba el día de su esperada partida a España. Ella se reencontraría con su amor de 14 años. Llamémosla María Fénix. Imaginémosla como el ave mitológica que se reinventa de sus cenizas.

A él, tan cubano como ella, -llamémoslo Pedro– después de vivir juntos un matrimonio de 7 años, le otorgaron la ciudadanía española por ser nieto de emigrantes y decidió irse a buscar fortuna, con la promesa de reclamarla legalmente para un reencuentro.

Los trámites tardaron 7 años, pero la comunicación se mantenía viva, así como el deseo de reunirse para alimentar su amor. En varias ocasiones, Pedro regresó a Cuba para impulsar los trámites, hasta que finalmente a su esposa le otorgaron la visa en la embajada de ese país ubicada en La Habana.

Desde el malecón de esa ciudad, María, emocionada, llamó a Pedro. Los días de separación terminarían, solo faltaba el pasaje. Su reacción fue inesperada, fría, y la justificación: No tenía el dinero para comprar el pasaje. Como agua fría del inmenso mar que se agitaba ante los ojos de María, le cayó la noticia.

La insistencia

Decepcionada, pero aún con el deseo de conocer otros horizontes y probar fortuna, María logró conseguir un préstamo de 450 euros para el pasaje. En una semana, ya estaba volando rumbo a lo desconocido.

Al llegar, comenzaron las penurias. Su ligero equipaje no aparecía, y cuando lo localizaron, estaba roto y escaso. Al reclamar, supo que no se indemnizaban maletines, solo maletas de peso mayor. Aun así, no se dejó amilanar y le dijo al agente a cargo que “ella era una hija de Agramonte y regresaría a su tierra con mayores conquistas”.

Durante más de 2 horas, María permaneció sola en un frío salón de espera. El esposo no apareció. Vino por ella un chofer; desconfiada se negó a salir con el desconocido, quien finalmente llamó a Pedro y echó a andar la novela, la cual duraría 9 meses y traería amargos tropiezos.

La telenovela

Viajaron por carretera 5 horas hasta la ciudad de Logroño, situada al norte de la península, en la provincia de la Rioja. Pararon a comer en un pueblo intermedio.  El invierno y el comportamiento de Pedro -quien un año atrás aún era el camagüeyano de siempre, jaranero amoroso y buena persona; y ahora, un extraño- le parecieron mal augurio.

Finalmente llegaron a su apartamento. Allá estaba la hija de Pedro, quien en Cuba contó con María para todos sus viajes a la embajada y la acompañó hasta que su vuelo salió rumbo a Madrid. Su conducta no fue mejor que la del padre, pues al quedarse solas le dijo que allí no había lugar para ella, pues ya tenía una madrastra boliviana y muchos regalos materiales; que debía buscar trabajo y lugar donde vivir.

La reacción

Con los ojos anegados en lágrimas, María me cuenta que pasó la noche más fría y amarga que pueda recordar. No imaginaba que después de desear tanto el reencuentro, la vida le jugara aquella mala pasada.

Pero con una fuerza de voluntad que no esperaba tener, recordó las recomendaciones de una funcionaria cubana en la embajada. Al llegar a su destino, María debía pasar por la unidad de la policía local y registrar su entrada para legalizar la residencia. Y así lo hizo.

Luego se sentó en un parque y enfrentó a Pedro, quien asumió la verdad y le insistió en buscar trabajo y albergue, alegando que dejara esos sentimentalismos para Cuba, que allá era otra cosa y él se volvió de piedra.

Una trabajadora social intentó ayudarla, pero ya comenzaba la pandemia y la situación se tornaba difícil.

Engañada por una parienta que visitaba su casa en Camagüey, la protagonista de esta historia fue a dar a otro pueblo cerca de Madrid, donde tampoco encontró trabajo. Estaba tan desesperada que fue a llorar a un parque. Allí conoció a una albanesa que le ofreció cuidar a su niño pequeño y quedarse en su casa por un sueldo mínimo.

Continuaron las penurias. Su familia en Cuba estaba ajena a la situación de desamparo. Finalmente, una sobrina que vive en los Estados Unidos le mandó dinero y el contacto con su suegra (Olivia) en Barcelona, para intentar allí enrumbar su vida, pero tampoco encontró empleo.

Sin dinero para pagar un techo donde dormir y alimentarse, comenzó a quedarse en casa de Olivia, una buena samaritana a quien tomó afecto, pero el esposo de ella no aceptaba a la inquilina sin empleo. Las huelgas en Barcelona y el aumento del desempleo no le dieron oportunidad de ganar dinero. Así, decidió regresar, pero… ¿cómo pagaría el pasaje?

El regreso

Olivia le pagó el boleto, le regaló dinero y la acompañó hasta el aeropuerto. Con un abrazo entre lágrimas le deseó buena suerte.

María, como el ave Fénix, se reinventó. Hoy es una camagüeyana común que trabaja dignamente y hace el bien a cualquier necesitado, pero comparte su historia con quienes quizás no conocen esa cara triste de la emigración, que puede resultar terrible.

Mucho tardó en recuperarse, pues sus nervios quedaron afectados. Varias veces le ofrecieron prostituirse para ganar dinero y ni siquiera ante su desamparo lo aceptó, pues como dijo al inicio, orgullosa de sus orígenes, es hija de Agramonte y le sobra vergüenza.

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