Del Pueblo Viejo al Pueblo Nuevo. El Camagüey: por el rescate de su identidad

Foto: Archivo OHCC
Share on facebook
Share on twitter

Ocurrió que recién estrenada la República neocolonial, el 20 de mayo de 1902,  en medio del proceso de ocupación yanqui de Cuba y tras los festejos con motivo del acontecimiento que tuvieron lugar en la ciudad de Puerto Príncipe, —en la que Amalia Simoni izara la bandera nacional en sustitución de la de las barras y las estrellas—, la directiva de la Sociedad Popular de Santa Cecilia depositaría en el mismo centro de la antigua Plaza Mayor una piedra sobre la que se alzaría el conjunto monumentario y estatua ecuestre para honrar a El Mayor, Ignacio Agramonte Loynaz.

Tal acontecimiento de sublime y altruista contenido ideológico, a tantos años nos confirma cuánta devoción seguían sintiendo los camagüeyanos por su héroe epónimo.

Después, el 10 de marzo de 1903, al proclamarse la Ley de Organización y Régimen Provincial, se reconocería que la provincia constituía el conjunto de términos municipales enclavados en su demarcación y del territorio nacional cubano; que la ley extendería su alcance a dichos términos por intermedio de un Consejo y de un Gobernador Provincial.

Por ende, en ese propio mes y año, el Consejo, escuchado el sentir popular y el de sus miembros en pleno, acordaría cambiar de manera oficial el nombre de la provincia de Puerto Príncipe, y con este de su cabecera municipal, todavía con tufillo hispano para algunos, por el del origen aruaco ancestral de Camagüey, el que había sido conquistado y colonizado a través de la fuerza por una nación extranjera.

Fue valiente y justa la decisión tomada por el Gobierno encabezado por el patricio lugareño y ex General del Ejército Libertador Lope Recio Loynaz, cuya  resolución  igualmente respaldaba la ciudadanía que leería gozosa el acuerdo en las planas del diario Las Dos Repúblicas y El Camagüeyano.

Vale destacar que el Camagüey acababa de salir de la Guerra de Independencia, en 1898, y el contexto no se podía ofrecer más favorable para ese y otros cambios estructurales, sociales, políticos y culturales.

El revolucionario acuerdo, por lo de cultural, respaldado también por el Consejo Territorial de Veteranos de la Independencia, vino a poner fin a una dolorosa práctica colonialista de invisibilización, silencio y discriminación a que por siglos habían sido sometidos humanos aportadores al etnos regional y, verdaderamente, los primeros en poblar nuestro territorio y hasta pelear con armas rústicas para resistir a la barbarie y a la superioridad armada y cultural española.

Ciertamente, fueron esos primigenios habitantes de nuestra Isla-archipiélago quienes impusieron sus prácticas culturales y religiosas, sus lenguas originarias y sus topónimos a espacios y sitios hasta entonces de silencio geográfico hasta dejarlos culturalmente marcados para siempre, que hoy nos resultan reconocibles: Camujiro, Jimaguayú, Guáimaro, Sibanicú, Caonao, Ytabo, Ymias, Saramaguacán, Maraguán, Hatibonico, Tínima

No caben dudas que aquella primigenia voz que pareció apagada, volvería a cobrar resonancias en nuevos contextos y objetos, esta vez un ingenio azucarero, un arroyo, un camino rural, una hacienda de campo, una fábrica, el alma lugareña… ¿Y Camagüey no vendría de «Cagüax», el cacique ligado a Hatuey que salió a emboscar a la hueste guerrera hispana y mató el capitán Narváez en Yucayo, en las inmediaciones del Caunao según refiriera Velázquez al rey don Fernando, en abril de 1514?

Por todo, Camagüey debe entonarse con cierto énfasis, se asume con facilidad por nuestra lengua actual, y pasa orlada esa voz a nuestro imaginario; y  porque viene a presidir todos los actos y caminos de nuestra historia presente y futura, defiende por su esencia y con sus atributos diversos e invisibles el valor del etnos regional camagüeyano, que ya ninguna otra superioridad cultural extranjera podrá suplantar o invisibilizar.

Más relacionados